BCE La batalla por suceder a Draghi se activa a diez meses de que expire su mandato
Una terna de aspirantes se ha posicionado ya para suceder a Mario Draghi, cuyo mandato al frente del BCE expira en octubre de 2019. La mayor parte, partidarios de preservar el legado del artífice del salvamento del euro. Entre ellos, los gobernadores de Finlandia, Erkki Liikanen, de Francia, François Villeroy de Galhau, y de Irlanda, Philip Lane. También cuenta la candidatura de Jens Weidmann, presidente del Bundesbank, que pierde enteros, y de Christine Lagarde, directora gerente del FMI.
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Madrid, Actualizado:
¡Dios salve al euro! Y el mercado lo reanimó. Pocos economistas dudan de que gran parte de la ardua tarea de preservar la moneda europea en los tumultuosos y frenéticos años que siguieron al credit crunch de 2008 debe achacarse a Mario Draghi. Que el euro perviva en la actualidad es parte del legado que dejará Súper Mario, su extendido apodo en los parqués bursátiles, cuyo mandato expira en octubre de 2019.
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En sus ocho años de gestión al frente del Banco Central Europeo (BCE), el banquero italiano ha impuesto una impronta personal. Desde el primer minuto de su presidencia, cuando en junio de 2011, el Consejo Europeo pronunció su nombre como tercer jerarca del organismo de supervisión bancaria de la zona del euro, el sucesor del francés Jean Claude Trichet, que llevó las riendas de la política monetaria durante los primeros episodios desde la quiebra de Lehman Brothers.
El tsunami fue general y obligó a los países industrializados a activar multimillonarios rescates bancarios para contener daños colaterales inconmensurables. Los productos derivados, estructurados y swaps, de elevada complejidad financiera, saltaron por los aires. Eran “armas financieras de destrucción masiva”, en palabras de Warren Buffett que alcanzaron los 62 billones de dólares al inicio de la crisis. El equivalente al PIB global de entonces. De los que más de 8 se tuvieron que catalogar de tóxicos. El germen de la falta de liquidez de la banca sistémica y el caldo de cultivo que degeneró en los duros procesos de recapitalización bancaria posteriores.
Pero los dirigentes del primer mundo económico también tuvieron que atender de urgencia a sus economías. Con programas de estímulo para espolear unas economías en estado catatónico. Nunca en la historia económica reciente, la totalidad de los PIB del G-7 habían experimentado una recesión sincronizada. Todas ellas entraron en números rojos, el grifo del crédito bancario se cerró de golpe y los expedientes de regulación de empleo se sucedieron por doquier.
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En lucha permanente con Alemania
En Europa, la sucesión de acontecimientos también se precipitó. Las arcas de Irlanda, Portugal, Grecia y Chipre entraron en bancarrota y solicitaron rescates. Al igual que España, camuflado a la sociedad bajo el ardid de “préstamo financiero en condiciones ventajosas”, en palabras del entonces titular de Economía, Luis de Guindos, ahora número dos de Draghi. Cientos de miles de millones de euros actuaron de salvavidas en las cinco capitales del euro. Con el objetivo de sanear la banca. Mientras desde Alemania, se imponía el sanctorum de la austeridad.
En este contexto es en el que emerge la figura de Draghi. Su carácter tranquilo y su diagnóstico sosegado de la inestabilidad europea y global le valió el calificativo inicial de condescendiente con las consignas procedentes de Berlín. Pero la herencia de su presidencia revela un estilo que se aleja de la ortodoxia germana. De hecho, ninguno de sus antecesores tuvo tantos conflictos con la élite alemana como Draghi, enemigo acérrimo de la estrategia de ajustes presupuestarios que exigía, desde el Ministerio de Finanzas alemán y desde el Eurogrupo, Wolfgang Schäuble, el verdadero artífice de la asfixia fiscal hacia los socios periféricos. El halcón de la CSU bávara llegó a responsabilizar a Draghi del “50% del ascenso” de la extrema derecha en su país -Alternativa por Alemania- por poner en marcha, desde el BCE, la Quantitative Easing (QE), el programa de compra de deuda soberana y corporativa que el gendarme de la austeridad siempre consideró una ayuda monetaria extravagante y un dispendio en tiempos de sacrificios.
