Vicente Clavero, autor de 'Campus belli': "En la universidad hay mucho politiqueo para transaccionar con plazas, cargos y prebendas”
El periodista publica su quinta novela, que muestra con crudeza "el lado oscuro de la universidad".
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madrid, Actualizado:
El periodista malagueño Vicente Clavero, columnista y colaborador de Público durante casi tres lustros, acaba de publicar su quinta novela, Campus belli (Ed. Olé Libros), en la que hace un retrato poco amable de la universidad pública española, donde fue profesor a lo largo de siete años.
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A partir de un caso de acoso sexual, la obra saca a la luz los entresijos de una institución en la que abundan los clanes, la endogamia, los chiringuitos, las rencillas, el mercadeo de favores y el desinterés por la enseñanza y por el aprendizaje.
Su nueva novela es un retrato sobre la organización y el funcionamiento bastante desconocido de la universidad española. ¿Por qué dedicar una novela a esto?
Fui profesor asociado en una universidad pública durante más de siete años. En ese tiempo viví situaciones que los ciudadanos tienen derecho a conocer. Al fin y al cabo, la universidad pública no se financia por sí sola, sino que la pagamos entre todos con nuestros impuestos y, por lo tanto, lo que ocurre dentro no debe sernos ajeno. Pude haber elegido otro formato para dar a conocer mis experiencias, pero la novela me proporcionaba más libertad creativa y la posibilidad de recrear las distintas situaciones de forma que fueran más atractivas para los potenciales lectores.
La novela tiene casi medio centenar de personajes, y casi ninguno es bueno. La impresión que queda tras leer la novela es que a los profesores y a los responsables de la gestión de la universidad les preocupa más el desarrollo de su carrera, su trabajo, que la formación del alumnado...
Campus belli, como indica su subtítulo, muestra "el lado oscuro de la universidad". Eso quiere decir que hay otro lado que no es oscuro. Claro que existen profesores entregados a la docencia y la investigación, y alumnos preocupados por formarse lo mejor posible. Muchos. Pero hay otros profesores a los que la enseñanza les importa bastante poco y que están en la universidad porque en general el sueldo no es malo, el empleo es estable a partir de cierta categoría y, como los controles no abundan, se puede vivir muy bien sin matarse a trabajar.
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Tampoco quedan bien tratados los alumnos en su novela. ¿Con qué nivel llegan ahora los jóvenes a la universidad? ¿Van a cubrir el expediente o en realidad muestran ilusión e iniciativa?
Ya he dicho que los hay que van a formarse de verdad. En algunas titulaciones puede que incluso sean mayoría. Sin embargo, por desgracia, es demasiado habitual encontrarse con alumnos que muestran un desinterés absoluto por el aprendizaje y que van a sacarse el título como sea. En cuanto al nivel con que llegan a la universidad, yo diría que no es ni mejor ni peor que el que hace años llevamos nosotros. Lo que pasa es que se nos han olvidado ya nuestra carencias. Y también las teníamos. Vaya si las teníamos.
A mediados de los años ochenta del siglo pasado había unos 800.000 estudiantes matriculados en las universidades españolas. Ahora hay 1,7 millones, más del doble. ¿Se han adaptado de alguna manera las estructuras de la universidad para hacer frente a este aumento de alumnos?
En términos generales, yo creo que en las universidades públicas la relación entre oferta y demanda está muy tensionada. Aunque hay grandes diferencias entre titulaciones y centros, la capacidad docente de la mayoría no ha crecido al mismo ritmo que las matrículas. Va a sonar raro lo que digo, pero menos mal que el absentismo de sus estudiantes es alto. Si todos fueran a clase a la vez, saltarían las costuras. Y eso solo se arregla con dinero, con un sistema de financiación que garantice la suficiencia económica de las universidades, que ahora están asfixiadas.
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¿Está politizada la universidad española? ¿Tiene independencia del gobierno de turno o hay una clara subordinación al poder político?
Politización en sentido estricto solo hay hasta cierto punto y se manifiesta por rachas. Politiqueo, en cambio, hay muchísimo. Politiqueo interno para transaccionar con plazas, con cargos, con prebendas. En mi novela describo situaciones que, por sorprendentes que puedan parecer, son el pan nuestro de cada día. En cuanto a la política mayor, no debemos olvidar que las universidades públicas dependen de las comunidades autónomas, con excepción de las dos estatales: la UNED y la Menéndez Pelayo. Es verdad que existe autonomía universitaria y, en consecuencia, autogobierno. Pero la llave de la financiación la tienen los gobiernos regionales y eso pesa mucho.
