Sólo Fernando Alonso y los pilotos que han pasado por Ferrari saben lo que significa vestir de rojo. Las victorias y los títulos son inherentes a la historia del equipo, así que se espera de ellos mucho más. Se les pide que se impliquen en el funcionamiento de la fábrica, que sean permeables a los valores de la Scuderia y que, en definitiva, sientan lo que Ferrari significa para la F1 y para todo un país, Italia. Este domingo, Alonso quedó oficialmente proclamado nuevo monarca de Maranello. Ganó en casa, se reengancha con fuerza a la lucha por el título y, sobre todo, escenificó durante todo el fin de semana el orgullo ferrarista que tanto encandila en Monza.
Ha sido una semana perfecta para el español y su equipo. Ha engordado todas sus estadísticas -pole, vuelta rápida, triunfo y, consecuentemente, podio- y, además, su felicidad ha coincidido con el infortunio y los errores de sus principales rivales al título.
No fue una victoria sencilla. Alonso, que por primera vez en lo que va de curso partía desde la pole, arrancó perezoso. Perdió unas décimas preciosas que Button, a su lado, no despreció. El asturiano volanteó hacia la derecha intentando cortarle el paso, pero el McLaren del inglés llegó en cabeza a la primera curva, y Alonso bastante tuvo con contener el desaforado ataque de su compañero Massa, tercero en la parrilla.
El brasileño, consciente de que la grada de Monza sólo tiene ojos para los bólidos rojos, exhibió una agresividad desconocida. En cuanto se apagó el semáforo pisó el acelerador, se colocó en paralelo con Alonso y sólo cedió cuando, en el segundo giro, ambos se rozaron. El evidente riesgo de colisión hizo enmudecer a los aficionados, pero Massa no se achantó y aguantó la embestida de Hamilton, quien al olor de la flojera de Alonso había salido como un poseso en busca del podio.
El inglés esperó a que los Ferrari dirimiesen su pugna fratricida y, una vez que Alonso puso pies en polvorosa, se fue a por Massa. Pero lo hizo como en sus peores tardes, a lo loco y sin medir las consecuencias. El McLaren de Lewis rugió buscando un hueco imposible en una curva y su rueda delantera derecha impactó contra el lateral izquierdo del Ferrari. Apenas unos metros después, la suspensión se quebró y el bólido plateado quedó varado en una de las escapatorias. Aún no se había completado una vuelta, y Hamilton, líder al aterrizar en Italia, estaba fuera de juego.
Por delante se estableció una batalla de precisión únicamente al alcance de los privilegiados. Button y Alonso son los dos pilotos más finos de la F1. Al inglés le falta una pizca de calidad y un punto de carácter, pero en su pugna con el español exhibió la pulcritud que le llevó al título de campeón el año pasado. Con un coche más lento que el Ferrari fue capaz de mimar las ruedas durante 37 angustiosas vueltas. Es cierto que en varias fases dio la sensación de que Alonso le achuchaba a capricho, cada vez que apretaba, pero Jenson aguantó el tipo.
Sin embargo, y para cerrar el círculo del éxtasis ferrarista, los mecánicos de rojo dieron una exhibición en la parada del español. Este entró a cambiar ruedas una vuelta después que Button y, en un visto y no visto, salió unos metros por delante. Calentó con esfuerzo las nuevas gomas y ya no abandonó el liderato hasta que, eufórico, pasó bajo la bandera a cuadros.
Pedro de la Rosa, 22º en la parrilla, hizo una buena salida y ganó tres puestos, pero con el Sauber, una lenta rémora en el templo de la velocidad, no pudo llegar más allá de la decimocuarta posición. Justo tras él terminó Alguersuari, quien, por segunda carrera consecutiva, fue sancionado por los comisarios, esta vez por saltarse una variante. Tuvo que pasar por boxes, aunque tampoco perdió más de lo que ya tenía perdido.
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