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Estrellas fugaces del dopaje

Ben Johnson, Marion Jones, Ramzi... son ejemplos de atletas que alcanzaron la fama en unos Juegos habiendo tomado sustancias. Su vida terminó tras destaparse el engaño. Otros tuvieron una segunda oportunidad. El ciclista Gatlin vuelve a c

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Son preguntas que molestan a los deportistas. El primero, a Brad Wiggins, último ganador del Tour de Francia, que responde con "jodida pregunta" y que hace bien poco publicó una columna en la prensa de su país en la que explicaba por qué no se dopaba. "No deseo poner en peligro mis éxitos, mi reputación ni la de mi familia", dijo. A Wiggins no le merecía la pena pasar por ese infierno en un deporte como el ciclismo que, sin embargo, acostumbra a ofrecer segundas oportunidades a la gente sancionada por dopaje.

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Ahí están los casos de Valverde, Vinokourov o hasta David Millar que, en la cúspide de su carrera en 2004, fue detenido y expulsado del ciclismo internacional. Se quedó sin nada: "Tuve que olvidarme de mis caprichos y vivir en los suburbios de Manchester en el piso de un amigo". Hace tiempo que regresó al ciclismo, con un estatus menor, y es más feliz, porque ya no pedalea en la oscuridad. Pero Millar reconoce que el dopaje existe. Y no solo en el ciclismo. También en los Juegos Olímpicos y desde hace mucho tiempo, además.

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En los de Roma 60, el ciclista Knut Jensen cayó muerto en la carretera tras haber ingerido una gran dosis de estimulantes. El siguiente fue el atleta sueco de pentatlón en México 68, Hans Gunnar Liljenvall, acusado de consumo de alcohol. Eran otros tiempos, sin duda, que no tienen nada que ver con los de ahora, en los que el Comité Olímpico Internacional (COI), escocido, por ejemplo, por los 20 casos de dopaje de los últimos Juegos de Pekín 2008, realizará 5.000 tests en 17 días.

El 50% de los atletas, que competirán en Londres, se someterán a ellos y saben, porque la historia se lo demuestra, que si dan positivo su vida puede quedar destrozada. Alguno, cumplida la sanción, volverá a unos Juegos pero sería excepcional como pasa ahora con el velocista Justin Gatlin, que en 2006 dio positivo por testosterona.

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Era el mejor momento de su vida. Dominaba el planeta. Había sido oro olímpico en los 100 metros de Atenas 2004. Iba a ser sancionado de por vida pero al colaborar con la Justicia el tiempo se rebajó a cuatro años. Es lo que le permite regresar ahora a unos Juegos Olímpicos en Londres. Tiene 30 años y quiere para plantar cara a Bolt o a Blake. "He dejado que mi corazón me llevase y todavía tengo energía dentro de mi cuerpo", dice.

Justin Gatlin ha vivido un infierno que tal vez entiendan Costas Kenteris o Katerina Thanou. El suyo es peor. Nunca más volverán a unos Juegos. Hace ocho años, en unas pocas horas, pasaron de ser ídolos nacionales en Grecia a debatir su ingreso en la cárcel. ¿El motivo? Un día antes de iniciar los Juegos de Atenas 2004, Kenteris y Thanou fingieron un accidente en moto para evitar un control antidopaje.

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No fue nada nuevo. La Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) siempre se quejaba de las enormes dificultades para localizar a Kenteris y someterle a controles. El resultado es que ni él ni Thanou compitieron en esos que iban a ser los Juegos de su vida y desaparecieron para siempre de la competición. Y sus biografías (Kenteris, el increíble oro en los 200 de Sidney 2000; Thanou, subcampeona olímpica en los 100) ya no se recuperarán jamás.

En realidad no es nada novedoso en casos así. Es el precio del dopaje. Es posible que no te cacen, pero ¿y si te cazan? Kenteris y Thanou han estado siete años de juicios hasta salvar la prisión.

