sevilla
En 1888, el arabista español Francisco Codera tuvo noticia de la existencia de un documento de extraordinario valor histórico en una biblioteca privada de Constantina. El 23 de enero recaló en la ciudad argelina con el objeto de examinar el volumen.
Codera comprobó que, en efecto, se trataba de una parte del Muqtabis, la crónica más exhaustiva y detallada de al-Andalus, escrita por Ibn Hayyan a principios del siglo XI. Solicitó una copia de aquellos 130 folios excepcionales que más tarde verificó que pertenecían a un boletín oficial de Al Razi, uno de los secretarios del califa Al Hakam II. Estaba, por tanto, ante un registro pormenorizado y casi diario de la administración califal entre los años 971 y 975, en pleno esplendor del Estado omeya de Córdoba.
La biblioteca se extinguió años después y todos sus códices desaparecieron. Milagrosamente el documento de Codera sobrevivió y quedó como único manuscrito del volumen VII del Muqtabis. La copia atravesó toda suerte de peripecias y desencadenó una tormenta en el seno de la Real Academia de la Historia, cuyos detalles no vienen al caso. Casi setenta años después, el reputado medievalista Eduardo Manzano acaba de editar un completo estudio de aquel volumen (La Corte del Califa, Crítica 2019), que representa quizás la más esclarecedora radiografía del Califato que deslumbró a Occidente.
¿Por qué eligió usted el Muqtabis, una crónica estudiada anteriormente por arabistas?
Este volumen VII lo habíamos utilizado de una forma fragmentaria. Lo que no se había intentado es hacer una descripción general de lo que ocurrió en esos cuatro años del Califato de Córdoba. Quería dar una visión completa de cómo funcionaba. Qué problemas afrontaba y cuáles fueron las contradicciones que llevaron a que acabara fracasando.
La historia del propio documento es milagrosa.
Sí. El hecho de que Francisco Codera localizara en Constantina un manuscrito al que nunca nadie había dado importancia y que poco tiempo después desapareció es lo que ha permitido que podamos acceder a una fuente tan increíblemente detallada. No conocemos ninguna como esta en todo el Mediterráneo. Ni siquiera en la corte de los califas abbasíes ni en Bizancio ni, por supuesto, en el resto de Europa.
¿Al tratarse de una copia tiene toda la fiabilidad?
Emilio García Gómez decía que había algunos errores. Pero son errores subsanables. Podemos tener garantías de que lo que se nos cuenta es fiable porque lo conocemos también por otras fuentes.
La Corte del Califa confirma el esplendor económico, político y cultural de al-Andalus. ¿Cuál es la clave del vigor del Estado omeya?
Lo primero es que es un Estado que centraliza recursos. Tiene un sistema fiscal muy bien engrasado, que consigue extenderse por todo el territorio. Y que se asienta sobre un medio social bastante homogéneo. Una sociedad muy urbana. Las ciudades ya se han convertido en lugares que articulan el territorio. De hecho, cuando el Califato fracasa el sistema no entra en crisis sino que se disgrega en pequeñas Taifas que reproducen el modelo de Córdoba.
Un sistema central fiscal que contrasta con el modelo feudal del entorno.
Claro. Los historiadores diferenciamos ahora entre sociedades tributarias y sociedades basadas en la extracción de renta. Es decir, donde hay señores que controlan sus propias rentas. Este sistema se caracteriza por su fragmentación, mientras que el andalusí es centralizado. Eso da lugar a muchas diferencias económicas y sociales.
No hay un Estado tan sólido como el andalusí del siglo X.
No. Un Estado tan bien conformado y tan consciente de su propia potencia no existe. Las sociedades del norte son mucho más frágiles y no tienen esa enorme capacidad de intervención. Eso es una fortaleza pero al mismo tiempo una debilidad. Los reinos del norte van a tener una mayor agilidad.
Algunas cosas llaman la atención en el libro. Por el ejemplo, la figura del 'sahib al mazalim', una especie de defensor del pueblo.
Es un funcionario que recibe las quejas de la población y las tramita. Y funciona. No es un cargo honorífico. Es una de las maneras donde la población puede quejarse de las irregularidades de los receptores de impuestos o de la actitud violenta de los ejércitos del califa. Esto llama la atención. El califa tomaba medidas para impedir abusos. Era consciente de la necesidad de que su base social le apoyara.
Parece una figura administrativa casi premoderna.
Yo no diría que es un defensor del pueblo. Ni hablaría de ciudadanos en el siglo X. Son conceptos un poco distintos. Lo que sí es interesante es que hay cauces a través de los cuales la comunidad musulmana puede hacer llegar sus quejas frente al mal gobierno.
Al Hakam alterna la diplomacia y la guerra en su relación con el Magreb y los reinos del norte.
Al Hakam llega a la conclusión de que la mejor manera de neutralizar los problemas con el norte cristiano es una fuerte defensa fronteriza. Y, en segundo lugar, trata de establecer relaciones diplomáticas, con la famosa política del “divide y vencerás”, e intenta fomentar los intercambios comerciales y culturales. El Califato no tiene la capacidad de conquistar el norte de la península y busca esta manera de aliviar el enorme esfuerzo militar. Sus enemigos son los califas fatimíes.
¿Qué mito sobre al-Andalus hay que desterrar para siempre?
Quizás la idea de que al-Andalus tiene que ser juzgado de acuerdo a nuestros parámetros actuales. Nunca debemos convertir la historia en un proceso judicial de civilizaciones. Debemos buscar formas de conocimiento. Las mitificaciones del pasado no son buenas. Nadie enjuicia a Cicerón por el hecho de que tuviera esclavos.
