A Víctor Jara no le amputaron las manos antes de asesinarlo
El historiador Mario Amorós reconstruye los últimos días del cantautor chileno en la biografía 'La vida es eterna', donde desmonta algunos mitos sobre su ejecución tras el golpe de Pinochet contra Salvador Allende.
Madrid--Actualizado a
Cuatro días después del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, el cantautor Víctor Jara fue asesinado en el Estadio Chile, que hoy lleva su nombre. Sometido a brutales torturas antes de ser acribillado por los militares en el sótano del edificio, pronto empezaron a correr rumores sobre los detalles de su ejecución hasta el punto de que, con el tiempo, sería rebautizado como el cantor de las manos cortadas. Una leyenda sin base real, pero que terminaría trascendiendo.
Mario Amorós desmonta el mito en La vida es eterna. Biografía de Víctor Jara (Ediciones B), donde explica que su origen fue un artículo del escritor Miguel Cabezas publicado en el diario argentino La Opinión el 2 de enero de 1974, que el periodista e historiador español reproduce en su libro, donde esboza la figura del autor de Te recuerdo Amanda y reconstruye sus últimos días a partir de entrevistas y testimonios, así como del sumario de la causa judicial abierta en Chile para esclarecer su asesinato.
Tras el golpe, Víctor Jara se desplazó a la Universidad Técnica del Estado (UTE), donde permaneció cercado por los golpistas tras el toque de queda decretado por la Junta Militar. El edificio fue bombardeado y asaltado por los uniformados, que se llevaron al cantante al citado estadio, rememora Amorós. Allí fue identificado por un oficial, quien "empezó a propinarle golpes y puntapiés por todo su cuerpo, uno de ellos en pleno rostro, en medio de una catarata de insultos y palabras llenas de odio hacia sus canciones y su compromiso político".
Las últimas horas de Víctor Jara
Las vejaciones continuaron, aunque dos días después logró enviar un mensaje a su familia a través de un compañero que fue liberado. "Diles que estoy bien. No menciones los golpes, no hables sobre lo que están haciendo conmigo. No quiero que ellas lo sepan", les trasladó a su mujer e hijas, desconocedoras de que, privado de comida y agua, "caminaba con mucha dificultad, tenía algunas costillas rotas y la cara llena de moratones y ensangrentada", describe el autor de La vida es eterna.
El 15 de septiembre, cuando los prisioneros estaban siendo trasladados a otro recinto, se lo llevaron al subterráneo y fue acribillado por oficiales del Ejército, no sin antes entregar a sus compañeros el inconcluso poema Estadio Chile. Dos semanas después, el Partido Comunista consiguió sacarlo del país y, posteriormente, sería difundido en varias publicaciones extranjeras, añade el historiador, quien recabó también el testimonio del cubano Silvio Rodríguez: "Lo asesinaron con saña, pero aquella vileza no fue lo que lo inmortalizó. Ya era un cantor eterno por la exquisita calidad estética y ética de sus canciones".
Dos mujeres hallaron su cuerpo en el muro exterior del Cementerio Metropolitano, desde donde fue trasladado por una camioneta roja sin matrícula al Servicio Médico Legal. Un joven funcionario reconoció al cantante y, ante el temor de que fuese enterrado en una fosa común para ocultar el crimen, advirtió a su mujer, Joan Turner, quien se preguntó al ver el cadáver: "Era Víctor, aunque lo vi delgado y demacrado. ¿Qué te han hecho para consumirte así en una semana?". Gracias a la valentía de aquel empleado, terminó en un nicho del camposanto, tras una discreta lápida: "Víctor Jara. 14 septiembre 1973".
El falso mito de las manos amputadas de Víctor Jara
Su mujer, quien luego adoptaría el apellido de su esposo, detalló en diversos foros y entrevistas el estado en el que encontró el cadáver: "Absolutamente desfigurado [...], estaba lleno de sangre, lleno de hoyos de balas", declaró a la revista Triunfo. "Estaba en una posición muy distorsionada, las manos estaban como crispadas y su cabeza llena de sangre, machucada, tenía sus ropas, sus pantalones, sobre los pies, el cuerpo interior todo hecho pedazos con cuchillos…".
Sin embargo, el relato como "testigo presencial" de Miguel Cabezas caló en el imaginario popular. "Ese mito, absolutamente falso, ya estaba descartado hace años, pero en el libro explico con detalle su origen", comenta Amorós, quien califica el artículo como "un compendio insuperable de mentiras macabras y exageraciones, que tuvo una gran difusión, inspiró películas y canciones, se incluyó en libros y fue reproducido hasta el cansancio hasta asentar esa leyenda".
Miguel Cabezas, en un artículo con pasajes inverosímiles donde alude a sus "manos mutiladas", escribió: "Llevaron a Víctor hasta la mesa y le ordenaron poner sus manos encima de ella. En las manos del oficial [...] surgió veloz un hacha. De un solo golpe cercenó los dedos de la mano izquierda y, de otro golpe, los dedos de la mano derecha de Víctor. Los dedos cayeron al piso de madera, vibrando y moviéndose aún, mientras el cuerpo de Víctor se derrumbó pesadamente".
Esa crueldad encajaba en el terror impuesto por Augusto Pinochet, "el arquetipo del villano, un personaje detestado universalmente, cuyo régimen fue condenado cada año por las Naciones Unidas", en palabras de Amorós, quien considera que, más allá de los oficiales condenados por el asesinato, la Junta Militar tuvo que dar la orden de matarlo para silenciar una voz crítica. "Y lo hicieron tratando de dar un mensaje de brutalidad como pocas veces se ha dado en Chile: expresión de ello es la cantidad de balazos y la forma en que fue torturado", destacó el abogado de la familia, Nelson Caucoto.
La cruel dictadura de Pinochet
El autor de La vida es eterna también aclara su lugar de nacimiento, Santiago, "y no Quiriquina, en la comuna de San Ignacio, cerca de Chillán, como se creía". En cambio, el mito del cantor de las manos cortadas fue alimentado por los discursos en Berlín Oriental del dirigente comunista Volodia Teitelboim y del socialista Carlos Altamirano, así como por el diario francés L'Humanité, que reprodujo el texto de Cabezas, luego traducido al portugués y al inglés.
Un artículo, según Amorós, que "alimentó todo tipo de expresiones culturales para denunciar la indudable crueldad de la dictadura de Pinochet". Sí, le habían molido las manos a golpes, pero como dijo en una entrevista Joan Jara cuando regresó por primera vez a Chile tras exiliarse en el Reino Unido, aquella versión truculenta y falsa sobre las circunstancias de su muerte no era necesaria para que su marido entrase en la leyenda: "Lo real es suficientemente espantoso. Mucha gente ha inventado historias horribles, pero nuestra verdad no necesita exageración".
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