Ocurrió a cinco minutos del final. El Baskonia, como le había sucedido el viernes al Madrid, manejaba el marcador con ventajas cortas pero firmes cuando, de pronto, se quedó atascado en 65 puntos. El Barça se remangó y, atado de nuevo a Navarro, abrió la puerta de una remontada que le conduciría a ganar su cuarta Supercopa, la tercera consecutiva. Ivanovic, el entrenador del conjunto vasco, un tipo grande con fama de duro, pidió tiempo muerto. Se anunciaba tormenta en el banquillo vitoriano.
El entrenador croata no vociferó. Se arrodilló sobre el parqué, dibujó un par de instrucciones sobre la pizarra, ordenó un cambio y calló. Paralizado, como traspuesto, permaneció pensativo, dio un par de cabezazos leves amagando con decir algo, pero siguió en silencio. Los jugadores y el resto del cuerpo técnico, también mudos y expectantes, esperaban sorprendidos nuevas indicaciones. Nunca llegaron. Sonó la bocina que indica el final del paréntesis y el juego se reanudó. Ivanovic se levantó y permaneció en la banda, posiblemente con una idea principal en la cabeza. 'Navarro ha tomado el mando, ha decidido incrementar su grandioso palmarés y hay poco que hacer', pensó.
Efectivamente, el escolta, mucho más entonado durante toda la final de lo que lo estuvo el viernes en la semifinal, apretó la soga del adversario en el último cuarto dispuesto a liquidarlo sin piedad.
Navarro, cansado tras una temporada agotadora, dosifica su letal medicina, y hasta en eso es inteligente e inigualable. Sólo los más grandes tienen la capacidad de aparecer de la nada y encadenar un par de triples, varias incursiones en carrera y todo con una seguridad y precisión que volvió a lanzar al equipo hacia la remontada.
Sólo entonces el Baskonia, el otro gran especialista en este torneo -también acumula cuatro copas- bajó los brazos y firmó la rendición. Porque los vitorianos plantaron cara desde el primer minuto. No se arrugaron durante el intercambio de golpes inicial e incluso amagaron varias veces con poner distancia, pero les faltó una referencia, un líder claro. Teletovic lo intentó, pero careció de la contundencia de otras veces. Y Oleson, el héroe de la semifinal ante el Bilbao, eligió el peor día para doblar la muñeca. Erró un par de tiros, se desmoronó y ya no volvió a aparecer.
Enfrente, el Barça, lejos de su mejor versión, aguantó el tipo gracias a una de sus grandes virtudes, la solidaridad de todos los jugadores, y fue preparando la traca final. Es una forma de proceder peligrosa porque paseas sin red sobre el precipicio, pero cuentas con la ventaja de ir de la mano de Marcelinho, tienes al poderoso Ndong guardándote las espaldas y, sobre todo, cruzas sobre el foso de los leones bajo el manto protector de un frío ejecutor. La Bomba, pletórica, siempre acude puntual a la cita con la gloria.
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