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Schäuble culpó a Draghi, que ha mantenido tipos en cero, del ascenso de la ultraderecha alemana y Weidmann de trasladarle el rechazo de Berlín a sus estímulos monetarios
Sin embargo, cuando la QE toca a su fin -con el cambio de año se acabarán estas inyecciones de liquidez a los mercados, coincidiendo con los últimos meses de Draghi en el sillón presidencial de Fráncfort- casi ningún analista de rigor piensa que la misión para la que fue concebida esta herramienta en manos de la autoridad monetaria europea haya sido un fracaso. Los 3 billones de euros que ha puesto en circulación para aliviar el endeudamiento público y privado y acabar con la deflación y el estancamiento que asolaba la zona del euro cuando activó la medida, el 22 de junio de 2015. Una acción arriesgada. Porque Axel Weber, que dirigía el Bundesbank en los años que antecedieron al nombramiento de Draghi al frente del BCE, dimitió por oponerse a las “técnicas de compra de activos tóxicos” que barajó entonces, sin demasiado empeño, Trichet. Y el heredero de Weber, Jens Weidmann, siempre se ha encargado de recordar a Draghi el rechazo de Berlín a estas prácticas. Como un mantra.
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Gestión reflexiva pero contundente
De ahí que el testamento monetario de Draghi no sea del agrado del ultraliberalismo alemán. Ya le alejó de la hoja de ruta germana su decisión de bajar los tipos de interés … al tercer día de su mandato. Prácticamente todo su periplo al frente del BCE ha mantenido el precio del dinero próximo a cero. Para desesperación del sector financiero, que ven cómo pierden beneficios con su negocio tradicional. Un movimiento que vino con bastante retardo en comparación con otros grandes bancos centrales, pero que ha alargado mucho más en el tiempo. La Reserva Federal o el Banco de Inglaterra llevan más de dos años con subidas continuadas de tipos. También en la política monetaria Súper Mario ha ido contracorriente. Hasta el punto de aseverar que el BCE ha protagonizado un decoupling o desacoplamiento respecto al proceder de sus instituciones hermanas del espacio industrializado. Otro dato que añadir a la supuesta aversión de Draghi a la ortodoxia.
El mercado, en cualquier caso, presagia los primeros encarecimientos del precio del dinero en Europa para el próximo verano. Quizás su despedida cierre un círculo virtuoso en el que deje los tipos en el mismo nivel en los que los dejó al asumir el cargo. Al igual que en la regulación financiera. Draghi se opuso activamente, junto a Janet Yellen, su homóloga hasta el pasado mes de enero en la Reserva Federal a la reforma de la Ley Dodd-Frank, aprobada en 2010 por Barack Obama para reestructurar el sistema financiero americano y proteger el derecho de los consumidores y que ahora, la Administración Trump, desea modificar siguiendo los criterios de Wall Street. Dijo que no era partidario de “retrasar el reloj de la regulación al año 2008”.
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El diagnóstico de Draghi era que el euro es un proyecto político, por lo que buscó el talante reformista de Francia y Alemania, y recordó que el BCE tiene el mandato de salvar la moneda
No obstante, la clave de su legado, tiene una clara base doctrinal. Su impronta se ha forjado en torno a un objetivo, la salvación del euro, a una consigna nítida, la moneda única es un proyecto político y, por tanto, sin la cooperación activa del eje franco-alemán y activando las herramientas para poner masa monetaria en circulación. Con cautela. Dicen quienes han compartido foros de debate con él que la calma ha regido su destino. “Es importante comprender qué puede suceder con posterioridad a cualquier toma de decisión trascendental”, aseguraba en 2012, epicentro de los tres largos años de la crisis de la deuda en Europa. Porque nadie aventuró la dureza de la crisis ni la gravedad de sus consecuencias; entonces, “¿por qué no vamos a tomarnos el tiempo que sea preciso para actuar como debemos?”, espetó en una conferencia en la que le acuciaban por su falta de reacción. Al fin y al cabo, “según nuestro mandato fundacional, el BCE debe hacer todo lo que sea necesario para preservar el euro y créanme, así lo haremos, y será suficiente”.
