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Los silencios del toque en Chamartín

El clásico a través de sus sonidos fue del ruido estruendoso por las cargas ligeras del Madrid al silencio del toque del Barça.

LADISLAO JAVIER MOÑINO

'Eo, eo, eo, esto sí es un chorreo', salió de la esquina orgullosa de los seguidores del Barça. No hay piedad cuando el fútbol habla tanto a favor de un equipo y tan poco de otro. Obras como la del Barça generan el hundimiento honorífico del derrotado. El Bernabéu se rindió a Iniesta, el chico de la cara de cera que juega fútbol de museo. Lo aplaudió hasta Casillas que, o sacaba las manos para evitar una humillación mayor o las situaba en sus caderas en señal de rendición e impotencia. El Barça en conjunto no fue ovacionado porque el personal local ya había desfilado en su mayoría. Aturdido y resignado, aunque dejó un mensaje para futuras decisiones: aprecia y quiere toque y fútbol del bueno. Del que vio ayer, pero vestido de blanco. No soportaron ver a Etoo abrazado a Valdés e invitando a sus compañeros, ondeando una camiseta blanca de ropa interior, a irse a la esquina de los seguidores del Barça.

El clásico a través de sus sonidos fue del ruido estruendoso por las cargas ligeras del Madrid, al silencio del toque del Barça. En frecuencia corta por las respuestas instantáneas del futuro campeón. Explosión por el gol de Higuaín, silencio por el primero de Henry. Acrecentado por el cabezazo de Puyol, que ondeó el brazalete como una bandera. Cuando marcó Messi el tercero, el Bernabéu enmudeció por completo. Se sintió campeón un minuto, hasta que le devolvió a la realidad el juego, que no engaña. Por eso silbó a Ramos y a

Robben cuando se fueron a la ducha, aunque ya iban bañados. Pasaron al lado de Juande, que ejercía de hombre estatua. De pie, con las manos metidas en los bolsillos. Hipnotizado por todos los toques que presenció en su cara. Antes del partido salió a reconocer el campo en chándal, muy entrenador él. Al partido salió de traje y volvió cabizbajo al vestuario con dos. El nuevo se lo diseñó en 90 minutos Guardiola, que a su derecha festejó cada gol de los suyos. Había en las celebraciones del técnico del Barça mucho sentimiento. Levanta los brazos y procesa cada uno de ellos como un refuerzo de lo que representó él como jugador y de lo que significa que ser el técnico. Guardiola es la senyera de estilo y pensamiento. Por eso se emociona y por eso transmite tan bien a sus futbolistas las entrañas del club.

Enfrente de la borrachera sólo había espíritus derrotados. Jugadores que se miraban unos a otros cada vez que encajaban un gol y comprobaban que, ahora, los puntos reflejan la distancia real. Cada vez que se quisieron levantar, otra vez la secuencia corta. Del estruendo al silencio. Gol de Ramos, gol de Henry. Y otra vez el silencio de los toques. Y otra vez Messi, que la burló como los ángeles. Con una frialdad admirable. Cuando hizo el quinto, Casillas se le quedó mirando, sentado en el suelo. Procesando que él si fue un héroe, pero que los milagros no existen ante tanta realidad. La Cibeles esperaba vallada para nada.

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