El leproso discreto
A Gerardo Martino, ídolo en Argentina y prácticamente un don nadie en Europa, sólo se le conoce por su apodo, el 'Tata'. Heredó su disciplina y filosofía de Bielsa y fascinó a Messi. Intenta pasar desape
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Es uno de esos personajes que ignoran el origen de su propio mote. Y no es algo baladí, porque apenas nadie le conoce por el nombre que le dieron al nacer. Casi todo el mundo en Argentina y los pocos que en Europa saben de él le llaman Tata. "Me lo pusieron de pibe no sé por qué y lo llevo para todos lados. Estoy seguro de que la mitad de la gente no sabe ni cómo me llamo", asegura el interesado.
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Gerardo Martino (Rosario, Argentina, 1962) es el nombre de la persona que obedece a todo este cómico embrollo. Cuando intenta hacer memoria cree, sin embargo, recordar vagamente la procedencia del vodevil: "Seguramente, en mis primeros partidos de chiquito alguien me pediría el balón así, gritando "tata", y con Tata me he quedado". El mismo apodo que se ha traído a Barcelona para entrenar a los azulgranas. El mismo que la gente repetía cuando se preguntaba quién era este tipo que venía a sustituir a Tito.
A Martino nadie le recuerda en España. Normal, porque fue un breve periodo de tiempo, pero hasta llegó a salir en los cromos de la Liga de 1991. Jugó cuatro meses con el '10' en el Tenerife y debutó precisamente contra el Barça. Pese a su corta estancia, lo recuerda gratamente: "Compartí plantilla con Redondo; guardo los mejores recuerdos". Regresó después a Argentina y a su querido Newell's Old Boys, el club que le acunó y donde creció. Allí, donde se ganó su mote, aún tiene el récord de partidos disputados. En el equipo de los leprosos donde confluye todo. Su estrecha relación con el Loco Marcelo Bielsa viene de ahí. Fue su padre futbolístico y con él se hizo jugador. Uno grande, de buenas dotes técnicas, peso pesado del vestuario. "Es el mejor. Tiene una gran capacidad para transformar en trabajo las cosas que él ve que suceden en los partidos, no aburre", dice sobre el exentrenador del Athletic.
Es su mentor y Martino su alumno aventajado. Le transmitió su filosofía de juego: el ataque, el toque, la agresividad, la presión, la posesión. "Que no haya lugar para la especulación. Si hay que defender, se defiende porque el rival te lleva, pero no producto de pensar un partido por la especulación". Pero también su forma de ser. Heredó su imponente disciplina, sus cercanísimas relaciones con la plantilla. Su fuerte personalidad, pero también su humildad. Una disciplina que le costó tener, ya que no empezó a ser puntual hasta los 32 años. "Le dije a Jorge Solari (uno de sus entrenadores en Newell's) que el dinero que yo pagaba en multas por llegar tarde se las podría entregar a mi padre; así le podría retirar del trabajo", recuerda.
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Todas esas cualidades las puso en práctica cuando comenzó en 1998 su carrera como técnico en clubes de Argentina y Paraguay al poco de retirarse. "Su gran virtud es su calidad como persona y la forma de llegarle al jugador. Logra que el grupo parezca una familia", dice de él Manuel Alfaro, con quien trabajó unos años. Su ascenso como entrenador tiene mucho que ver con su relación con el actual presidente de Paraguay, Horacio Cartes, que le fichó como responsable de Asunción y se lo llevó después a la selección. Es ahí donde forja su amistad con el entonces director de Nike en Suramérica, Sandro Rosell, a la postre presidente del Barça. Este vínculo acabaría resultando definitivo para que el Tata aterrizara en la ciudad condal.
Pero un año antes, Martino cumple un sueño al dirigir a Newell's, donde le idolatran tanto que una grada del estadio lleva su nombre. Su amada Rosario, donde el fútbol, como en el resto en Argentina, es asunto de estado. "Es el café de los lunes, discutir 20 días antes y 30 después, la cargada interminable. Perder contra Rosario Central es perder la tranquilidad también. No debe haber en el mundo un clásico así. Una cuestión enfermiza", describe.
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"El clásico rosarino es el café de los lunes, discutir 20 días antes y 30 después, la cargada interminable"
También de los leprosos nace su relación con los Messi. Allí, como jugador, se convierte en ídolo del padre del mejor jugador del mundo. Admiración traspasada a Leo, que en el verano de 2012 le alaba: "A mí me gusta, es un grandísimo técnico y se vio en el Clausura". Seguramente los dirigentes culés tuvieron muy en cuenta su opinión para cerrar el fichaje del Tata. Un año después, arriba a Barcelona, donde se aloja en el Hotel Princesa Sofía, a la espera de buscar una casa cuando su esposa Angélica llegue a finales de este mes. Su mujer manda lo mismo que él en la familia. Consensúa y dialoga todo con ella, como hace en el vestuario. Tienen tres hijos, a cada cual más futbolero. Todos con una relación especial con la pelota. La mayor, Noe, aprendió a contar con dorsales de camisetas. El Tenerife 'retrasó' cuatro días que viera a la mediana, María Celeste, al nacer. Y es el benjamín quien continúa con la leyenda del padre: Gerardo, el Tatita, ya despunta en Newell's.
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Sin embargo, pese a que todo en su vida gira alrededor del fútbol, trata de tener todo lo posible los pies en el suelo y comportarse como alguien normal y corriente. Pasar desapercibido, no vaya a ser que el entorno culé le atice por no ser holandés o de la casa. Tiene un trato cordial con todos los empleados del Barça, desde los recepcionistas a Leo Messi. Mantiene una gran comunicación con todos los jugadores e intenta no imponer nada al club. "Es tan respetado que, cuando entra, se hace el silencio hasta que empieza a hablar. Nunca levanta la voz, dice las cosas sin gritar y siempre tiene algo significativo que decir. Además, cuando bromea, logra que te rías", comenta el periodista Martín Mazur. Tan respetado que no le tiembla la mano a la hora de sentar o no convocar a los pesos pesados del equipo, como ha demostrado en los pocos meses de competición.
La pelotita le consume tal cantidad de tiempo que no la deja ni para relajarse, viendo el tenis o la NBA. Para desconectar del todo acude a sus amigos, con quienes de vez en cuando pasa tiempo en cafés. Y no es hablar por hablar. En las jornadas en que se rumoreaba su inminente fichaje por el Barça, a Martino se le veía tranquilamente tomando algo en las calles de Rosario. A la ciudad condal ha trasladado también a su segundo amor, aparte de sus hijos: la comida. Un absoluto fanático del asado argentino, que le encanta cocinar, pese a que su plato preferido es el pescado.
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Al batir en poco tiempo un récord en el Barça, el del mejor inicio liguero de su historia, los debates periodísticos se han acabado centrando en si ha bajado la posesión o si Neymar se tira mucho o poco. Y, por supuesto, en su indumentaria. Tan aparentemente extravagante que en su presentación le cuestionaron ¿chándal o traje? "Buena pregunta, intentaremos buscar un intermedio. Como nos sintamos más cómodos", respondió con naturalidad y un toque mordaz. La misma naturalidad y mordacidad con la que hace tiempo declaró su amor por los azulgranas, frente a su rival esta tarde: "Hay equipos que a uno le entran por los ojos por cómo juegan y cómo son, y hay otros que te gustan cómo juegan pero te causan antipatía. Esto pasa con Barcelona y Real Madrid. Al Barcelona lo acabas queriendo".