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Una voz reformista por la integración
La contundencia y seguridad de sus expresiones apuntaron a la línea de flotación del euro. Era el verano de 2012. Momento en el que los mercados especulaban contra la debilidad de la divisa europea, los socios de la unión monetaria no podían hacer frente a los vencimientos de su deuda y la economía del euro luchaba por salir de las aguas turbulentas de la recesión. Bajo un déficit alarmante de divergencias políticas y económicas entre sus, entonces, 17 países miembros. Con presupuestos desajustados, mercados de trabajo y sistemas fiscales antagónicos y patrones de crecimiento alejados unos de otros. Su mensaje fue rotundo. Un aviso a las autoridades políticas: “necesitan actuar, porque cualquier intervención del BCE no será eficiente sin más integración fiscal, económica e institucional”.
Draghi fue consciente desde el principio de su presidencia que el euro es, ante todo, un proyecto político. Y que la involucración de un Eurogrupo activo y de unos jefes de Estado y de Gobierno comprometidos con la armonización era imprescindible para combatir la especulación y lograr revertir el escepticismo inversor. Fue el detonante para la conformación de la unión bancaria y del Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM, según sus siglas en inglés). Dos de los anclajes de mayor calado que la zona del euro ha instaurado como salvaguardas de la divisa, además de los cambios en la regulación financiera. Consumado su primera parte del plan, Draghi anticipó al gobernador del Banco de Holanda, Klaas Knot, su decisión de entrar en escena, cuando éste le preguntó si tenía algo en mente: “Nada concreto todavía, pero necesitamos que sea grande”. Ya cotejaba entonces la aplicación de su política de QE, que tantos alivios ha dado a gobiernos del sur de Europa, sobre todo al español, en sus recetas de ajuste y en la colocación de la deuda en los mercados. Con la que acabó, casi de un plumazo, con las tensiones en las primas de riesgo y con la que propició la escalada de las economías del área monetaria, que han vivido un trienio de dinamismo próximo a su potencial. También su posición contraria a seguir la estela de la Fed en su recién iniciada andadura para alejarse de los tipos de interés próximos a cero.
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'Súper Mario' aún suspira por ver que la UE es capaz de mutualizar sus deudas con eurobonos y de crear un mecanismo de reestructuración de los vencimientos soberanos
Pero su legado está aún inconcluso. Su núcleo de confianza incide en que su deseo personal es concluir su mandato presenciando la culminación del entramado económico del euro. Todavía sueña con ver, en la próxima cumbre europea de mediados de diciembre, avances significativos en integración. Draghi es partidario de que la cita del Consejo Europeo convierta el EMS en un Fondo Monetario Europeo que actúe como prestamista de última instancia para salvar a socios y bancos en situaciones de bancarrota. También que se termine de crear el Fondo de Depósitos como garantía frente a futuras quiebras financieras. El BCE, bajo su dirección, siempre ha visto este instrumento esencial para consolidar la unión de los sistemas financieros del euro. Además de un mecanismo de reestructuración de deudas, que revise y ofrezca soluciones al vencimiento urgente de los pagos inmediatos que ofrezcan dudas de liquidez. Aunque sería feliz si la ambición se apoderara de los líderes europeos y se pusiera en marcha un gobierno económico del euro y un servicio de mutulización de la deuda que desembocara en los eurobonos.
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La terna de aspirantes a la sucesión
¿Quién será el próximo presidente del BCE? A día de hoy, sigue siendo la pregunta del millón. Aunque haya una lista de aspirantes con grandes opciones de suceder a Draghi. De entre ellos, destacan los gobernadores de Finlandia, Erkki Liikanen, de Francia, François Villeroy de Galhau, y de Irlanda, Philip Lane, que compitió con Guindos por la vicepresidencia del BCE la primavera pasada. Sin descartar a Wiedmann, pese a que las opciones de Angela Merkel de colocar a un compatriota, adalid de la austeridad, en tiempos de reforma y cuando Manfred Weber, líder del Grupo Parlamentario Popular en la Eurocámara, acaba de postularse, con el apoyo de su familia política, para dirigir la Comisión Europea, parecen cada vez menos reales. Ni a Christine Lagarde, directora gerente del FMI.
