Quince años del estallido de la gran crisis financiera de la que los banqueros salieron impunes
El 'crash' del banco estadounidense Lehman Brothers, que provocó la Gran Recesión, desnudó la vulnerabilidad de los Estados y sus economías ante la insostenible y creciente magnitud de unos gigantes financieros que ignoraron todos los riesgos.
Zaragoza-Actualizado a
"De rositas" o "de balde", es decir, "sin coste alguno", sería, quizás, una de las expresiones que mejor defina el segundo capítulo de la crisis bancaria desatada en 2008 en EEUU y que, con la quiebra de Lehman Brothers como emblemático momento fundacional, desató una cascada de crisis de ámbito planetario al socaire de las hipotecas subprime.
El segundo capítulo tras la crisis fue el de las consecuencias, tremendas para amplias capas de las clases medias y bajas de occidente que fueron perdiendo sus viviendas y/o viendo cómo se volatilizaban sus ahorros pero no tanto para los responsables de los bancos y entidades financieras que desataron el crash.
Ni tampoco para los responsables de los gobiernos y organismos de regulación, especialmente la Secretaría del Tesoro y la Reserva Federal de EEUU, que o no lo vieron venir o no entendieron lo que venía. La tercera opción es que no quisieron entenderlo, quizás por temor a la magnitud del desaguisado que debían afrontar.
Solo un ejecutivo de primera línea, aunque tampoco tanto, sufrió algún tipo de sanción como consecuencia de esas crisis bancarias: la jueza federal del Distrito de Manhattan, Katherine Forrest, impuso a Fabrice Tourre una multa de 650.000 dólares por engañar a inversores para colocarles hipotecas subprime.
"No ha mostrado ningún remordimiento ni arrepentimiento", concluyó la magistrada, que le impidió cobrar el bono de 175.000 dólares que debía pagarle en concepto de objetivos el banco, al que le prohibió hacerse cargo de la multa de su ejecutivo.
Poco antes, el banco para el que trabajaba, Goldman Sachs, cerraba un costoso acuerdo de 550 millones de dólares con la SEC, la CNMV estadounidense, para evitar que ningún otro de sus ejecutivos pasara por el banquillo.
Una bola de nieve de productos financieros tóxicos
¿En qué consistió la crisis de las hipotecas subprime o infranormales? Bancos y entidades de crédito comenzaron a vender a otras las hipotecas que de manera masiva iban colocando a clientes de baja solvencia, lo que dotaba de salida a esos créditos de una toxicidad (en la jerga bancaria) genérica.
El riesgo de impago, además, se fue incrementando con la vertiginosa subida de los tipos de interés, que pasaron del 1% al 5,25% entre junio de 2004 y de 2006, y con la devaluación del precio de la vivienda, que cayó casi veinte puntos entre junio de 2006 y septiembre de 2008.
Aunque pueda resultar chocante, el truco no estaba tanto en la contratación de hipotecas subprime como en su venta, la venta de esas deudas en remesas, a otras entidades financieras: el negocio tenía como promotores a unos bancos, que al colocarlas dejaban de ser acreedores de los hipotecados de baja capacidad financiera, y como clientes principales a otros, que pasaban a situarse como prestadores ya ingresar esas rentas.
Los primeros obtenían ingresos con la venta de esas deudas que ellos mismos habían generado a morosos de baja capacidad financiera mientras los segundos jugaban con la expectativa de ganar dinero cobrando las cuotas a las familias empeñadas, quienes, como sus casas, no dejaban de ser un componente del producto con el que en realidad se mercadeaba.
Sin embargo, el negocio, que llegó a alcanzar un volumen de 320.000 millones de dólares, acabó gripándose cuando, al empezar a no poder hacer frente a sus pagos los hipotecados, el trasiego de las subprime dejó de ser una vía de negocio para los vendedores y una de ingresos para los compradores, a lo que se sumaron un inmediato contagio a las hipotecas comerciales y el resto del cartapacio de productos financieros y, como ocurriría poco después en España, una incipiente 'indigestión de ladrillo' paralela a una crisis habitacional por los desahucios.
