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Los países emergentes buscan ampliar su influencia con la adhesión de nuevos Estados para noquear al G7

La cumbre de los BRICS en Sudáfrica de finales de agosto tiene visos de ser histórica porque sopesará dar el carnet de socio a Arabia Saudí e Irán, así como a potencias regionales como Turquía e Indonesia, para mayor inquietud global del G7.

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Un hombre habla por su teléfono móvil mientras pasa por una ventana en la que se reflejan las banderas de los BRICS, a 2 de junio de 2023 en Cape Town. — Rodger Bosch / AFP

El Centro de Convenciones de Sandton, en Johannesburgo, capital financiera de Sudáfrica tiene visos de que albergará entre el 22 y el 24 de agosto próximos una cita con la historia.

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Los BRICS, aquel compendio de poderosos mercados emergentes que se agruparon en 2006 en torno al acrónimo ideado cinco años antes por el economista jefe de Goldman Sachs, Jim O'Neill, para designar el potencial geoestratégico de los que serían cuatro de sus miembros fundadores (Brasil, Rusia, India y China), quieren ampliar su formato y ganar influencia mundial.

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A este póker se unió Sudáfrica en 2010 y, con su ingreso, se selló, de momento, el apelativo con el que se hace llamar en el complejo tablero de ajedrez internacional el que, quizás, haya sido el mayor contrapeso del G7, el selecto club de potencias más industrializadas del planeta.

Una veintena de países han presentado su candidatura a ingresar en los BRICS para acometer sus ambiciosos retos globales

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Tras la cita sudafricana, si, como se espera, conceden el plácet de ingreso a alguno de la veintena de países que han presentado su candidatura, empezarán a dar respuesta a sus ambiciosos retos globales. Entre otros, nada menos que noquear al G7, acabar con la hegemonía del dólar e imponer reglas de juego en el terreno energético, monetario, tecnológico y económico.

En definitiva, reescribir, con o sin EEUU y sus aliados atlánticos, occidentales -europeos, asiáticos o de cultura anglosajona, en general- las relaciones comerciales en una globalización que nunca será igual que en el último medio siglo.

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Y buscan hacerlo haya fragmentación de dos bloques o se mantenga una mínima y elemental defensa de la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas en una guerra fría 2.0. o se bifurque la arquitectura financiera global o se consolide su orden actual.

Ni China, pese a ser la segunda potencia global (sin el estatus de reconocimiento global como economía de mercado por la férrea resistencia de EEUU y sus socios occidentales), ni Rusia (pese a haber formado parte casi dos largos decenios, hasta su ocupación de Crimea en 2014) se han hecho con un hueco en el G7.

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No obstante, ahora están en disposición de pasar factura a esta afrenta o, al menos, a intentarlo, porque la lista de entrada se ha hecho extensa. La presidencia en ejercicio de los BRICS, en manos de Sudáfrica, habla de 19 aspirantes y de que en Johannesburgo habrá fumatas blancas. ¿Cuántas? Eso se reserva para el encuentro. 

Arabia Saudí e Irán, los primeros comodines

Las preferencias son dos naciones petrolíferas, Arabia Saudí e Irán. Pero no son los únicos. Potencias regionales como Turquía o Indonesia -que ha tomado el testigo de los BRICS como el gran mercado emergente por su músculo y potencial económico y comercial- también aparecen en la terna de aspirantes.

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También están Argelia, Egipto, Argentina, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin, y dos naciones de África Oriental, con Kenia en todas las quinielas, y otra dupla que se sumará desde la costa occidental del continente, con Nigeria como su máximo exponente.

Las preferencias son dos naciones petrolíferas, Arabia Saudí e Irán, pero también suenan potencias regionales como Turquía o Indonesia

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El número y la lista completa están bajo secreto, alertó al inicio de junio Anil Sooklal, embajador de Sudáfrica ante los BRICS en Ciudad del Cabo, en una reunión preparatoria del bloque, aunque avanzó que "habrá incorporaciones". Cuentan además con el respaldo de Pekín y de Vladimir Putin en su deseo de ganar aliados energéticos y geopolíticos en el hemisferio sur.

China, cuyo PIB es más del doble del tamaño conjunto de las economías de sus cuatro socios del club, advirtió a sus aliados de la necesidad de ganar peso en instituciones como Naciones Unidas, y diluyó los temores de algunos de ellos de que la expansión de los BRICS mermaría su capacidad de influencia dentro y fuera del grupo.

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El objetivo de Pekín es instaurar acciones diplomáticas concertadas que ganen batallas políticas en la ONU, el FMI, el Banco Mundial y la OMC.

Esta exigente declaración de intenciones contrasta con el intento de disolución del grupo en el mandato de Donald Trump. Era 2017 y analistas internacionales hablaban incluso de que EEUU estaba a punto de poner los clavos sobre el ataúd de los BRICS por la agresiva gestión económica del líder republicano.