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Marion Jones ha llorado sin consuelo en los juzgados. Ha tenido que devolver las cinco medallas que logró en los Juegos de Sidney 2000. Allí corrió dopada (lo ha reconocido ella) y, por mucho que se arrepienta, ya no hay forma de corregir el pasado. "Decepcioné a mi familia, decepcioné a mi país y me decepcioné a mi misma. Les pido perdón por mis acciones y espero que en sus corazones lo puedan hacer", dijo.

Kenteris aseguró que "después de la crucifixión, viene la resurrección". Pero no siempre es verdad. Los deportistas cazados casi nunca vuelven a ser ciudadanos libres de sospechas. Es muy posible que ni siquiera alcancen el nivel de antes. Habrá que ver con Justin Gatlin en Londres, pero no sería lo normal. 

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El mítico Ben Johnson nunca lo logró. Cuando cumplió su sanción de los Juegos de Seúl 88, ya fue incapaz de bajar de 10 segundos en 100 metros. Sí se clasificó para Barcelona 92, pero nunca pasó de semifinales y, además, fue expulsado de la villa olímpica por zarandear a un voluntario. Jonhson vive hoy en Ontario, ya es abuelo y no acostumbra a correr. Su vida, que pudo ser perfecta, se sumió en el escándalo y en una economía difícil y, a veces, ruinosa. Su conciencia a menudo le recuerda que nunca pudo demostrar su inocencia.

Ganó en un duelo memorable a Lewis en los 100 metros de Seúl 88, sí, pero fue mentira. Johnson estaba dopado hasta las cejas. A los tres días, fue desposeído del título. Había consumido esteroides. ¿Cómo explicarlo en ese momento? El mundo no estaba acostumbrado a estas noticias.

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Han pasado 24 años desde entonces pero el dopaje no ha desaparecido de los Juegos. Ahora, el hecho de recoger la medalla, regresar a tu país y recibir un homenaje tampoco es una garantía de que no te hayas dopado. La prueba ha sido Ramzi, el oro olímpico de los 1.500 metros en Pekín 2008, el primero en la historia de Bahrein. Se sometió a ocho controles antes y durante los Juegos y siempre dio negativo. Pero ocho meses después de los Juegos, el COI analizó 948 muestras para hallar CERA, la EPO de última generación, la que parecía indetectable.

Hubo siete positivos y uno de ellos fue el de Ramzi, el atleta criado en Marruecos a la vera de El Guerrouj, el hombre que se nacionalizó en Baherim por dinero y que extrañamente casi nunca aparecía en los mítines. Ni siquiera una vez que fue campeón olímpico con todo el caché que eso significa.

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Ramzi, que pudo marcar una época, no ha vuelto a competir desde Pekín. No hay apenas referencias suyas en la red en los dos últimos años. Pero desafortunadamente su caso no es tan raro en la historia de los Juegos. El ciclista americano Tyler Hamilton ganó la contrarreloj de Atenas 2004 gracias a una transfusión de sangre. Tuvo, al menos, la hombría de reconocerlo y devolver la medalla, pero la sanción clausuró a un buen ciclista.

Al menos, era el concepto que se tenía de Hamilton como del viejo Rebellín, tantos años en la lucha y plata en la prueba en ruta de Pekín 2008. ¿Quién iba a decir que un ciclista tan antiguo iba a dar positivo de CERA? Pero lo dio, a los ocho meses de los Juegos, como la marchadora griega Atanasia Tsumeleka, que había sido campeona olímpica en los 20 kilómetros de Atenas; la mediofondista croata Vanja Perisic.

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La lista de nombres, en fin, es amplia como para repasarlos a todos. La conclusión, además, siempre es parecida. Es la crónica de sucesos del deporte, la que lo deshumaniza, la que no habla de héroes, la que sospechará para siempre de deportistas capaces de faltarle el respeto a los Juegos. En realidad, no todos son como Wiggins, el último ganador del Tour, dice que es. "No pondría en juego la estabilidad de mi vida por nada", explica cuando le hacen "preguntas jodidas" acerca del dopaje. Pero, en fin, tampoco hay que ser derrotistas y quién sabe si en Londres sólo habrá inocentes y nada de culpables. Ojalá. Son ya demasiados años.

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