Este artículo se publicó hace 7 años.
Los bancos centrales cierran el grifo del dinero barato
La Reserva Federal, el BCE, el Banco de Inglaterra inician el camino de regreso a la ortodoxia monetaria, pese al riesgo riesgo para las empresas y los consumidores de un encarecimiento de sus condiciones financieras, y a la amenaza de colapso en los mercados
Madrid--Actualizado a
La suerte está echada. Porque la decisión está tomada. La docilidad monetaria de la prolongada -y excepcional- estrategia de tipos de interés próximos a cero para sacar a las grandes potencias industrializadas del credit crunch de 2008 toca a su fin. O, dicho de otra forma: la gratuidad del dinero tiene los días contados. Ya lo ha puesto en marcha la Reserva Federal, que ha situado el precio del dinero en EEUU en el 1,25%. Y Reino Unido, donde el Banco de Inglaterra -siempre el primero en seguir la estela de su institución hermana del otro lado del Atlántico-, lo elevó hasta el 0,5% a comienzos de noviembre. El primer movimiento táctico en diez años. Para tranquilidad del coro de voces neoliberales que defienden -más bien exigen, desde hace más de un lustro- la vuelta a la ortodoxia, pero que callan sin remedio ante la indudable ausencia del gran justificante de todo encarecimiento, también según los cánones del mercado, del dinero: la inflación. Porque nada dicen de un nuevo fenómeno extraño que emerge casi un decenio después de la crisis.
Ajeno a cualquier razonamiento ortodoxo. Ni en EEUU ni en Reino Unido existen presiones inflacionistas. Pese a que, en la primera de las economías del planeta, el crecimiento es sólido -incluso intenso, porque el PIB creció en el tercer trimestre a un sorprendente 3,3%- y el mercado laboral ha entrado en pleno empleo, con una tasa del 4,5% de paro. Los dos más claros acicates para que aparezca del nuevo el espectro de la subida de precios.
El primer síntoma de que la economía mundial se desmarcó de la ortodoxia tras la quiebra de Lehman Brothers fue el decoupling de los mercados emergentes respecto al ciclo de negocios de las potencias industrializadas. Pero no fue el único fenómeno paranormal al que tuvieron que hacer frente las autoridades fiscales y monetarias del planeta. Porque a éste le sucedieron, por este orden y casi sin razón de continuidad, un periodo de estanflación (estancamiento del PIB con inflación) y otro, inmediatamente después, de cierto dinamismo, aunque con claros riesgos de deflación. Claros exponentes de que la fiesta monetaria, la rebaja de tipos a cero, y los planes de estímulo para adquirir deuda soberana y corporativa, fueron determinantes para salvar -o, al menos, minimizar- los efectos del crash de 2008. Política heterodoxa en tiempos excepcionales.
Europa y Japón, en este contexto, han decidido tomarse algún tiempo adicional para acometer sus primeros gestos de encarecimiento del dinero en sus economías. Cuestión de meses. Incluso años si, como parece, Mario Draghi culmina su mandato, que expira en octubre de 2019, fiel a su política de mantener el estímulo monetario. En el caso de Japón, la tercera economía mundial todavía está en la fase de imprimir más dinero, lo que, en la jerga neoliberal, quiere decir añadir más masa monetaria al sistema, con tipos de interés cero, para cubrir las carencias prestamistas de los bancos. Nada nuevo en la historia reciente de la economía nipona que, además, navega desde hace décadas con el fantasma de la deflación y sin apenas crecimiento. Aunque también dependerá del relevo de Haruhiko Kuroda, cuya jefatura concluye en abril de 2018. Porque la sucesión al frente de los grandes bancos centrales es otra cuestión capital para acabar con la fiesta monetaria. Casi todos sus actuales responsables -artífices de los estímulos y de la política de tipos cero- tienen fecha de jubilación inminente.
