Este artículo se publicó hace 14 años.
Pasión por La Roja
Dentro de mucho tiempo, cuando a nuestra memoria vuelvan los goles de Villa, las paradas de Casillas, el cabezazo épico de Puyol, recordaremos todavía la emoción que ha recorrido estos días España. Los grandes acontecimientos colectivos han servido siempre como referencia para medir el tiempo de los seres humanos. Y lo que está sucediendo con la selección española, con La Roja, que hoy hace historia llegando por primera vez a la final de un Mundial, es un gran acontecimiento colectivo. Un acontecimiento protagonizado por unos jugadores que han sabido unir tras de sí a todo un país. La sociedad española ha visto en su selección la mejor imagen de sí misma, y por eso se ha identificado con ella con una intensidad desconocida.
Incluso aquellas personas que habitualmente no siguen el fútbol, han visto que este Mundial tiene algo que sobrepasa la mera condición de acontecimiento deportivo y que, por lo tanto, concita una unanimidad poco frecuente.
Es un equipo que festeja la diversidad de este país, su riqueza
Como juego, une a niños, a jóvenes y a adultos; como ambición colectiva, ignora jerarquías, procedencias o afinidades; como elegante modo de concebir un equipo, reproduce lo que España es ya como país. También en un sentido más: como bien se puede apreciar estos días, el fútbol ha dejado de ser un coto cerrado de hombres, que reproduce y alimenta códigos masculinos; es ya, por fortuna, una pasión de todos. Y en esto también hemos salido ganando.
Llegar a la final del Mundial ha sido el sueño de muchas generaciones de españoles; ahora ese sueño es una realidad que se parece a otras: somos una sociedad fuerte, unida y solidaria, una sociedad que conoce la fortaleza que proporciona trabajar en grupo y cooperar. Una sociedad moderna que recupera el sentido más profundo del término deportividad, donde el contrincante no es el enemigo, sino aquel con quien te mides y aspiras a vencer en buena ley y con buen juego.
Todos hemos visto un ejemplo a seguir en este grupo de jóvenes procedentes de muy distintos lugares de España. La selección es un equipo que festeja a la perfección la diversidad de este país, su riqueza, y encarna una idea esencial para nuestra sociedad: sólo la colaboración y la unión nos pueden llevar a lo más alto. Unir es ganar. El fútbol, el deporte, se han convertido en un lenguaje común en el que entendernos. Un lenguaje que, en este caso ha fascinado al mundo porque está lleno de magia, de talento, de creatividad, un carácter que los españoles llevamos siglos aportando al mundo.
La selección nos ha unido detrás de una palabra que es de todos, España, y de una bandera que (lo hemos entendido así, como en los grandes momentos de nuestra historia) sirve para unir, y no para separar. Una bandera que es hoy sinónimo de alegría, de orgullo y de ilusión, porque nos incluye a todos y no excluye a nadie.
La actitud de esta selección es digna de recibir como elogio aquella famosa frase de Albert Camus en la que decía que lo más importante que había aprendido acerca del ser humano se lo enseñó el fútbol. La selección nos está enseñando mucho sobre nosotros mismos. En la manera de jugar de La Roja late una ilusión y una alegría que ha sabido transmitirnos a todos. Quizás porque bajo el fervor de las hinchadas, los grandes estadios y los focos, en el corazón de estos jugadores esté intacta todavía la pasión de unos niños que juegan al fútbol en el patio del colegio, en una esquina o en una playa, bajo unas porterías desvencijadas. ¡Pásala, Xavi!
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