La Reserva Federal, el Tesoro y Lehman Brothers
La bola fue creciendo mientras Alan Greenspan (2006-2014) y Ben Bernanke (1987-2006) dirigían la Reserva Federal en una actuación a caballo entre la ignorancia y la inoperancia que acabó estallando en septiembre de 2008.
Esa explosión, que acabaría teniendo entidad sistémica y ámbito planetario, se produjo sin que la quiebra del gigante del negocio subprime, New Century Financial, en abril de 2007 y de otras treinta firmas del ramo hubieran activado las alarmas, algo que tampoco ocurrió con el 'crash', a principios de 2008, de las compañías paragubernamentales Fannie Mae y Freddie Mac, que dejaron un agujero de casi 15.000 millones de euros.
Bernanke y Greenspan salieron indemnes, como los secretarios del Tesoro John Snow (2002-2006) y Henry Paulson (2006-2009) y la práctica totalidad del resto de los gestores de los principales bancos involucrados en el desaguisado, algo que plantea una duda: ¿nadie, ni en los bancos y empresas ni en la Administración de Gerorge Bush junior, lo vio venir? ¿de verdad?
Richard Fuld, primer ejecutivo de Lehman Brothers, uno de los primeros bancos estadounidenses en meterse en el negocio de las subprime, lo que reportó 164 millones en bonus a sus cinco principales ejecutivos entre 2004 y 2007, fue uno de los protagonistas destacados del entuerto, que no tuvo consecuencias para él.
Llegó a ser investigado por la quiebra, que dejó un agujero de 638.000 millones de dólares, pero la causa penal no tuvo consecuencias para él. Aunque no las tenía todas consigo, ya que a finales de 2008 le vendió a su esposa por cien dólares su mansión de Florida, que cuatro años antes le había costado casi catorce millones. En marzo de 2009 estaba colocado en la financiera Matrix.
La caída en bloque de la supuesta flor y nata de las finanzas
Tampoco recibió ningún tipo de sanción Joseph Cassano, el director ejecutivo de la aseguradora AIG, que basó una parte importante de su negocio en la venta de pólizas contra el impago de hipotecas subprime.
La compañía requirió un préstamo estatal de 85.000 millones de dólares que la Reserva Federal formalizó la víspera de la quiebra de Lehman.
Lloyd Blankfein, consejero delegado de Goldman Sahchs, cobró en 2007 un bono de cerca de setenta millones de dólares por las ganancias que su gestión le había reportado al grupo inversor, que ese año ganó 11.600 millones limpios tras alcanzar unos ingresos de 45.900.
Sin embargo, no todo resultó ser juego limpio: una investigación del Senado de EEUU concluyó que el banco, que aceptó una multa de 500 millones de la SEC para evitar una causa penal, había engañado a sus clientes al colocarles productos financieros vinculados a las hipotecas basura.
Años más tarde, el banco, cuya cabeza visible en Europa era en aquella época Luis de Guindos, actual vicepresidente del BCE (Banco Central Europeo) y exministro de Economía español, asumiría otra factura de más de 5.000: 875 para cerrar las acusaciones de varias agencias federales, más una multa 2.385 y 1.800 más para indemizar a las víctimas.
Citigroup pagó 590 millones para evitar imputaciones penales a sus directivos tras la demanda de un grupo de accionistas que les acusaban de haberles provocado pérdidas al engañarles sobre la consistencia del negocio subprime, algo que a JP Morgan le costaría otros 156 millones.
La crisis también se llegó por delante al banco de inversiones Bearn Stears, que tuvo que ser rescatado por Jp Morgan con cargo a la Reserva Federal mientras su consejero delegado, James Cayne, se dedicaba, según él mismo decía, a jugar a las cartas en Detroit, una actitud que tampoco tuvo consecuencias penales.
