La tragedia de ser un poeta en la posguerra
Se cumplen 100 años del nacimiento del poeta Gabriel Celaya sin que haya grandes celebraciones. Los jóvenes escritores reivindican su poesía comprometida
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Gabriel Celaya (Hernani, Guipúzcoa, 1911-1991) es posiblemente el autor de uno de los versos más conocidos en España: La poesía es un arma cargada de futuro. Este el título de uno de los poemas de Cantos íberos, el libro que publicó en 1955 y que le convirtió en enseña de la poesía social, reivindicativa y comprometida. Bandera de los versos convertidos en cañones contra las injusticias. En plena posguerra, Celaya se atrevió a cantar: "Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan / decir que somos quien somos, /nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. / Estamos tocando el fondo".
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El pasado viernes se cumplieron 100 años del nacimiento del poeta vasco y, sin embargo, a pesar de su batalla y la popularidad de algunos de sus versos, la celebración pasó casi desapercibida. El Koldo Mitxelena Kulturunea organizó una lectura de su obra. Un grano en medio del desierto. Tampoco ha habido una recuperación de sus libros y hace ya casi una década que Visor publicó su Obra completa. Nada que ver con la exaltación el año pasado del centenario de Miguel Hernández, el poeta que murió en la cárcel tras luchar en la Guerra Civil.
"Celaya es un poeta de la posguerra y del franquismo y, desgraciadamente, la Guerra Civil es menos gris. Aunque fuera un antifranquista acérrimo, al final fue engullido por esa grisura", reconoce el poeta y escritor Manuel Vilas.
Juan Manuel Díaz de Guereñu, catedrático de Comunicación de la Universidad de Deusto, analizó hace un par de años la vida del poeta durante el régimen a través del epistolario que este mantuvo con León Sánchez Cuesta, el distribuidor de los libros que Celaya publicó en la editorial Norte. Son cartas remitidas entre 1932 y 1952 y en ellas queda reflejado "cómo tuvo que pelear con la situación insoportable de la dictadura. Cuenta cómo distribuir sus libros era una tarea imposible, lo que demuestra el nulo interés hacia la poesía en la España de aquella época", confirma Díaz de Guereñu.
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Celaya era un autor torrencial. Escribió más de cien libros. El último, en 1986
Celaya fue un niño que nació en una familia vasca acomodada. Estudió en los Marianistas de San Sebastián y a partir de 1928 se alojó en la Residencia de Estudiantes de Madrid, por donde poco antes habían pasado Federico García Lorca, Salvador Dalí y Luis Buñuel. Su primera poesía tenía un tono existencialista con títulos como Marea del silencio (1935), que todavía firma bajo su nombre de pila, Rafael Mújica.
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La Guerra Civil le lleva a alistarse como voluntario en el bando republicano, donde fue capitán de gudaris en Vizcaya. En 1937 fue hecho prisionero al caer la ciudad de Bilbao tras el paso de las tropas franquistas. Una vez que salió de la cárcel comenzó su transformación. El niño bien de San Sebastián que había estudiado ingeniería, que se había casado y tenía dos hijos, pasaría a convertirse en un soldado de la poesía con cambio de nombre incluido. "En 1947 pasa a llamarse Gabriel Celaya porque quería acabar con lo anterior. El detonante fue conocer a Amparitxu Gastón, con la que pasaría el resto de su vida", señala Díaz de Guereñu.
Con Lo demás es silencio (1952) inició una campaña para recuperar la memoria de Miguel Hernández y comenzó su andadura en la poesía social rematada con Cantos íberos (1955). Como los poetas Blas de Otero y Eugenio de Nora, estaba convencido de que la poesía era un arma para transformar el mundo. Llegaron los arrestos, las multas y las prohibiciones, pero jamás pensó en exiliarse. "Era un peleón. Además, Blas de Otero se exilió y luego tuvo que volver porque no resistió quedarse en París", apunta el catedrático.
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En los años sesenta y setenta rindió homenajes a Antonio Machado y a García Lorca. Viajó a Cuba y a Italia. Y siguió publicando, aunque su poesía se acercó cada vez más al experimentalismo, como demostró en Campos semánticos (1971). Después de la muerte de Franco, el peleón Celaya se presentó a las elecciones de 1977 en las filas del Partido Comunista por Vizcaya. Y, por fin, gracias a la apertura democrática, en 1982 pudo casarse con Amparitxu. Empezaron también los homenajes y los premios como el Nacional de las Letras en 1986. El enamoramiento de la Transición. Un reconocimiento que 20 años después de su muerte parece casi extinguido.
"Fue antifranquista acérrimo, pero lo engulló la grisura del régimen"
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No obstante, los jóvenes poetas actuales no quieren que Celaya caiga en el olvido. Aunque como dice el editor y poeta Ignacio Escuín, "su poesía no comulga con la corriente del momento", tiene grandes seguidores como Jorge Riechman y Roger Wolfe. Reivindican su compromiso y su lucha. Algunos tampoco olvidan su etapa órfica, la más experimental. "En 2011 cualquier intento de que la poesía tenga que ver con la realidad ya es una bendición. Y en esto, Gabriel Celaya se esforzó como nadie. Yo valoro mucho ese esfuerzo de conexión con la realidad", señala Manuel Vilas, autor de poemarios como El cielo y Resurrección. El asturiano Martín López-Vega, autor de los poemas de Adulto extranjero, y también cercano al realismo, reconoce su acercamiento al Celaya más conectado con Machado y Blas de Otero: "Él consiguió limpiar la poesía española de retórica. Ángel González y todos los que vinieron después le deben mucho a Celaya", afirma tras recomendar el poema Biografía, ese en el que el poeta parece analizar las últimas leyes del gobierno: "No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto. / No bebas. No fumes. No tosas. No respires. / ¡Ay, sí, no respirar! Dar el no a todos los nos. / Y descansar: morir".
Celaya fue un autor torrencial. Escribió más de cien libros. Nunca paró. De hecho, su último poemario es El mundo abierto, de 1986. "Esto quizá también le haya perjudicado en los últimos años, ya que se le mira con cierta desconfianza. Parece menos serio que Blas de Otero", sostiene Díaz de Guereñu. Para otros, sin embargo, es pieza fundamental para estudiar la literatura española más contemporánea, como ha hecho Ignacio Escuín: "A mí me apasiona porque es una poesía comprometida con su entorno y su tiempo. Y todo poeta debe ser hijo de su tiempo". Y eso deben de pensar millones de lectores a los que aún no se les ha olvidado que la poesía es un arma cargada de futuro, incluso en estos tiempos.