La más acuciante, la de la Fed. Janet Yellen, de hecho, ya tiene sucesor. A falta del esperado visto bueno del Senado a su designación. Será Jerome Powell, gobernador del banco central desde 2012, declarado republicano y con una sólida convicción de hacer retornar a la Reserva Federal a la ortodoxia, “gradualmente y con la necesaria cautela”, según sus propias palabras. Powell también es visto como receptivo a lobbies industriales, especialmente el del sector bancario, proclive a descorsetar la regulación financiera que sucedió al colapso de los mercados de hace un decenio. Tomará posesión el próximo mes de febrero.
¿Dónde está la inflación?
El cuadro de situación del FMI, en su diagnóstico de otoño, no deja lugar a dudas. Las presiones de precios siguen brillando por su ausencia. Para EEUU, prevé un IPC del 2,1% en 2017 y 2018; para la zona del euro, del 1,4% y 1,5% en el actual bienio y para Japón de cuatro y cinco décimas, respetivamente. Es decir, pecata minuta. Lejos de los objetivos, declarados o no, estipulados en los estatutos de los bancos centrales para iniciar la batalla contra la inflación. Sólo Reino Unido, al que los expertos del Fondo auguran una subida de precios del 2,6% en ambos ejercicios, ofrece una mínima justificación. Incluso Australia, al que otorgan un incremento de la inflación del 2,2% en 2018. Pero ni Canadá (con un 1,6% y un 1,8%), ni siquiera China (1,8% este año y un 2,4% el que viene) parecen tener problemas con sus IPC.
En esta tesitura, los gobernadores parecen festejar la subida del precio del petróleo que se otea en el horizonte. Porque otra de las peculiaridades que deja el reciente escenario de precios en el mundo es que la inflación subyacente, tasa que excluye energía y alimentos de la cesta de la compra, ha estado hasta finales de octubre, cuando ha repuntado con relativa fuerza el barril de crudo, en el conjunto de economías industrializadas, más de un punto por encima del índice general. Aunque en cotas del 1,5%, según el FMI. Es decir, unos precios a raya. Y lo que resulta aún más paradójico. Una coyuntura similar a la de los mercados emergentes, que evolucionan con alzas de precios del 2,5% en su conjunto. De ahí que la factura energética se haya duplicado en los países de rentas altas (y altamente crudodependientes), desde los 28 dólares por barril de comienzos de 2016 a los más de 60 dólares que se ha pagado en las últimas fechas en el mercado de futuros, es una buena noticia para que las autoridades monetarias prosigan (en el caso de los bancos centrales anglosajones) o emprendan (el resto) la senda de las subidas de tipos.
Porque los otros dos grandes parámetros que suelen determinar sus decisiones de encarecimiento del dinero -las expectativas de mayor gasto de consumidores y de inversión de los empresarios- y la alineación de factores como el repunte de salarios, el aumento de la productividad y la mejora de la competitividad, siguen sin emitir señales de vida sostenible. En palabras del economista francés, Olivier Blanchard, ex economista jefe del FMI y analista del Instituto Peterson, “América tiene la tercera parte de las tensiones inflacionistas que tenía a mediados de los setenta” cuando su IPC se disparó por la crisis del petróleo. Y, en Europa, ni están ni se las espera. De momento.
Repaso a los bancos centrales
En general, desde 2008, las mayores autoridades monetarias (si contamos EEUU, Reino Unido, Japón y la zona del euro) pusieron en marcha una expansión de liquidez superior a los 10 billones de dólares, cifra casi comparable al tamaño del PIB chino a precios actuales de mercado. Además de instaurar unos programas de estímulo, en diferentes escalas temporales, para disminuir las alarmantes cotas de endeudamiento privado (familias y empresas, financiera o no) y gobiernos, por la traslación de esta deuda, por los rescates públicos y los planes de impulso económico, a las arcas de los estados, y tratar así de restablecer el equilibrio financiero en los mercados. Pero, después de varios ejercicios (dependiendo de los bancos centrales y del volumen de ejecución de sus inyecciones monetarias) todos ellos manejan balances demasiado positivos. Por mor de las reducidas condiciones financieras que ellos mismos han implantado. Y ese es, curiosamente, el verdadero problema que les acucia. Más de 5 billones entre la Fed y el BCE. Hay que reducir los balances para volver a la ortodoxia y la normalización monetaria, explican los analistas.
