Por el sitio más inesperado, con un cabezazo racial de Puyol a la salida de un córner, venciendo el juego aéreo del que andaba sobrado su rival, en la primera jugada de estrategia que le sale desde que pisó Suráfrica, España abrió la puerta de la historia. Con más furia que toque, se metió en la primera final de su vida, el sueño que llevaba persiguiendo durante tantas y tantas generaciones. Se ganó de una vez un hueco en ese cartel principal del fútbol que le parecía genéticamente prohibido. Estará el domingo jugándose el título. Es definitivamente feliz.
La cabeza de Puyol se llevó por delante todos los complejos, ese fatalismo histórico que tantas veces había cohibido a La Roja. Y acabó con Alemania, que no fue ese rival envalentonado y reconstruido que se anunció en las vísperas, que se acobardó de nuevo ante quien va camino de convertirse en su bestia negra. España no tocó tampoco esta vez el violín, pero fue mejor, indiscutiblemente mejor. Quiso siempre más la pelota, la victoria, la final. Y acabó llevándosela por las bravas, con el viento huracanado de un testarazo que ya reposa para siempre en los libros de historia.
Finalmente, Alemania se rajó. Apareció por Durban sin su jugador bandera, Thomas Müller, extremo punzante y goleador que escenificaba ese viaje emprendido por su equipo hacia el talento y la juventud, y no se atrevió a discutirle a España la pelota. Y eso que Del Bosque decidió mover de forma voluntaria su once memorizado. Renunciar a su nueve, al hombre que acabó con Alemania hace dos años, al Niño, evidentemente muy lejos de su mejor versión, y dio entrada a Pedrito.
Un mensaje preocupante desde ciertos ángulos. El seleccionador, que escucha muchas voces antes de tomar sus decisiones, se rendía a la campaña insistente contra Torres y admitía ímplicitamente que la España que pisaba Suráfrica no le gustaba y se entregaba al Barça para intentarla resucitar. Seis azulgrana, casi siete con Villa, acaparando lo que Luis llamaba el pasillo de seguridad de España.
La medida jugaba con fuego con Villa, al que se le obligaba a buscarse el gol en solitario como nueve, alejado de ese costado izquierdo desde donde se había puesto estos días a sacar petróleo. Y efectivamente, el jugador más en racha fue nada.
Dio la sensación de que Del Bosque escogió alejarse de Viena en vez de acunarse en su recuerdo. Enseñó una alineación con cinco diferencias respecto a la final de la Eurocopa. Finalmente, las mismas que Alemania con respecto a su derrota de entonces. Si incluimos al entrenador, una más. No quiso Del Bosque una noche para nostálgicos. Se obsesionó por jugar un encuentro con sangre distinta. Y le salió bien.
Porque fue Alemania la que se empeñó en volver a Austria. Se pareció más a la de entonces que a la deslumbrante de anteayer. De alguna manera, Alemania había recibido la confirmación de que su rival andaba preocupado por las imágenes que de su fútbol completo iba ofreciendo el Mundial. Pero comenzado el partido, fue Löw y su grupo el que enseñó miedo y miedo.
De presionar arriba a España y discutirle la posesión, nada de nada. Optó por esperarla en el medio campo como tantos otros. A poder ser lejos de su área, con las líneas muy juntas, pero inequívocamente a la defensiva. España encontró lo que quería, la pelota, pero ningún espacio. Alemania no tocó su alineación, pero se desdibujó igual. Jugó a otra cosa, con el pánico en la cara. Fue más la vieja Alemania, la de la Eurocopa, que la nueva.
Las precauciones marcaron la primera parte. España llevó la iniciativa, pero no expuso más que el contrario. Vivió muy pendiente de no morir a la contra, con Busquets como permanente vigilante de guardia, más pendiente de cortar la circulación rival que de agilizar la propia. Fue un defensa más entre Puyol, Piqué y Capdevila. Sergio Ramos vivió, en cambio, más cerca del área contraria que de la suya.
Pedrito, la novedad, fue un incordio. Sobre todo al principio. Se asoció, se metió con inteligencia entre líneas, regaló un pase interior a Villa y se atrevió a probar fortuna desde lejos. Pero Alemania, con sus dos líneas de atrás muy pegadas, no concedía claros por la zona que más le gusta explorar España, entre la defensa y el centro del campo rival.
Xavi se cosió los galones, muy ayudado por la movilidad deliciosa de Iniesta, jugó más suelto, pero le costó encontrar agujeros. Garantizó la posesión, pero no dio con la velocidad ni la fórmula por donde arrugar a Alemania, a la que se vio contenta enseñando más músculo que fútbol. No buscó esta vez el triunfo desde el juego combinativo, sino desde las contras y las acciones a balón parado. Perdió a Müller y su fútbol completo se apagó.
En el segundo tiempo, España insistió en su dominio. Pero le metió mayor determinación, más ganas de alcanzar la final. Pedro volvió a desplegar movilidad, Iniesta tiró de su repertorio cargado de ingenio, Xavi y Xabi, más adelantado, añadieron al fin velocidad y daño a la circulación. Y sobre la hora de juego, como casi siempre, esta vez sin remover el banquillo, España ya se encendió.
Tuvo una doble ocasión que invitó a Alemania a recuperar su pavor. Amagó con acabar con ella por abajo. Y, sin embargo, la sacó de Suráfrica por arriba. En su terreno, con un cabezazo impetuoso de Puyol que se llevó por delante la historia. A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo. Fue más furia que toque. Un guiño a los antepasados que metió el balón y a España en la final. Por fin.
Alemania: Neuer; Lahm, Mertesacker, Friedrich, Boateng (Jansen, m.52); Khedira (Mario Gómez, m.80), Schweinsteiger; Trochowski (Kroos, m.61), Özil, Podolski; y Klose.
España: Casillas; Ramos, Piqué, Puyol, Capdevila; Busquets, Xabi Alonso (Marchena, m.90); Iniesta, Xavi, Pedrito (Silva, m.85); y Villa (Torres, m.81).
Goles: 0-1.M.73. Puyol, de cabezazo impetuoso, llegando desde atrás, en un córner lanzado por Xavi.
Árbitro: Kassai (Hungría).
Durban Stadium: 60.960 espectadores. La Reina Sofía asistió al partido en el palco de honor, junto al presidente de la FIFA, el suizo Joseph Blatter.
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