Alves reivindica el talento perdido de Brasil
Un gol de falta del lateral a tres minutos del final mete a la canarinha en la final.
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Dunga, seleccionador de Brasil, se empeña en contradecir la historia de la única selección que luce cinco título mundiales. Apasionado del músculo y obsesionado con el control del partido, que no del balón, el técnico suramericano estuvo a punto de tirar por la borda el pase a la final de la Copa Confederaciones.
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Empeñado en su cerrazón, fue incapaz de doblegar a la discreta Suráfrica durante 81 minutos, los que tardó en realizar un cambio. Tiró de Alves, uno de los pocos talentos, y salvó el pellejo.
Excitados por la sorprendente gesta norteamericana del miércoles ante España, los surafricanos arrancaron confiados, incluso animosos. Santana, un viejo zorro del banquillo que se gana el pan en el país más meridional de África, sabe que la única posibilidad de tumbar a sus paisanos es mantenerles lejos de la portería contraria. Así que empujó a sus corajudos discípulos unos metros hacia adelante. Les exigió disciplina táctica, apeló a su orgullo de anfitriones y esperó un milagro.
Brasil no movió un músculo. La actual pentacampeona está diseñada para resistir antes que para deleitar. El conjunto de Dunga se parapeta alrededor de dos armarios, Felipe Melo y Gilberto Silva, y espera. Regala el balón, recula sin pudor y fía su suerte a los reflejos de su portero y a la excelencia de Kaká.
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Los surafricanos, además, fueron incapaces de pisar el área brasileña. Probaron suerte una y otra vez en disparos lejanos, casi siempre diagonales desde la banda derecha, y desviados. El único peligroso, fruto de un rechace, fue desviado a córner en una portentosa y felina maniobra de Julio César.
El partido se despeñaba entre bostezos hacia la prórroga cuando Dunga recordó que es brasileño. A regañadientes, llamó a Alves, le puso en la cancha y, apenas cinco minutos después, Ramires sufrió una falta. El lateral del Barça, hambriento, fijó la mirada en la red y estampó en ella el balón. Puro talento.
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