El Teatro Ford de Washington se encontraba abarrotado. Aunque la comedia musical Nuestro primo americano había comenzado, el público esperaba impaciente la llegada de Abraham Lincoln. Cuando el presidente ocupó el palco junto a su esposa, la hija del senador Harris y su marido, los aplausos pararon la obra.
Pero no sería la única interrupción de la noche. John Wilkes Booth, un actor sureño, burló las medidas de seguridad, llegó hasta Lincoln y acabó con su vida. Hacía una semana que la Guerra de Secesión había acabado, pero empezaba la venganza .
Defensores de la esclavitud
Hijo de actores emigrados de Inglaterra, John W. Booth siguió los pasos paternos, demostró sus dotes dramáticas y entró a formar parte de la compañía del Teatro Richmond de Virginia. Especializado en Shakespeare, la popularidad no tardó en llegar. La intensidad de sus representaciones y las destrezas acrobáticas le jalonaron una fama de galán.
Sin embargo, la idílica vida que se había forjado se quebró en 1861. Tras las elecciones del 6 de noviembre de 1860, Lincoln fue elegido Presidente. Las reformas que pretendía llevar a cabo provocaron el estallido de la guerra entre los Estados del Sur y los abolicionistas de la Unión. Booth se adhirió a la causa sureña y decidió luchar a su manera. El Presidente de la Unión era su objetivo.
Lincoln, en el punto de mira
Ansioso de reconocimiento, el primer plan de Booth pretendía raptar a Lincoln y canjearlo por 10.000 soldados sureños presos. Nunca lo pudo llevar a cabo, y en abril de 1865, el general Lee rindió las últimas fuerzas sureñas. Ya no quedaba nada por lo que luchar.
Desesperado por la derrota, el actor reclutó a un conjunto de conspiradores. Se reunían en una casa de huéspedes e idearon acabar con el presidente, el vicepresidente y el secretario de Estado. Para ello, contaba con tres colaboradores más que debían asesinar a los dos últimos. Booth se encargaría de Lincoln en persona.El 14 de abril, Booth se enteró de la presencia de Lincoln en el Teatro Ford. Cuando llegó, en el tercer acto, llegó hasta la puerta del palco ocupado por el presidente. Armado con un Derringer, disparó una única vez, en la cabeza. Después saltó al escenario para gritar Sic semper tyrannis (“así sucede siempre a los tiranos”). Doce días después, fue acorralado en un cobertizo. Como último delirio dramático murió entre las llamas poniendo fin al primer magnicidio de EEUU.
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