'De pequeño me atraía más el toque de balón que el remate de cabeza'. Fernando Llorente tenía en su ideario futbolístico el fútbol de seda de Laudrup, pero su físico espigado le dictaba a sus entrenadores que debía explotar el juego de un nueve clásico. Ha tardado en asimilar esa demanda, pero cuando lo ha hecho ha explotado el goleador que lleva dentro: 'De Laudrup me gustaba todo. Su regate, cambiándose el balón de pierna, y sus pases sin mirar'.
La contradicción permanente ha acompañado la carrera del último jugador del Athletic en debutar con la selección. Habla muy despacio, es tan calmado como frío. Nada que ver con el prototipo de futbolista volcánico que demanda la encendida grada de San Mamés. Un virtuoso encajonado en el cuerpo de un defensa central, la mayor de las antítesis con las que ha tenido que convivir. 'A veces me he sentido un poco incomprendido por la hinchada, pero también hice por mejorar y por analizar lo que me decían'.
La visión que había en La Catedral sobre él ha cambiado radicalmente en los últimos tiempos. 'Ya la temporada pasada acabé bien. En esta, contra Osasuna, por cansancio, hice mal un pase y el público me aplaudió. Estuvo generoso conmigo y eso siempre se agradece'. 'No es que me haya llegado a pesar la camiseta del Athletic, pero sí he tenido momentos muy difíciles porque no acababa de encontrarme bien en el campo y la gente se me echaba encima. La afición del Athletic esperaba mucho de mí y veía que estaba tardando en darle toda la confianza que me tenían'.
'Fernando se lo ha currado mucho. La llamada a la selección ha sido el reconocimiento al trabajo que ha venido haciendo', dice su entrenador, Joaquín Caparrós. El técnico le ha dedicado tantas horas en la hierba como en el diván. 'Caparrós ha sido el técnico que más ha confiado en mí. Trato de devolver esa confianza con trabajo y goles'. Con Clemente en el banquillo del Athletic, Llorente pasó un calvario. Fueron sus peores momentos. Le tenía catalogado como un mingafría, especie habilidosa que el técnico de Barakaldo suele despreciar. Le marginó y llegó a desmoralizarle.
El trabajo de Caparrós ha consistido en convencer a Llorente de que su altura era un arma más que un handicap. No le ha castrado su talento con la pelota en los pies, pero le ha reforzado la necesidad de hacerle sentir a los centrales que se miden con un tanque: 'He mejorado de cabeza en estos últimos años. Con el pie siempre se me ha dado bien el fútbol y me ha gustado tocarla, pero yo mismo ya veo que mi fuerte es la cabeza y ahí es donde puedo mejorar más y llegar a destacar'.
Ahora, la referencia a seguir la tiene clara. Ha interiorizado que tiene que ser tan punzante por arriba como lo es por abajo: 'De pequeño, como delantero, me fijaba en Ronaldo por todo lo que hacía y significaba en aquel momento. Mi referencia actual es Ibrahimovic, por las características que tiene'.
Llorente es un molde más de una serie de delanteros que han roto con el silogismo clásico de delantero alto, luego torpe con la pelota. El fútbol siempre ha mirado de reojo a los jugadores excesivamente altos, continuamente puestos en entredicho por la grada, muy tendente a relacionar el exceso de centímetros con la escasez de técnica.
Van Basten fue el primero en defender que el exceso de centímetros puede no estar reñido con el virtuosismo. Al holandés le siguieron otros como el nigeriano Kanu, el checo Köller, el togolés Adebayor, el sueco Ibrahimovic o el serbio Zigic. Todos, curiosamente, han manejado mejor los pies que la testa: 'Ha habido una evolución. Todos esos jugadores son buenos con el pie y están muy coordinados en sus movimientos, pero también han mejorado con la cabeza.
La suerte de ser altos es que podemos mejorar ese aspecto del juego y sacar partido de nuestra envergadura'. 'Quizá antes me sentía más capacitado para dar el último pase, que para rematar de cabeza. He mejorado el juego de espaldas y me siento fuerte cuando recibo el balón en esas condiciones', reconoce.
Ahora ya no es ese chico frío que un día encandilaba a San Mamés con regates impropios de un tallo y desaparecía varios meses de la escena. Ha comprendido que desde su altura puede pensar el fútbol como le gusta y rematarlo como demanda su envergadura. Llorente se ha convertido en un delantero de dos cabezas. Una para jugar por abajo y otra para fundir por arriba.
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