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Boca sueña con un Maracanazo

Los dos goles de Riquelme no le alcanzaron y terminó igualado con el Fluminense (2-2)

FEDERICO PEÑA

Los hinchas de Boca sintieron el frío polar porteño en los huesos cuando hacia la medianoche argentina el árbitro dio por finalizado el partido de ida con el Fluminense. El calor de los cánticos y el colorido de una fiesta que no fue se dio de bruces contra una realidad de caras largas por un 2-2 en una noche de semifinal de la Copa Libertadores. Ahora, toca ir a Brasil a remar nuevamente un resultado adverso.

Boca se encomienda a sus nombres, a su camiseta y a sus prohombres, que ayer no estuvieron finos, para emular la legendaria garra uruguaya del Maracanazo de 1950 y dar vuelta un resultado desfavorable, nada más y nada menos que en tierra carioca. Claro que Boca tiene a su favor el hechizo con la Copa Libertadores,  celosa si las hay, que tiene cierto favoritismo para con el club de la Rivera.

Con el empate sellado, buscar respuestas para justificar el resultado es tarea fácil. Dos desatenciones, un error grueso del portero suplente Migliore, y un equipo brasilero que a diferencia de otros equipos no respeta a Boca. Pero la realidad es que, pese a no ser su mejor noche, los xeneizes podrían haber ganado de no haber sido por Fernando, el portero del Flu, la figura de la noche.

Fue un partido engañoso, en todo sentido. Juan Román Riquelme jugó adelantado y convirtió dos goles. El primero, a los 11 minutos, entrando como 9 y definiendo un centro de Rodrigo Palacio en el área chica. El segundo, a los 64, mediante un tiro libre puesto como un guante en el ángulo, previo roce en la barrera.

Pero las anotaciones de Riquelme fueron un espejismo irreal. El 10 es el pilar del juego, el verbo y la mirada para ordenar al equipo, quien teje las alianzas, da el pase final y elige quien la concluye. A veces, se da el lujo de ser él quien se lleva los aplausos. Ayer, ante la dimisión de Palacio y de Martín Palermo para definir, Riquelme ocupó un rol principal donde acostumbra ser uno más del reparto, y dimitió del juego, donde es el único actor.

Disminuido físicamente, Boca extrañó el juego al que le tiene acostumbrado Riquelme, que suele manejar a sus compañeros como una orquesta. Ayer, nadie afinó. Fueron once jugadores desparramados en el campo de juego más que un equipo cimentado alrededor del 10. Entonces, las situaciones peligrosas fueron producto de la individualidad y del empuje.

Fernando, gigante en momentos clave, tapó todo lo que le tiraron para defender el resultado que el Flu se lleva al Maracaná. Boca deberá tener cuidado con Fluminense, el segundo equipo brasileño que se le cruza en el camino en la actual Copa Libertadores y el más serio al que se ha enfrentado.

Ahora, Boca se encomienda a un milagro, posible si se mira la historia. Brasil no es lo mismo para Boca que para el resto de los equipos argentinos. Por la misma regla, Boca no es cualquier equipo argentino para el Flu.  A diferencia de otros equipos, a los brasileños no les toma más que dos jugadores y tres pases para meter la bola en la red. A diferencia de otros, Boca no se arruga en los retos grandes- para más muestras, la Copa ganada en 2007 y la actual son una muestra de autosuperación- e irá a Brasil con la idea de ganar.

El duelo está servido. Boca vuelve a remar bajo presión, una situación harto conocida para el tridente Riquelme-Palacio-Palermo, hologramas de sí mismos en Buenos Aires. El equipo argentino se encomienda ahora a la Copa, al fuego de sus líderes y sueña con un Maracanazo que lo deposite en la final.

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