Erkki Liikanen: Un veterano de mil batallas. De 67 años, dejó el puesto de gobernador del Banco de Finlandia este verano. Toda una declaración de intenciones de que peleará por el sillón de Draghi. Ya fue miembro del Comité Ejecutivo del BCE durante una década, en la que se ocupó de solventar los problemas estructurales de la moneda única. En 2012, formó parte del grupo de expertos que esbozó la reforma bancaria que ha sido sólo parcialmente desarrollada. Elegido parlamentario en su país a los 21 años, tiene una dilatada carrera política. Comisario europeo, ministro de Finanzas, embajador en Bruselas y secretario general del socialdemócrata SDP. Fiel confidente de Draghi, siempre ha respaldado su decisión de aplicar estímulos monetarios, a los que ha calificado de “extraordinarios, moderados y pragmáticos”.
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François Villeroy de Galhau: El banquero galo. Gobernador del Banco de Francia desde 2015, se le considera un hombre próximo a Súper Mario. De 59 años, germano-hablante y ex ejecutivo de BNP Paribas no se le conoce bagaje político directo. Uno de los defensores de prolongar la QE hasta finales de este año. Aunque se inclina por abandonar los tipos de interés negativos, en connivencia con el deseo de la industria bancaria. Serio aspirante si no concurre ningún alemán. Pese a que levanta rencillas y suspicacias en Berlín.
Philip Lane: El irlandés tranquilo. Posee el sosiego de Draghi. Además, juega a su favor el hecho de que Irlanda sea el único país del euro que nunca ha ostentado un sillón en la cúpula del BCE. Es, además, la opción de Dublín para cualquiera de las cuatro candidaturas que deben renovarse en el Comité Ejecutivo en los próximos dos años. Gobernador de su banco central, de 49 años, ha sido uno de los expertos más activos en materia de protección de activos financieros para prevenir futuras crisis de endeudamiento. Tampoco descarta ser el próximo economista jefe del BCE, cargo que ostenta Peter Praet y que dejará el próximo año.
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Jens Weidmann: El halcón del Bundesbank. Si por él hubiera sido, el estímulo monetario nunca se hubiera producido. Es el presidente del banco central alemán más joven, a donde llegó desde el FMI. Ha sido en los últimos tiempos el aspirante con más posibilidades. Tiene la total confianza de Merkel. Pero el acopio de cargos alemanes en las instituciones y la crisis del Deutsche Bank, catalogado por el Fondo Monetario como la entidad bancaria con “un mayor riesgo sistémico” durante su mandato en el Bundesbank, santo y seña del gobierno germano y de su industria, le deja en el disparadero.
Olli Rehn: El tecnócrata finlandés. 56 años. Ha sido comisario de Asuntos Económicos durante la larga crisis de la deuda. Firme defensor de la disciplina fiscal durante su periplo en Bruselas, hasta que, en 2015, tomó las riendas del Ministerio de Economía y se vio obligado a sacar al PIB finlandés de una recesión de tres años. Desde julio, es el gobernador del banco central.
Benoit Coeure: Experto en mercados. De 49 años, es el arquitecto en la sombra del programa de estímulo monetario. Sus predicciones han sido ciertas. La respuesta de los inversores al QE fue la idónea. Habla japonés, un aval adicional. Ha empleado la mayor parte de su carrera en el Departamento del Tesoro francés, donde llegó a ser subdirector general antes de formar parte del Comité Ejecutivo del BCE en 2011.
Klaas Knot: La esperanza holandesa. De 51 años, es otro de los jóvenes de la cúpula del BCE. Se acercó al planteamiento de Draghi en favor de los estímulos, aunque también se alineó junto a Weidmann y criticó que la QE se prolongara en el tiempo. Le resta enteros que Wim Duisenberg, holandés como él, fuera el primer presidente del BCE.
Klaus Regling: Uno de los ideólogos del euro, fue titular de Finanzas alemán durante un decenio. Tiene 67 años. Ayudó a diseñar la unión económica y monetaria. En la actualidad, dirige el ESM.
Christine Lagarde: La lideresa global. De 62 años, la actual directora gerente del FMI fue ministra de Finanzas con Nicolas Sarkozy. Fue la primera mujer al frente del Fondo y en asistir a cumbres del G-8. También inauguraría la cuota femenina en la presidencia del BCE.
Ardo Hansson: Reformista estonio. Nacido en Chicago, tiene 60 años. Ha sido una de las voces más críticas contra el QE. Hijos de inmigrantes estonios, posee un doctorado en Harvard y ha trabajado en el Banco Mundial. Inspirador de los cambios estructurales que los países bálticos están poniendo en marcha para incorporarse a la moneda europea.