¿Que diferencia hay entre el caso del máster de Cristina Cifuentes y el de la cátedra, o las cátedras, de Begoña Gómez?
A Cristina Cifuentes le dieron por aprobadas unas asignaturas del máster que cursó, mediante la falsificación de las correspondientes actas por una persona de su entorno y una profesora que han sido condenadas. Cifuentes, pese a ser la beneficiada, salió judicialmente libre de polvo y paja. A Begoña Gómez se la investiga, en relación con la Complutense, por haberse apropiado supuestamente de un software financiado por esa universidad y de haber firmado contratos y gastos sin autorización cuando trabajaba para ella. En qué va a quedar todo no lo sabemos aún, y menos todavía si los hechos, de ser ciertos, tienen suficiente relevancia penal. Comparar la gravedad de los dos casos, por lo tanto, me parece de momento prematuro.
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Ha habido en los últimos años una fuerte creación de universidades en todas las comunidades autónomas, y ahora, sobre todo en las gobernadas por el PP, se está produciendo un aumento de centros privados. ¿Cuál es el negocio de la universidad que tanto atrae a la inversión privada? ¿O la universidad no tiene que ser un negocio?
El negocio de las universidades privadas es la docencia, porque la investigación suele salir muy cara. Ganan dinero con las matrículas de los grados y de los másteres, cuya oferta es cada vez más numerosa. Si está bien o no que la enseñanza superior sea un negocio, es una cuestión ideológica. E igual ocurre con el resto de los niveles educativos. A mí no me molesta que existan universidades privadas, siempre y cuando quienes no pueden pagarlas tengan la posibilidad de acceder a una pública y que esta sea digna.
En la novela, relata el caso de un máster copado por alumnos procedentes de China, que apenas conocen el idioma, con el único objetivo de obtener más ingresos. ¿Sucede así en las universidades? ¿Tiene sentido esta 'industria' del máster?
En las privadas, como he dicho, los másteres son una importante fuente de ingresos. Y en las públicas lo son cada vez más también, y eso les sirve para cubrir en parte su déficit financiero. Lo que ocurre es que en ocasiones el rigor en la selección de alumnado brilla por su ausencia, y mucho más cuando los estudiantes provienen del exterior de la Unión Europea, ya que para ellos las matrículas son bastante más altas. Ese máster que recreo en Campus belli llegó a tener un 95% de matriculados de origen chino, la mayoría sin suficiente conocimiento de español, que era la lengua en la que se impartía. Un auténtico despropósito.
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El argumento de la novela gira en torno a una denuncia de acoso sexual, en el que la universidad parece más preocupada por salvar la institución que proteger a la víctima. ¿Ha conocido algún caso similar? ¿Funcionan o no los protocolos para estos casos?
Sabemos por los medios que algunos casos se denuncian y se sancionan. Pero son muy pocos. Casi siempre prevalece el miedo a las represalias académicas y al señalamiento. El entorno, en una institución tan endogámica, tampoco favorece las denuncias. Y los canales establecidos para darles cursos son efectivos sólo hasta cierto punto. El acoso, cuando se conoce fuera de la universidad, es una publicidad negativa y todavía hay quien piensa que los trapos sucios es mejor lavarlos en casa.
¿Cuánto ha avanzado la universidad en igualdad de género? ¿Siguen existiendo techos de cristal?
La universidad española tiene desde hace algunos años más alumnas que alumnos. Y no pasará mucho tiempo antes de que el profesorado sea también mayoritariamente femenino. Eso se debería reflejar en los órganos de gobierno, pero ahí las cosas van mucho más lentas. Solo una de cada cuatro universidades tiene al frente una mujer. Y la de carácter presencial más grande del país (la Complutense, de Madrid) nunca ha tenido una rectora. Que eso va a cambiar es evidente, porque la presencia femenina avanza imparable en todos los ámbitos de la sociedad. Lo que pasa es que choca que las cosas vayan tan despacio en una institución que debería ir a la vanguardia.