Reserva Federal (Fed). Ha suministrado más de 3,6 billones de dólares a la economía entre 2008 y 2014. Inyección que está detrás de más de la mitad de las ganancias del S&P 500 desde el año de la crisis hasta que, a finales de 2015, la Fed inició la subida de tipos desde niveles próximos a cero. Desde octubre, ha cancelado la compra de bonos corporativos que, hasta ese mes, era de 50.000 millones de dólares al mes.
Powell asegura que le resulta “duro” ver el balance de la Fed “en niveles entre los 2,5 y los 3,5 billones de dólares”. Lo lógico sería -dice- “normalizarlos en los próximos cinco años” y “volver a unas cotas de reserva mucho más modestas”. A su juicio, “la normalización” de la política monetaria de EEUU “debe realizarse de forma gradual”, según la coyuntura “y expectativas de la economía” americana.
Banco Central Europeo (BCE). Mario Draghi mantiene su idea de “hacer lo que sea necesario para salvar el euro”. Lo dijo para justificar la aplicación, en 2015, de la Quantitative Easing (QE), tras lograr el permiso de Alemania, mecanismo que ha permitido restaurar la liquidez y espolear la recuperación en la zona del euro. Dos años después, ha iniciado la paulatina retirada de esta ayuda que pasará a ser la mitad de su cuantía actual, de 60.000 millones de euros mensuales, a partir del próximo enero. Hasta, en principio, septiembre del mismo año. Aun así, en los balances del BCE hay más de 2,3 billones de dólares. El consenso del mercado habla de que el aumento de los tipos del euro se producirá en diciembre de 2019, una vez Draghi deje su sillón en el BCE. Previsión sustentada en una inflación por debajo (o ligeramente por encima) del 2%, el límite que le fue encomendado a la autoridad emisora del euro para actuar contra el IPC.
Banco de Japón (BoJ). Apenas ha emprendido la enésima política monetaria expansiva del país en las dos últimas décadas. La intención de Kuroda es mantenerla activa hasta que la inflación supere el 2%. Casi una utopía en Japón. El BoJ ha adquirido el 40% de los bonos que el Gobierno nipón de Shinzo Abe ha sacado al mercado, lo que ha permito al gabinete japonés no aumentar su tasa de deuda, la más alta del mundo industrializado. Pese a ello, no ha conseguido sacar a Japón del estancamiento.
Banco de Inglaterra (BoE). Las críticas al gobernador Mark Carney han sido generalizadas a la reciente decisión de la institución de situar el precio del dinero en el 0,25%. La economía sigue anémica y las dudas sobre el Brexit no invitan al optimismo. Pese a ello, agencias como Moody’s valoran “el ingreso en un nuevo ciclo monetario”. Desde el Comité de Política Monetaria del BoE se achacó el movimiento al control de las expectativas de inflación y a las necesidades de rebajar los estímulos, aunque no se llegó a rasgar las vestiduras al aclarar que “ante la más mínima señal de pérdida de puestos de trabajo o de actividad, se proveerán nuevas y significativas medidas de apoyo” a la economía. El IPC se disparó en noviembre hasta el 3%.
Banco de China. Sin duda es el más opaco en su declaración de intenciones. Pero sigue dando sobradas muestras de efectividad. Como el sorprendente movimiento de devaluar la moneda del país un mes antes de la primera subida de tipos de la Fed. Desde su política de control de capitales y del tipo de cambio de su divisa, su gobernador, Zhou Xioachuan, que lleva tres lustros al frente de la entidad emisora, ha dicho en el reciente congreso del Partido Comunista Chino que no desea continuar mucho más tiempo en el cargo. Él o su sucesor deberán seguir luchando contra el creciente endeudamiento público y privado.
