Este artículo se publicó hace 3 años.
Ha llegado el momento de invocar a Candyman
La directora Nia DaCosta y el guionista y productor Jordan Peele invocan el regreso de Candyman en una película brillante que transciende el género. Con ella rompen el silencio del ciclo infinito de violencia racista contra los negros en EEUU y proponen el recuerdo de las víctimas: "Di mi nombre".
"El monstruo del racismo lleva metido bajo la alfombra demasiado tiempo". Ha llegado el momento de destaparlo. El momento del regreso de Candyman, la encarnación sobrenatural de un hombre negro brutalmente asesinado por su relación con una mujer blanca. Candyman ha vuelto para recordar al mundo que más de 4.400 negros estadounidenses fueron linchados entre 1877 y 1950, según datos la Iniciativa para una Justicia Igualitaria. Desde principios del siglo pasado hasta los años setenta, unos 6 millones de afroamericanos huyeron de esa tortura y esa muerte, y emigraron al norte de país estableciéndose en guetos. Y uno de ellos fue el barrio de Cabrini-Green, en Chicago.
Allí nació el cuento de Candyman, el fantasma que asesina a quien le invoca con el garfio que tiene por mano. Bernard Rose situó allí la acción de Candyman, el dominio de la mente en 1992. Y fue allí, por tanto, donde creció esta leyenda urbana y donde por primera vez se rodó a un hombre negro como personaje principal en una película de terror de EE.UU. Hoy, 30 años después, el espectro vengador reaparece conjurado por Jordan Peele, uno de los cineastas negros más influyentes de los últimos años, ganador de un Oscar por el guion de Déjame salir y productor de una buena cantidad de títulos de terror que están ya entre los mejores de esta década.
Cabrini-Green siglo XXI, el artista visual Anthony McCoy, interpretado por Yahya Abdul-Mateen, se ha mudado a este barrio, donde sigue viva la leyenda urbana de Candyman. La curiosidad morbosa de unos cuantos se acelera ante una de sus obras, Di mi nombre, y empieza a repetirse el hechizo. Quien pronuncie ante un espejo cinco veces el nombre de Candyman, morirá atravesado por su garfio. McCoy, sin saberlo, forma parte del legado de dolor y sufrimiento de la población negra.
"Esta pasando ahora"
Nia DaCosta es la directora de esta secuela, inspirada como las dos anteriores en el relato de Clive Baker, Lo prohibido, y en la que se aniquila la única duda que planteaba la primera película, la de por qué un negro regresaba del mundo de las tinieblas para matar a otros negros. Candyman hoy es el vengador que encarna todo el dolor, la ira y la rabia de miles de personas negras asesinadas. "La película corrobora la directora en las notas de producción- trata de las muertes de negros a manos de blancos. Cuando oímos la palabra ‘linchamiento’, puede que nos suene a otra época del pasado. Lo que esta película transmite es que no es algo del pasado. Está pasando ahora".
Así resuenan en este relato los nombres de los recientemente asesinados George Floyd, Breonna Taylor o Tamir Rice, se reconoce la angustia ante la brutalidad policial, se perciben la indignación y el desconsuelo, se siente la tensión y la cólera acumulada durante años… Ello en una brillante película de género que reinventa la original y que lleva la singular marca de su creadora. La aportación de DaCosta a la leyenda es especial, la cineasta añade elegancia y modernidad al relato revelando la fuerza que pueden llegar a tener las historias.
Los fantasmas que han quedado
Unas sombras chinescas –preciosa contribución a la narración de esta historia- sirven a la directora para mostrar tantos años de horror, para acercarse a la violencia y brutalidad feroces, y al miedo, y al mismo tiempo para subrayar el carácter ancestral de los relatos y la manera en que estos permiten mantener vivas las herencias. "Cuando las leyendas y las historias van de boca en boca, es un buen modo de lidiar con los horrores con los que vivimos día a día".
"Quería ser cuidadosa sin dejar de ser explícita con el modo en que mostrábamos violencia contra negros en la película añade DaCosta. La película habla de sucesos espantosos que han ocurrido en la vida real y del modo en que vivimos juntos ese luto. Es sobre las historias que nos contamos a nosotros mismos para superar o entender esas situaciones. De lo que hablamos en esta película es de los fantasmas que han quedado como legado".
La gentrificación y los artistas
Fantasmas que todavía pasean por Cabrini-Green, por las antiguas viviendas sociales que se mantienen hoy aisladas, en medio de un barrio ejemplo de la gentrificación, y en las que se rodó esta película. Porque Candyman habla también de aquellos guetos que se crearon, espacios que luego el poder blanco convirtió en zonas codiciadas para la clase media alta y, en particular, para los artistas, como el personaje principal de esta secuela. "Construir casas para los pobres para después derribarlas transmite que estás a merced de los gobiernos, de los negocios, del comercio. Y tu forma de vida queda destrozada por ello. Creo que ese es el problema sistémico que exploramos en la película".
Y más allá, lo que Nia DaCosta quiere aclarar, y lo consigue, es que el dolor que ese espacio ha vivido no se puede borrar derribando torres de vidas casi en la miseria y levantando edificios limpios y nuevos. Ese dolor, como apuntan los productores, sigue viviendo allí. Hasta tal punto que los creadores de ‘Candyman’ quisieron dar voz a los residentes de la comunidad y firmaron un acuerdo con la Autoridad de la Vivienda de Chicago para desarrollar un programa educativo de cine dirigido a las jóvenes negras.
Alegorias del racismo en EEUU
Además, para esta película se buscó a artistas negros de Chicago para que crearan las obras de arte pintadas por el protagonista. Cameron Spratley y Sherwin Ovid colaboraron de esta forma en la producción. "Es difícil trasladar a una obra de arte en particular el ser un artista joven y negro, y crear un trabajo sobre la gentrificación, la brutalidad policial y todos estos temas delicados declaró el primero. Para mí fue un dilema moral mirar al sufrimiento de otros para aprovecharme como pintor y como artista".
El arte sirve perfectamente como metáfora y ayuda a convertir la película en "una alegoría del racismo en Estados Unidos", en palabras del guionista y productor. "Lo importante y especial sobre el género es que te permite explorar los horrores de la vida real en el mundo. Y aquí Nia DaCosta ha representado el terror primigenio a la violencia racial en Estados Unidos. Candyman es una figura eterna. No puede reducirse a un individuo. Es un concepto y una historia. Es el hombre del saco, y eso significa que traspasa los límites del tiempo. Queríamos coger lo que se hizo en la película original y aplicar una sensación de urgencia aún mayor; queríamos que se notara que este monstruo llevaba escondido demasiado tiempo".
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