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Destrozando el crono a los 80 años

"Nada tenemos, nada perdemos"

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Manuel Alonso Domingo con la bandera de España tras una carrera. /RAULET GRACIA

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MADRID.- No, ya no queda nada de aquel taller de motores eléctricos que montó en el barrio de Lucero. Tampoco del hombre, recién iniciada la aventura, que sólo tenía para comer y para pagar a los empleados y al que no le quedaba dinero ni para cambiar de zapatos. “Tuve que ponerle cartones a los que tenía, porque las suelas estaban destrozadas, pero no me quedaba otra, porque estábamos esperando un pago a seis meses que nos debía hacer Renfe de 200.000 pesetas de las de entonces”.

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La realidad es que ahí está él en días como esa tarde reciente en la pista de Moratalaz, en un mitin para corredores, montado para encontrar emociones que nos distancien de la vida real. Un atleta de elite, Jesus España, tirando de un hombre de 80 años que buscaba el récord de Europa de su categoría en 1.500. Una situación inaudita si no fuera porque ese hombre es él, Manuel Alonso, una extraña leyenda, cada día que pasa un poco menos anónima que el anterior, acostumbrado a batallar a ritmos por debajo de 4’00”/km, a ritmos que, si no se conocen, no se pueden explicar.

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"Nada tenemos, nada perdemos"

Son maneras de interpretar la vejez o de coronar una vida que cambió a los 68 años cuando puso fin a ese taller del barrio de Lucero que despertó gracias a una frase de su mujer, “nada tenemos, nada perdemos”. “Porque a mí me daba miedo arriesgar mi sueldo fijo, y mira que por las tardes cuando llegaba a casa y hacía mis trabajos por libre me daba cuenta de que ganaba más dinero así que con la nómina que tenía en la empresa. Pero tuvo que ser ella la que me convenció para que dejase de pensar de una vez y tirase para adelante”. Y quizá en ese riesgo estuvo el triunfo o la diferencia en su vida que Alonso relata hoy, inseparable “del muchacho que empezó a trabajar a los 14 años y estuvo 54 con el mono puesto, porque aunque luego el taller fuera mío, yo tenía que estar al pie del cañón. Éramos, en realidad, tres empleados y yo, días y horas a veces interminables”.

“El sacrificio. Me encanta esa palabra, porque creo en ella. Es más, daría mi vida por ella. Creo que el sacrificio vale para todo"

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Hoy, son las memorias de una vida que explican lo que más le gusta. “El sacrificio. Me encanta esa palabra, porque creo en ella. Es más, daría mi vida por ella. Creo que el sacrificio vale para todo. Para vivir o para convivir, para trabajar o para correr; para ser uno mismo, en definitiva, y explicar lo que deseas”. Así que esa es parte de su energía, de su locura o de su pasión, impresionante la melodía, capaz de relatar semanas consecutivas “en las que me acerco a los 70 kilómetros en seis días de entrenamiento. Sólo descanso los viernes y sólo hay un día en el que dejo de hacer mis 375 abdominales diarias, que es cuando me tocan series. Mi entrenador, Antonio Serrano, me lo desaconsejó hace tiempo". De hecho, Alonso ha tenido hoy uno de esos entrenos exigentes, tres series de 750 metros a ritmos que desafían a su edad (“la primera me salió en 2’55”; la segunda en 2’54” y la tercera en 2’54”) y que se estudian en las consultas de los médicos “donde, por raro que parezca, no aparece nada. Sólo una pequeña artrosis en una mano, pero, al margen de eso, caderas, rodillas, articulaciones…, nada, no tengo ningún problema”.

"A los 80 años soy una prueba de que todavía se pueden potenciar los cuádriceps o los isquiotibiales en el gimnasio"

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Y no es por falta de correr ni de recordar que frente a lo imposible figura el sacrificio. “Pero a los 80 años soy una prueba de que todavía se pueden potenciar los cuádriceps o los isquiotibiales en el gimnasio”. De ahí que él sea una lección de vida todas esas mañanas en las pistas del INEF donde costaría más entender los días sin su fotografía, sin su zancada o sin su motivación, que raya lo infinito. Y no se trata de engañarse a uno mismo. “Al contrario. El atletismo no te miente nunca. Quizá por eso tengo una relación tan estrecha con este deporte, esa complicidad, esa seguridad en lo que hago, en la gente que me rodea o en mi entrenador, uno de esos personajes mágicos que así pasen los años siempre será capaz de sorprenderme”. De ahí toda la vida que se desprende en esta conversación o en esas batallas, en esos cuatro últimos récords de Europa de Alonso esta última primavera en la que “no se trataba de hablar de un hombre invencible, sino feliz y en la felicidad reside el secreto. Luego, lo haré mejor o peor pero siempre imagino que lo voy a lograr”.

"Ni mi mujer se cansa"

Manuel Alonso Domingo posa con varias medallas.

La conversación podría ser monumental con él. Podría viajar hasta Sacramento, en Estados Unidos, donde una vez compitió con el uniforme de España y, como casi siempre, volvió a vencer al tiempo.

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"A los 56 años, llegué a correr el maratón de Madrid en 2horas y 48 minutos, a una media de 4’00”/km"

Así que, más allá de la pensión y los ahorros de toda una vida, no hay casi ningún paralelismo entre Alonso y los de su generación. “Al principio, me acusan de loco y luego me dicen, ‘si supieras la envidia que te tengo…’” Pero aquí no manda la envidia ni el pasado ni los recuerdos de una vida ni aquel gimnasio de La Ferroviaria en el que conoció a Joaquín Peiró, que después fue un futbolista imprescindible en la historia del fútbol español. Tampoco la calle Ilustración, pegada a la Plaza de España, que le vio nacer a él en el 39, al hombre, que hoy ya no cobra por su sacrificio.

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