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Aludían entonces a su proteccionismo comercial, la defensa de un dólar fuerte y sus rebajas fiscales y sus apoyos a sectores tradicionales como el petrolífero. También por esas fechas, en la OTAN se debatía si enterrar a Rusia como el enemigo estratégico y si la alianza militar más importante del mundo debería atender asuntos como el cambio climático y la ciberseguridad y prestar una atención distante a China.

La amenaza occidental en Asia

Todo ello cambió con la invasión rusa de Ucrania. Desde entonces, los BRICS están forjando unos escudos protectores en torno a China en asuntos comerciales y de seguridad.

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Por ejemplo, para contrarrestar la influencia estadounidense en el denominado Diálogo Quad con Japón, India y Australia para, según dicen, garantizar la estabilidad en Asia. Junto a esta coraza política, el llamado AUKUS -su brazo armado-, al que aportan recursos militares EEUU, Reino Unido y Australia y que Pekín califica como la OTAN asiática.

Sin olvidar el Tratado Indo-Pacífico, la unión aduanera impulsada por Joe Biden que involucra a EEUU, Japón e India junto a otra decena de naciones asiáticas en la promoción del comercio y las inversiones, dentro de un espacio que acapara el 40% del PIB mundial.

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Este espacio aúna tanto a potencias de rentas altas (Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda o Singapur) como a grandes mercados emergentes como Indonesia, Filipinas, Malasia, Tailandia, Vietnam o Brunéi.

El viraje geoestratégico de la Casa Blanca en el patio trasero de China ha puesto en alerta a la la guardia pretoriana y económica del presidente Xi Jinping, dentro y fuera del gigante asiático.

El actual formato BRICS acapara el 42% de la población y la tercera parte del PIB mundial, pero sólo manejan el 15% de los derechos de voto en el FMI, enfatiza el Instituto de Estudios de Seguridad de Pretoria.

"Vivimos en un orden mundial que no sabemos hacia dónde se dirige", dice Sooklal. "Necesitamos jugar un papel más determinante en la construcción de una arquitectura internacional más inclusiva, igualitaria y transparente", añade.

Por su parte, Putin apoya sin reservas la ampliación del club. En especial, secunda el ingreso de socios geoestratégicos como Arabia Saudí, país con el que dirige las decisiones de la OPEP +, mientras Sudáfrica no duda en trasladar su interés en adoptar a más miembros de la comunidad africana.

Por otro lado, Brasil sueña -o al menos así lo expresa su presidente, Luiz Inázio Lula da Silva- con una moneda común que se bata en duelo con el dólar en los mercados cambiarios.

Solo India, que ha fortalecido con la Administración Biden sus lazos bilaterales -especialmente, en la Alianza Indo-Pacífica-, se ha instalado en un silencio que desde el seno de los BRICS juzgan positivo.

Todo ello en un año en el que el Gobierno nacionalista de Narendra Modi acaba de superar a Reino Unido como quinta potencia económica y a China como el país más poblado del planeta.

Gambito de dama

La trascendencia de esta jugada en el ajedrez del orden mundial será inmediata, por ejemplo, si finalmente se oficializa la desglobalización.

La trascendencia de la jugada de los BRICS será inmediata si se produce una desglobalización o se agudizan las disrupciones en las cadenas de valor o en los mercados de materias primas

También será igualmente relevante, sin que se produzca la ruptura tectónica de placas, en el caso -más probable, porque ya hay vestigios- de que se sucedan nuevas disrupciones en las cadenas de valor, interrupciones en el suministro de materias primas energéticas, metálicas o alimentarias, o se rompan carreras competitivas como las que afectan a la tecnología, los chips o las inversiones verdes y los proyectos de sostenibilidad internacionales.

Y todo ello por no mencionar los cuellos de botella comerciales y logísticos y las dudas sobre hacia dónde oscilarán terceros países no alineados con esta política de bloques.

En el G7 no se oculta la preocupación que les genera esta maniobra de gran calado, en especial con su idea de una divisa común vinculada al oro y otros metales estratégicos con elevado valor intrínseco como los que conforman las llamadas tierras raras.

También les preocupa que, con esa fuerza motriz, Rusia eluda las sanciones occidentales y tenga capacidad para impactar en las relaciones económicas internacionales.

Tamanna Islam, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad de Dhaka, incide en Modern Diplomacy en el factor iraní como uno de los sarpullidos que peores efectos va a generar al G7, pero justifica la incursión de Teherán en clave doméstica.

Esto se debería, a su parecer, a la tensa crisis socioeconómica que soporta el régimen chií; sus nuevos vínculos con Riad, auspiciados desde China, y la posible existencia de cinco socios de la OPEP +.

Mientras, Oliver Stuenkel, un politólogo germano-brasileño de la Universidad FGV de Sao Paulo, dice en Foreign Policy que el club reporta "cada vez más beneficios" a sus miembros y resalta la "creciente capacidad de China para gobernar sus estrategias".

El experto sostiene que esto podría reflejar el comienzo de un orden bipolar, en vez de multipolar como se afana en explicar la diplomacia panda china, sosegada pero proactiva, con paciencia milenaria, según la describen los expertos.

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