¿Y por qué sigue al-Andalus irradiando fascinación un milenio después?
Depende entre quienes. Hay quien lo considera como un paréntesis histórico que no ha tenido mayor interés. La fascinación procede del hecho de que todavía resulta difícil asumir en este país la idea de que en este mismo suelo se desarrolló una sociedad con unas pautas culturales, religiosas y lingüísticas muy distintas. Tienden a pensar que siempre ha sido todo igual. Con el mismo pensamiento esencial. Esto es lo que produce mayor sorpresa: que al-Andalus era una sociedad totalmente arabizada e islamizada, y que poco o nada tiene que ver con la sociedad actual.
¿Por qué se desmorona el Califato apenas treinta años después de alcanzar su esplendor?
Por contradicciones internas. Es una maquinaria excesivamente compleja y cara de mantener. Las noticias que tenemos sobre el inicio de la guerra civil en 1009 dicen que quien toma el protagonismo es la gente del pueblo de Córdoba, que se rebela contra sus gobernantes porque la presión fiscal es intolerable. Es difícil mantener dos frentes abiertos en el norte y otro en el Magreb. Es demasiado. Almanzor intenta hacerlo pero a costa de dejar agotada la maquinaria militar y fiscal. Hay facciones distintas que compiten por el poder y acaban minando la estructura del Estado.
¿Anticipó al-Andalus el Renacimiento europeo?
Yo creo que no. Nadie anticipa nada. Nosotros no tenemos la más remota idea de qué puede ocurrir en el año 2500. Lo que sí sorprende es la enorme vitalidad cultural. El enorme dinamismo. Produce muchas cosas muy interesantes. Es una sociedad muy viva, donde la gente está reflexionando mucho y hay un alto grado de conocimiento. Sorprende la gran eclosión, fruto de una sociedad urbana. Y cuando es más impresionante es en la época de Taifas. Se le considera una época de decadencia y es todo lo contrario. Hay entonces un grandísimo esplendor cultural, en algunos aspectos superior al Califato.
¿Por que habría una menor centralización y, por lo tanto, menor censura?
Hay algo de eso. Se ve a autores expresándose con mucha libertad, planteando cosas novedosas, cultivando géneros literarios tan increíbles como la autobiografía. En época califal, el control ideológico es bastante fuerte. Hay una cultura cortesana omnipresente. En las Taifas, los intelectuales si no estaban a gusto con un monarca se iban con el monarca de enfrente. Había mucha movilidad. Y rivalidad por tener a la gente más valiosa.
Hemos logrado ya incorporar a al-Andalus en la historia de España?
No. Y, lo que es peor, que en los últimos tiempos estamos viviendo una reacción desmesurada que está tratando de negar que al-Andalus sea comprendido como parte de la historia de España. Hay un rechazo muy militante por parte de grupos muy conservadores que están intentando reducir este periodo a la historia del islam y no de España. Es uno de los mayores errores que se puedan cometer. Y un disparate. La historia medieval de la península ibérica no se puede entender sin al-Andalus.
¿Por qué se quiere expulsar a al-Andalus de nuestra identidad?
Porque algunos están reivindicando la identidad de la Reconquista e intentan regresarnos a la época medieval, cuando realmente estamos en sociedades avanzadas del siglo XXI. No creo que los discursos medievales de Reconquista sean los más adecuados para sociedades tan complejas y diversas como las del siglo XXI. Pero bueno: ellos se lo creen.
Precisamente, el ex presidente José María Aznar dijo en 2006 lo siguiente: "España comenzó en el siglo VIII una larga batalla contra el islam para recobrar su identidad".
Esa es una postura que mantienen muchos ideólogos conservadores que plantean que hemos estado en guerra contra el islam desde el siglo VIII hasta nuestros días. Es un disparate. Primero, porque no siempre ha habido enfrentamientos. En segundo lugar, porque las condiciones históricas han variado mucho a lo largo del tiempo. Y, tercero, es una invitación a la movilización permanente. Si la respuesta que somos capaces de dar a los desafíos actuales es simplemente volver al espíritu reconquistador, lo único que haremos es profundizar en el conflicto. Nuestras sociedades lo que intentan precisamente es buscar formas de superar el conflicto y de llegar a acuerdos.
Vox acaba de rescatar el viejo concepto de la Reconquista en su propuesta ideológica.
Este es el problema. Hay gente que considera ese concepto viable para una sociedad multicultural como la nuestra, cuya esencia democrática no tiene nada que ver con los reconquistadores de época medieval.
Hay días en que parece que la vieja frontera divisoria del siglo X sigue vigente.
Claro. Pero yo no quiero vivir en el siglo X. Ni en Córdoba ni en León. Es un poco deprimente que a estas alturas haya gente que solo sea capaz de volver a un tipo de interpretación histórica que estaba vigente en época franquista. Hemos investigado lo suficiente como para tener otra narración distinta.
¿Quienes quieren expulsar al-Andalus de nuestra historia pretenden, de alguna manera, impugnar modelos de convivencia multiculturales?
Lo que intentan es imponer una narración homogénea de la historia de España, donde no hay lugar para lo diferente ni pueda provocar un cuestionamiento crítico de nuestra identidad. El conocimiento crítico está enfrentado a estas narraciones de homogeneidad. Tenemos que plantearnos críticamente quiénes somos para construir esa ciudadanía necesaria.
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