Puede que usted no crea en dios, pero admitirá que hay voces tocadas por un halo divino. Whitney Elizabeth Houston pasó de ser una joven promesa más de Nueva Jersey a reinar sin discusión en el fútil universo pop de los años noventa. Hija de la cantante de góspel Cissy Houston, prima de Dionne Warwick y ahijada de Aretha Franklin, comenzó cantando músicas religiosas, aunque pronto sintió predilección por el soul feroz de Roberta Flack. Con piezas ajenas y siempre a la vera de su madre, la niña Whitney combinó los escenarios de la familia con apariciones como modelo y reclamo en anuncios de refrescos. En 1982, aportó la canción Memories a un disco del grupo Material, que fue recibida por la revista Village Voicecomo 'una de las baladas más espléndidas que hayas escuchado nunca'. Empezaba así otro cuento de hadas americano: el de una joven negra de voz divina que iba a comerse el mundo. Porque Whitney Houston prometía el cielo.
Fue difícil escapar a la repercusión mundial que alcanzó su ascenso a la fama. En 1985, publicó su primer disco, homónimo, en el sello Arista de Clive Davis (antes había sido rechazada por Elektra Records), quien publicitó a su astro en ciernes con todos los altavoces posibles en Estados Unidos y Europa. Su mina vocal y, sobre todo, su versátil agilidad para transitar entre el pop, el rhythm and blues y las baladas edulcoradas definió muy pronto su jerarquía ante un público huérfano de ídolos nuevos. Whitney Houston, el álbum, se encaramó durante 14 semanas seguidas en lo alto de la lista Billboard. Y la dueña de aquella voz incandescente lideró un triunvirato estelar con Mariah Carey y Céline Dion.
En 1985 comenzó el cuento de hadas: lanzó su primer disco al mercado
Whitney Houston, entonces con 23 años, empezó a ser una nominada habitual al Grammy, premio que obtuvo en 1986 por la balada de aires jazz Saving All My Love for You. Al año siguiente, la cantante volvió a obtener una nominación, esta vez por Greatest Love of All, último sencillo del disco de debut y que dio título a su primera gira mundial. Su voz de mezzosoprano, dulce como azúcar negra no apta para diabéticos, colocó más de 13 millones de copias de su tercer disco de estudio, I'm You Baby Tonight. Pintaban triunfos con el aval comercial de 40 millones de discos vendidos en todo el planeta y siete canciones número uno consecutivas, superando a The Beatles y a Bee Gees.
En 1988, Houston aprovechó su estela radiante para arrimarse a la política. En el estadio de Wembley, en Londres, cantó en el concierto de homenaje a Nelson Mandela (antes había vetado todo negocio con empresas con intereses con el régimen racista sudafricano). Y en enero de 1991, en plena guerra del Golfo, interpretó The Star Spangled Banner en el mayor evento deportivo del país, la Super Bowl.
Tocaba seguir cosechando cartas ganadoras y llegó su éxito incontestable en El guardaespaldas con I Will Always Love You, versión del tema que Dolly Parton había grabado en 1974. Pero también llegaron bastos. Y un palo disfrazado de zanahoria. Ese año, 1992, tras tres años de noviazgo, contrajo matrimonio con el músico Bobby Brown. 'La princesa se casó con el chico malo', admitió años después. Se abría así una puerta del averno: comenzó a tomar crack, cocaína residual, que en 1996 era el pan de cada día. E inició la cuesta abajo, sin freno.
40 millones de copias y siete números uno le hicieron superar a The Beatles
En 2001, tras ser detenida con marihuana, reapareció famélica, demacrada, en un homenaje a Michael Jackson. Llegó a pasar, y lo reconoció luego, hasta una semana sin salir de casa, tomando drogas y viendo la televisión con su marido. Su madre logró que entrara en rehabilitación; fue en 2006, meses antes de un divorcio que parecía el último salvavidas. No fue así: en mayo pasado, Houston completó una segunda cura de drogas y volvió al cine para rodar una revisión de Sparkle, biopic basado en la historia de The Supremes. Es el último legado, con sabor soul, de aquella chica negra con voz de oro que hizo crack.
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