Presiones desde los mercados
La Reserva Federal y el Banco de Inglaterra han iniciado la escalada del precio del dinero, aunque las presiones inflacionistas sigan brillando por su ausencia, por la necesidad de quitar lastre a sus balances por las compras masivas de deuda soberana y corporativa
El principal escollo a esta maniobra concertada de los bancos centrales es el propio mercado. La OCDE lo acaba de reconocer sin tapujos: “el precio de los activos financieros es inconsistente con los augurios sobre el dinamismo de la economía global y las políticas monetarias”. Algo que, en opinión de su economista jefe, Catherine Mann, puede ocasionar “serias correcciones y una desaceleración brusca de la actividad”. En un momento -aclara Mann-, en el que “los bancos centrales tienen poca capacidad para reaccionar”. Igual que los gobiernos, que han usado gran parte de sus arsenales fiscales. Por lo que la gran herramienta que queda ante una posible nueva convulsión son “los esfuerzos procedentes de ambiciosas agendas de reformas estructurales”, dice. Incluso analistas como los del banco de inversión suizo UBS predicen que el escaso margen de maniobra de los bancos centrales, con el precio del dinero aún en niveles próximos a cero, podría llevar a dirigir los tipos de interés al terreno negativo. “Del -5%” para afrontar la siguiente crisis financiera global. Para Arend Kapteyn, su economista jefe, la pregunta no es si se producirá un nuevo tsunami, sino “cuándo acontecerá”. Porque si sucede de inmediato “no hay espacio en las políticas monetarias”. Con lo que, cabe cuestionarse, también y en paralelo, “si los bancos centrales y los gobiernos” han estado a la altura de las circunstancias “a la hora de recuperar el terreno” para la adecuada actuación de las medidas económicas y monetarias.
Hyun Spng, del Banco Internacional de Pagos (BIS, según sus siglas en inglés) cree que no. Según su criterio, “la predictibilidad” y la “paulatina adecuación” de los tipos al alza llega tarde. Tanto, que esas acciones concertadas de los bancos centrales podrían adelantar las decisiones de toma de beneficios inmediatos de los inversores y adelantar el colapso.
Efectos sobre los consumidores
Las repercusiones de las subidas de tipos sobre los consumidores son directas e inmediatas. En especial, en escenarios como el actual, donde la deuda de los hogares está lejos de solventarse. Entre otras cuestiones, porque el poder adquisitivo de salarios y productos de inversión no han sido precisamente boyantes en los años de la post-crisis.
En EEUU, la subida de cuarto de punto de la Fed en junio, significó que los clientes de tarjetas de crédito, por ejemplo, tengan que pagar 2,5 dólares adicionales por cada 1.000 dólares que soliciten, según NerdWallet. Y, en conjunto, se van a reclamar más de 1.500 millones de dólares de dinero a crédito. La industria financiera ya se reembolsó más de 6.000 millones de dólares por las tres subidas previas del precio del dinero.
Los consumidores son los grandes afectados por las subidas de tipos al encarecerse los pagos con tarjetas de crédito, las condiciones de financiación de sus hipotecas o los préstamos de consumo sin elevar sus rentabilidades en productos de ahorro
También los gastos hipotecarios se elevan. En concreto, las hipotecas a 30 años con tipo fijo, las más demandadas en EEUU, se firman al 4,04%, frente al 3,5% de diciembre de 2012. Un salto que ha obligado a numerosos clientes a pedir fórmulas de refinanciación a sus bancos.
Al igual que los préstamos al consumo. Por ejemplo, para la compra de coches. Uno de 25.000 dólares, supone un incremento de 3 dólares al mes.
Mientras los ahorros siguen en rentabilidades estancadas. Debido, en gran medida, a que los bancos se resisten a actuar, en este terreno, con la diligencia requerida. La ratio para depósitos es del 0,08%.
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