Jugamos tres veces con el Milan en Copa. Yo entrenaba al Parma en la Serie B. Les ganamos dos veces seguidas en Milán. La primera, Berlusconi me dijo: 'Le seguiré'; la segunda: ‘Quiero hablar con usted'; a la tercera, me hizo un contrato'. Arrigo Sacchi aún recuerda, 20 años después, la apuesta que Berlusconi hizo por él. El magnate le entregó su sueño de convertir 'al Milan en el club que practicara el fútbol más atractivo del mundo' a un desconocido, a un entrenador sin un gran pasado como futbolista. Y con un currículum escrito en los banquillos del áspero y batallador calcio diletante (fútbol amateur) italiano.
Sin saberlo, Berlusconi contrató una idea, una revolución que, tras dos décadas, aún pervive. Las dos últimas generaciones de entrenadores, cuando hablan de referentes, señalan a aquel Milan inabordable al que nadie sabía cómo meterle mano porque táctica, técnica y físicamente estaba muy por encima del resto. El 4-4-2, la zona, la presión, robar y salir, el doble pivote, el ataque con movimientos organizados... Benítez, Mourinho, Capello, Marcelino, Rijkaard, Van Basten, Ancelotti... Todos son hijos de la revolución futbolística de aquel desconocido. Con matices, unos defensivos y otros ofensivos, el fútbol de hoy tiene el sello de aquel entrenador que, en el corazón de un calcio que le miraba como a un marciano, hablaba de defensa en zona y situaba la importancia de la estética a la altura de la de la victoria: 'Nosotros pensábamos en jugar bien y ganar, en escuchar el sentimiento de orgullo de nuestra afición y también de la del rival, porque quedaba admirada. Van Basten me decía: ‘Míster, ¿por qué a los demás les vale sólo con ganar y a nosotros no?' ‘Ya lo comprenderás, le contestaba yo''.
Sacchi aterrizó en Milanello para afrontar la campaña 87-88. Por entonces, no había un equipo o una selección que enseñaran el camino a los demás. Que contagiara con el estilo. Argentina ganó el Mundial 86 con el mejor Maradona, tres centrales en el fondo y dos carrileros. Alemania, que trabajaba en la misma dirección que Argentina, también ganó el Mundial 90 con el mismo dibujo.
Aún se marcaba al hombre
Todavía se estilaban los marcajes individuales. Matthäus persiguió a Maradona en la final de México 86 y Chendo se hizo un hueco en la historia con sus marcajes al mismo Pelusa (Nápoles) y a Platini (Juve). El Madrid de la Quinta era más una referencia como suma de talentos, aunque sí primaba la estética. El aislamiento de la Europa del Este jugó en contra de la difusión del fútbol supersónico y arrollador del Dinamo de Kiev, del zorro Lobanovsky, de Belanov, Demianenko, Blokhin, Zavarov... No había ni un patrón dominante a seguir, ni un equipo que lo defendiera con una dinastía de títulos.
Los primeros días de Sacchi en Milanello no fueron fáciles. Algunas vacas sagradas recelaban de sus métodos pero a la vez le seguían con curiosidad. Todo era nuevo. 'Me acuerdo de que Baresi estaba con bastante incertidumbre; ‘dame dos meses, después veremos qué pasa', le dije'.
Helicóptero en Milanello
El propio Berlusconi se personó con su helicóptero en medio de un entrenamiento para hacerles saber a sus estrellas que el que mandaba era el de debajo de la gorra y las grandes gafas de sol. Sacchi trataba de explicarles a Baresi, Maldini, Gullit, Van Basten, Donadoni... un fútbol inspirado en 'las emociones que me transmitieron Di Stéfano, el Brasil del 70, que jugaban todos a todo campo todo el tiempo, lo ideal; el Ajax de Cruyff, me encantaba cómo cubrían el campo, parecía que eran 22 jugadores, y el Liverpool de los 80, que también hacía un fútbol total'.
La palabra 'trabajo' no se le cae de la boca a Sacchi para fundamentar el impacto y la sensación de impotencia que causaban en los contrarios aquellos once lobos que presionaban por todo el campo y pisaban el área contraria en manada. 'Trabajamos tanto que recuerdo que Wenger y Houllier estuvieron en Milanello para ver mis entrenamientos; se marcharon asustados, porque nunca habían visto entrenar tanto a un equipo'.
Superados esos recelos iniciales, Sacchi difundió su doctrina: 'Me seguían con atención, pero sin prevención y con curiosidad. No estaban acostumbrados a entrenar así. Yo pensaba que el entrenador debía ser como el director de una película: tener una idea colectiva y, con la didáctica, saber cómo plasmarla en el campo. Además, el entrenador también debía de saber hasta dónde quería llegar con esa idea'.
Eliminado de la UEFA a las primeras de cambio por el Espanyol de Clemente, que estrechó Sarriá, y con un comienzo dubitativo en el Scudetto, al grupo le costó asimilar aquellas ideas innovadoras que requerían de mucha repetición en los entrenamientos: 'Siempre hacía ejercicios muy distintos para evitar el aburrimiento. Dediqué muchas horas a diseñarlos. Tenían que encajar con la idea de juego que tenía en la cabeza. Intenté dar una organización, tiempos del juego: todos los jugadores debían estar siempre en movimiento, estar en una posición activa, con el balón y sin el balón. Esa fue mi revolución; tener siempre once jugadores activos con el balón y sin el balón, defender once y atacar once. Si Van Basten era el primero en defender, Maldini también podía ser el primero en atacar'.
Precursor de la libreta
Antes que la aireada libreta de Van Gaal existió la de Sacchi: 'Cada domingo mis ayudantes apuntaban todo lo que no funcionaba y la semana siguiente se entrenaba en esa dirección. Si un domingo el equipo tenía demasiado el balón, se entrenaba a un toque; si se regateaba poco, se planteaban partidillos en los que era obligatorio regatear... Se intentaba siempre hacer ejercicios donde las piernas corrían y la mente pensaba'.
En marzo, aquella máquina de presionar y arrollar ya perseguía al Nápoles de Maradona, al que descabezó en San Paolo (2-3). Aquel triunfo les disparó hacia el Scudetto: 'Ganamos aquel título con diez italianos y Gullit, porque Van Basten estuvo lesionado casi toda la temporada.
Los italianos siempre estaban con una capacidad de concentración que sólo ellos tienen. Los holandeses tenían talento, pero no siempre tenían esa continuidad'.
Aquel título propició el desembarco en la Copa de Europa al año siguiente. Aquella semifinal con el Madrid que marcó el declive de la Quinta. En el partido de ida en el Bernabéu (1-1), las cámara de televisión tardaron cinco minutos en enfocar el área de Galli. Schuster, Martín Vázquez, Míchel, Gallego, Gordillo... eran incapaces de escapar de aquella presión asfixiante. En San Siro llegó el reconocimiento del fútbol continental (5-0) y en la final de Barcelona ante el Steaua (4-0), la consagración.
'Hace poco World Soccer nombró a aquel Milan como el mejor de la historia. Hablé con Van Basten y me dijo: ‘Míster, ya entiendo por qué no sólo valía con ganar''.
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