Por último, Stan O'Neal fue sustituido por John Thain al frente de Merril Lynch, que tras registrar elevados beneficios en 2006 acabó siendo comprado, también el 15 de septiembre de 2009, por Bank of America, que pagó por sus acciones 44.000 millones de dólares, la mitad de lo que valía un año antes.
Una única ejecutiva, y solo unos meses, en 158 años
Lehman fue el emblema de una forma de hacer negocios en la que no parecían importar las inyecciones de toxicidad en el sistema, con una componente de trapaza enmascarada de competencia y con unos ejecutivos que, vistos los desenlaces, parecían desconocer el medio en el que se movían o carecer de escrúpulos para reorientarlo vistos los beneficios personales que obtenían.
O, quizás, lo que predominaba era una sensación de impunidad derivada de la convicción de que las esferas políticas, y con ellas las administraciones que gobiernan, iban a salir al rescate de esas entidades financieras para evitar las consecuencias sociales y económicas de cualquier eventual percance.
Imágenes como la de Joe Gregory, presidente del banco y director de operaciones de Lehman, moviéndose en helicóptero entre su casa y la oficina, ayudan a hacerse una idea del nivel de los protagonistas.
En el caso de Lehman, a esos ejecutivos les sobró cuajo para dejar sola a su directora financiera, Erin Callan, en la presentación de los resultados del primer trimestre de 2008, los primeros negativos en más de trece años, cuando apenas llevaba unas semanas en el puesto tras el despido de su antecesor.
También resulta revelador que Callan fuera la primera y única mujer que en los 158 años de existencia de la entidad financiera, fundada en 1850 en Montgomery (Alabama), formó parte del cuadro de altos ejecutivos de Lehman.
Resolver un problema alumbrando un riesgo mayor
La caída de Lehman Brothers, nacionalizado y vendido por segmentos de negocio, sí supuso, en cualquier caso, un cambio en la manera en la que los Estados enfrentaban las crisis bancarias desde el primer tercio del siglo pasado, cuando las opciones eran la intervención o rescate con fondos públicos de los bancos en apuros o la habilitación de facilidades de compra, es decir, al inyección de dinero público, a otra entidad que se hiciera cargo de la renqueante.
El cambio de posición no deja de responder a la constatación de una realidad: los Estados carecen de capacidad económica para hacerse cargo de quiebras de la magnitud que supone la de cualquier entidad sistémica, aunque no está claro que la aparente solución, que es la de crear bancos todavía mayores, lo sea en realidad para ese problema.
"Ha habido cambios en la forma de intervenir, que ahora es más homogénea. Siempre había existido una polémica, al margen de la protección de los depósitos, sobre quién debía soportar la responsabilidad a la hora de rescatar a un banco", explica Antonio Luis Gallardo, responsable de Estudios de Asufín (Asociación de Usuarios Financieros).
Ahora, como ya ocurrió con la crisis de Banco Popular, está claro, aunque no lo estuvo tanto durante la reconversión de sistema financiero español a lo largo de la pasada década, que el saneamiento empieza por la amortización de los instrumentos de capital por este orden: reservas, acciones, AT1 y AT2 (bolsas de solvencia de las que el BCE obliga a disponer), deuda subordinada, deuda senior y acreedores ordinarios, lo que incluye el excedente de los depósitos por encima de los 100.000 euros por cabeza que protege el FGD (Fondo de Garantía de Depósitos).
Lo que tampoco está tan claro es que haya mejorado la tradicionalmente liviana supervisión del sistema financiero, ni en EEUU, vistos los episodios de Silicon Valley Bank y de Signature, ni tampoco en Europa, donde de manera casi inmediata se encendieron las alarmas sobre Credit Suisse, rápidamente engullido por UBS, y sobre otras entidades alemanas e italianas.
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