Este artículo se publicó hace 15 años.
Vivi no pasa de moda
Ruano, que ha convivido con tres generaciones después de 20 años en el circuito, decide jugar un año más
Esquiva el final. "Todavía no toca", espeta Vivi Ruano. Aún le queda un año de tenis. Una temporada en la que ganar o perder son términos secundarios. "Lo más importante es seguir disfrutando", advierte.
Después de 20 años pegando golpes (jugó su primer torneo ITF en 1989), le espera un calendario que ha querido convertir en una especie de gira mundial de despedida. "Apenas jugaré 15 ó 16 torneos en el cuadro individual", subraya. Serán un chorro de sensaciones para continuar siendo competitiva en el doble, la especialidad en la que Vivi ha sobresalido en las últimas tres generaciones. Dos décadas de continua evolución en las modas. Dos décadas de tenistas sin corazón (Graf), de la muñequera talismán (Arantxa), de injusticias (Seles), del Wimbledon anterior al de Nadal (Conchita), de niñas prodigio (Hingis), de lesbianismo (Mauresmo), de márketing (Kournikova), de músculo (las Williams), de plasticidad (Henin), de alaridos rusos (Sharapova), de nacionalismo surgido entre las bombas de los Balcanes (Ivanovic y Jankovic)...
Dos décadas que Vivi recuerda con nostalgia entre el marasmo de sensaciones que rezuma su discurso. "Hablar del mejor momento es complicado", reconoce. "¡Ha habido tantos...!".
La victoria ante HingisComo el de aquel día de junio de 2001, en el que la madrileña eliminó a Hingis en primera ronda de Wimbledon. Aquel día, los sms se amontonaron en su móvil. "No sé, pude atender ese día como 30 llamadas", recuerda. Alguna más recibió hace seis meses en Pekín, después de ganar la medalla de plata olímpica junto a Anabel Medina. Con la tenista valenciana, Vivi ha logrado las mismas sinergias que caracterizó a su relación con Paola Suarez. "Con ella (Paola) aprendí que al tenis se juega mejor cuando estás relajado, cuando existe buen rollo con el que tienes al lado. El enfado sólo sirve para fallar más bolas y entrar en una dinámica de la que es complicado salir", reconoce.
En Paola, Vivi encontró una de esas amigas que siempre ofrecen el hombro. Como el pasado año, cuando su padre, un antiguo trabajador de Iberia, falleció después de una larga enfermedad. La persona encajó aquel golpe con la misma madurez con la que la tenista había aprendido previamente a asumir éxitos y fracasos.
La ausencia de Juan Manuel ha dejado una silla vacía al lado de Virginia, su madre, quien siempre ha reclamado, en cuanto ha tenido la mínima oportunidad, a los periodistas más atención para su hija. ¿Amor de madre? No, simple justicia para una de las tenistas que atesora más Grand Slam por parejas de toda la historia del tenis femenino y que siempre ha trabajado por el bien común. Supo asumir sin sobresaltos vivir a la sombra de las dos tenistas (Conchita y Arantxa) a las que el tenis español aún sigue buscando sustitutas.
Después de más de quince años sin una Nochevieja en Madrid, Vivi prepara su último Open de Australia machacándose en el gimnasio. Su físico, musculado y fibroso en idénticas proporciones, se prepara para una transición de la que aún no quiere hablar. "Todavía soy tenista. Ya veremos qué hago en el futuro", asegura. Hasta entonces, la madrileña espera la llegada de junio para intentar añadir la única muesca que no aparece en la empuñadura de su raqueta Wimbledon. Será su último guiño en La Catedral.
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