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"La utopía es un país que el ser humano visita todas las noches"

Juan Gelman. El premio Cervantes 2007, uno de los escritores en lengua castellana más combativo contra las injusticias, publica nuevo libro cuatro años después y lo hace con el amor por delante como centro de sus palabras y de l

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Juan Gelman está contento, casi. El Senado uruguayo aprobó hace diez días por la mínima invalidar la Ley de Caducidad, que mantuvo en la impunidad a los militares que cometieron crímenes durante la dictadura, entre 1973 y 1985. Uruguay abre las puertas a la memoria. Un mes atrás, la Corte Interamericana de Derechos Humanos había condenado a Uruguay por el asesinato de María Claudia García, nuera del poeta, y por el nacimiento en cautiverio de su hija Macarena Gelman. La historia es conocida: cuando Gelman supo que tenía una nieta, no dejó de buscarla hasta que la encontró 20 años después de su nacimiento. Pero el poeta argentino, premio Cervantes 2007, dice que no lo celebrará hasta que la ley que permita hurgar en el pasado no sea ratificada por la Cámara Baja en los próximos días.

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En plena revisión de la historia uruguaya, la suya, ha firmado desde su casa en México un extenso alegato sobre la terquedad del amor. El título, al borde del trabalenguas, El emperrado corazón amora, que publicará la editorial Tusquets el próximo 9 de mayo y, como él mismo dice en esta primera entrevista que concede por el poemario, no puede estar libre de lo que Gelman es. Sobre todo, verdad y silencio. Y amor. También amor, que apenas había levantado cabeza en su última poesía, la de su séptima década de vida, la del siglo XXI, Valer la pena (2001), País que fue será (2004) y Mundar (2007).

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"El problema de la razón es que no ha encontrado la manera de explicar la sinrazón"

Vuelve con un poderoso verbo de invención propia: "amorar", que no significa más que eso, amar, como él mismo afirma. Pero también suena a amarrar, a la resistencia a dejar de amar. No es el único neologismo que nutre el diccionario "gelmánico" en este nuevo libro: cercalejos, duelequé, entreshijo, entresueño, etc. Paradójicamente, estruja las palabras, las retuerce hasta convertirlas en otras, formadas por varias, con un significado múltiple. Y sin embargo, la claridad. Es el resultado de trabajar en un hermetismo que en alguna medida es permeable a lo humano conocido. Cree que la palabra es la única capaz de iluminar y, al tiempo, juega con su ambigüedad. Suelta en los dos primeros versos de Dobles: "La palabra no tiene hospitales / que le curen el mundo".

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"La palabra viene herida por el mundo y no tiene hospitales para que la curen", cuenta el escritor. "Así, el ser humano también viene herido de por vida al mundo por la palabra", dice dramático, en voz baja, al otro lado del teléfono. Acude Gelman a alumbrar con ella todo lo que no puede ser nombrado, todo lo que teme ser descrito, todo lo que no se sabe contar, y, sin embargo, su poesía nada en las imágenes herméticas sobre versos que funcionan como axiomas: "La salud de la razón es débil".

"La palabra viene herida por el mundo y no tiene hospitales para que la curen"

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"El problema de la razón, que es necesaria, es que no ha encontrado la manera de explicar la sinrazón. La razón termina por desechar muchas de las cosas que no logra comprender y que le parecen inútiles, pero que no lo son. A la palabra le pasa lo mismo: hay muchas cosas que la palabra no es capaz de desvelar. Los poetas tienen la capacidad de iluminar", cuenta sobre uno de los motivos que se repiten a lo largo de los casi 140 poemas del libro.

A propósito, ¿tiene Juan Gelman alguna palabra prohibida? "La palabra que a mí me da asco es asco. Jamás la puedo usar".

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Pero Gelman no es de los que se dejan atrapar. Se revuelve como sus palabras, escapa de cada clasificación, de cada aclaración concreta que trate de dar solución a sus fórmulas. Todas esas imágenes que recorren el libro, la luna, las piedras, el alma, la luz, la verdad, los caballos o las sábanas, son juegos para el lector: "Cada lector es el encargado de recrear el libro. El poema es una botella tirada al mar, quizá llegue al alma de alguien. Uno escribe lo que puede, no lo que quiere", dice.

