La Liga se aprieta a una distancia de cinco puntos entre los dos grandes porque el Sevilla se envalentonó. Se quitó de encima la sumisión y el respeto con el que había mimado al Barcelona en la primera parte. La recompensa es un punto de prestigio ante un ogro que regala muy pocos empates. Hubo que esperar 45 minutos para vivir un partido de esos en los que se siente que un trocito de la Liga está en juego.
Mil días de paciencia. Tres años desenredando el mismo embrollo una y otra vez tocando las mismas teclas. El Barcelona de Guardiola siempre encuentra la luz para resolver esa machacona estrategia de sus rivales. Lo que lleva días de explicación y ensayo, los azulgrana lo descuartizan con su habitual calma. Una intensa calma.
En el Sánchez Pizjuán se encontró una primera parte en la que el Sevilla le trató de usted. Se untó de la máxima protección para que el imperio del toque no le quemase la cara con sus rayos demoledores. Tampoco sirvió de nada el ungüento para que el Barcelona se apoderara en exclusiva de la pelota.
Manzano planteó una primera parte demasiado respetuosa
La apariencia es intrascendente. El rondo parece que no lleva a ningún sitio hasta que salta el interruptor y se ilumina toda la escena. La paciencia siempre encuentra el premio. A las primeras de cambio, el equipo de Manzano ya había pedido los papeles del divorcio del balón, el centro del campo se había hundido a una uña de distancia de la defensa. Hasta Capel y Navas acabaron el segundo domingo de carnaval disfrazados de defensa.
El Sevilla no tuvo ni presión ni fe en ese primer acto. A la media hora, Iniesta unió los cables que hizo saltar la chispa. Un maravilloso pase a Alves que el brasileño regaló a Bojan, en el césped por la lesión de Pedro, para que casi entrara andando con el balón hasta la portería. Tuvo un poco de metáfora ese gol. El Barcelona entró al paso hasta las mismas tripas de su contrincante.
Los azulgrana estrellaron dos veces el balón en el larguero
Mucho tuvo que cocerse en el santuario de los de Nervión en el tiempo de relax. La primera decisión fue no tardar un minuto más en meter a Kanouté en el campo. Un tipo que no se acongoja cuando toca aguantar el balón. Seguro que hubo también monólogo para avivar el espíritu combativo. El que mejor entendió el mensaje fue Medel. Un peón incansable que hasta sacó debajo de los palos un balón de Iniesta.
Negredo tuvo paciencia en el área hasta encontrar la cabeza de Navas para empatar el choque. Ahí entonces se dispararon los fuegos artificiales. De ocasión del Barcelona a contra del Sevilla en un ir y venir emocionante. Al Barcelona le pasó factura el esfuerzo ante el Arsenal e hizo falta a un Villa más enchufado.
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