"Este libro no tiene motivos. Simplemente, es el fruto de la necesidad de escribir. La poesía no tiene objetivo alguno, si acaso el enriquecimiento de los lectores. En poesía el motivo no existe. En prosa, sí; fíjese en el mismo periodismo", asegura el autor, que mantiene una intensa relación con periódicos y que acude con frecuencia a alimentar su blog.

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Estos días sigue en su bitácora digital los acontecimientos en Libia, la intervención militar de la OTAN y la venta de armas de Obama. Combativo y sin camuflaje, ni hablando de amor Juan Gelman, que cumplirá este año 81, se amilana: "Callar es un desierto, / mató los horizontes" (escribe en el poema Naranjas). ¿El emperrado corazón amora sigue peleando contra la desmemoria de las injusticias cometidas en el pasado? "Claro. Claro que tiene, porque todo lo tiene, como una huella que se imprimió en mí", explica.

Debe extraer de esa vehemencia contenida que disimula la fuerza para seguir en su trabajo diariamente. Dice que no sabe cómo lo hace, pero agradece su lucidez a la tranquilidad. "Hay períodos de infertilidad absoluta en los que no sale nada". Aunque pueda parecer que acaba de decir lo contrario, Gelman arranca como un volcán para asegurar que no está apaciguado, que quedará en paz cuando la Historia cicatrice: "Me voy a apaciguar cuando el Gobierno uruguayo cumpla con la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y encuentre el cuerpo de mi nuera".

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"Me apaciguaré cuando el Gobierno uruguayo encuentre el cuerpo de mi nuera"

Volvamos al amor. Volvamos a la pelea. ¿Cómo es posible que no deje de cabalgar el amor, que no se desespere? "Porque las esperanzas, los amores que pasan, el dolor por lo que sucede, el hambre, las guerras a pesar de todo eso, seguimos queriendo. Duele, sí, pero uno se emperra en querer. El corazón se emperra en seguir queriendo, vaya usted a saber por qué. El amor ha existido desde el principio de los siglos, parece que es una experiencia que se repite", cuenta el maestro. Quiere aclarar que se refiere al amor en una dimensión mayor a la que solemos referirnos, la categoría del amor de la que él habla es espiritual.

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Contra el hielo de espíritu, se pregunta entre versos: "¿Cuándo van a pagar los trabajos del viaje, / el amor que se equivoca y / no rinde en el mercado? ¿Lloverá / no lloverá? ¿Quién camina por / la tierra que arrasó su pasión, / el humo todavía?". Y entre las imágenes imborrables del libro, la que avisa de que una vida sin deseos debe ser una vida gris. El miedo a lo gris impide la renuncia, incluso en la vejez: "El deseo se resiste a abandonar los huesos".

En la conversación pregunta por el corazón del que pregunta y él apunta, añade, subraya, busca la empatía. Siempre sereno, siempre midiendo. Cree que en el corazón vive la necesidad de seguir adelante, que el amor mueve en el ser humano el deseo del cambio. El amor como motivo de la revolución. "Sí, es indiscutible, que el amor, a veces, incluye el deseo de cambiar el mundo. Este sistema capitalista es inmoral. ¿Qué tiene que ver con la ética de la gente? Es un sistema inmoral, que empieza por arriba, por la inmoralidad de los dirigentes", dice Gelman. Contra el capitalismo, una dosis doble de moral, la única escapatoria a las injusticias, aunque haya pasado a un plano oscuro y olvidado: "La moral rota solloza sin vientos, sin ramas, sin pudor", escribe.

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"El problema de la razón es que no ha encontrado la manera de explicar la sinrazón"

Precisamente, para cambiar el mundo Juan Gelman está convencido de que basta con reaccionar a tiempo: "Yo creo que las opciones de cambio se presentan. La última que está sucediendo pasa por el mundo árabe. Pasa mucho tiempo gris hasta que algo sucede". Así que mientras los acontecimientos van horadando la Historia, el hombre hace planes, sueña: "Las utopías nacen y suelen morir, pero no dan paso nunca a una peor. En general, las utopías se mejoran. Sin utopía el mundo no sería correcto: la utopía es un país que el hombre visita todas las noches. Si no, pregúnteselo a Mubarak".

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Nadie sabe lo que pasa con un verbo que no se puede declinar, pero sólo Gelman sabe qué hacer con los que no existen: "Amorar", amarra y duele. Como la muerte: "Una de las cosas que lamento profundamente de irme a tocar el violín al otro barrio es que no voy a poder seguir queriendo a los que quiero".

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