En los últimos meses nos hemos acostumbrado a verle en acción, con la manguera a presión disparando pintura al techo, pasándolo en grande rebozado en amarillo, verde y azul, vestido de ñapas con careta, mientras daba color a la cúpula de la Sala XX de las Naciones Unidas.
En estos días hemos sabido cuánto ha invertido el Gobierno en el regalo a la ONU, cuántas personas trabajaron con Miquel Barceló durante todo un año, cómo colgaron las estalactitas del techo, qué materiales utilizaron para que no se desprendiese, cuántos kilos de pintura… datos que hablan de esfuerzo, sudor y prisas. Sin embargo, nada conocemos del Barceló tranquilo.
Jean Marie del Moral (Francia, 1952) le sigue los pasos desde hace algo más de 20 años. Ha conocido todos sus estudios, como el de tantos otros artistas a los que ha fotografiado en pleno trabajo. El primer santuario que conoció fue el de Joan Miró. Así, Jean Marie, en la intimidad de la creación, en silencio junto a ellos. Un fotógrafo en las tripas del animal, curioseando entre los detalles a primera vista más insignificantes.
Como esa pared blanca en el estudio de París, que fue variando con cada visita que hizo al pintor mallorquín. Desde 1997 las fotografías y recortes, que aparecen pinchadas sobre ella, cambian. Se mueven a saber por qué. Una pared en blanco, llena de las partículas afectivas que le hacen bailar sobre el lienzo.
En esa pared, Del Moral encontró en 2001 una frase demoledora: “Nunca abandono mis cuadros, ellos tampoco a mí. Desgraciadamente”. La frase fue borrada y la foto de Rembrandt dejó de estar junto a la de su madre, para acompañar a una de carnet del propio Barceló. ¿Estaba buscándose parecidos para intuir los límites? ¿Quería estar cerca de él, como el que se encomienda a una santa? ¿Un referente para no perderse en el camino? Quién sabe lo que pasa por la cabeza de un artista, sólo podemos saber lo que tiene pegado a las paredes de su estómago... gracias a las fotos de Jean Marie, que forman la novela fotográfica Barceló, detrás del espejo (La Fábrica Editorial).
“En el libro, Miquel aparece casi como un fantasma, detrás de todos los objetos del estudio. Busco la importancia del mínimo detalle”, dice Jean Marie, que no olvida ni uno de ellos. Es el “vestuario” de Barceló: elefantes, toros, minerales, esqueletos, recortes… “Para mí, Miquel es puro material visual, porque cerca de él veo el paso del tiempo y cómo evoluciona su trabajo”, lo explica para remarcar el valor documental que da a sus fotografías.
Es un libro de silencios, es una relación de silencios. El fotógrafo asegura que se relaciona con el pintor procurando no molestarle mientras trabaja. “Es la regla del silencio, por la que a veces ni hablamos durante horas”. Así ha fraguado la confianza que le ha hecho ser testigo de excepción de los nuevos movimientos de
Miquel en sus estudios, en torno al cuadro. “Al principio era mucho más Pollock”, recuerda. Y aparece alguna foto del jovencito Barceló trabajando de pie y en acción. “Quiero tratar de entender el misterio de cómo nace una obra en el estudio”, parece ser el motivo de todo este seguimiento.
Y sobre la relación, más silencio. Jean Marie Del Moral camina con cuidado con la cámara en las manos, procura no hacer ruido, no molestar, no marear donde no le llaman, dejar las cosas como están, pasar desapercibido… “Prefiero quedarme sin la foto si para ello debo esperar a que el artista termine su gesto”.
Dejar pasar, dejar hacer. “Esta relación de silencio es importante porque el silencio te da tiempo”, y así le permite mirar sus propios cuadros, reflexionando ante ellos una eternidad. “Me gusta dejar tranquilas las ideas que pasan por su espíritu en ese momento”, remata el fotógrafo.
Hay algo que no cambia en sus estudios de Mali, París y Mallorca. El caos. “Toda la parte técnica (pinceles, pintura, materiales, dibujos, etc) la tiene muy bien clasificada y conservada, pero con el material intelectual (recortes, naranjas que se pudren desde hace días, lo que sea) es distinto: lo deja crecer y convertirse en una fuente creativa”, explica para aclarar que en el fondo no es tan caótico. Le sorprende cómo reúne objetos y libros. “Me fascina mirarlo”, dice nuestro fotógrafo, porque reconoce ser un hombre ordenado y quizá admire que alguien pueda trabajar en semejantes condiciones.
Está claro, Jean Marie del Moral es un fotógrafo con tiempo. Llega a los lugares para quedarse, no para apuntar, disparar y salir corriendo. “Cada día se exige más a la imagen y cada día es más difícil que veamos más fotografías tranquilas, que respeten la intimidad del retratado”, advierte.
Reconoce que quien le cambió la vida fue Cartier-Bresson. Nunca le llegó a conocer, pero sí vio una exposición suya en 1968 que le hizo quedarse con la fotografía para siempre. Curiosamente, también tiene un recuerdo para los fotógrafos españoles de los cincuenta, los Masats, Catalá-Roca y compañía. “Esa fotografía ha aportado profundidad. Es una parte del patrimonio español que no se valora lo suficiente”.
Pero la conversación siempre vuelve a los estudios. Son enigmáticos, son el autorretrato de sus moradores. “Refleja quién es realmente el pintor”, dice. El de Miró lo frecuentó: “Tenía orden”. El de Picasso no lo conoció en persona, pero ha visto distintas fotografías. “Vi la libertad que veo en Miquel”.
Tal y como cuenta, cuando Barceló llega a sus estudios entra en un retiro espiritual. Para el pintor no hay nada más. Todo está ahí dentro, su vida y su pensamiento. “Sus estudios son como un alfabeto, se nota que está bien en ellos”, dice. Puede estar 16 horas trabajando. Y nada le saca de ahí, ni siquiera la fiebre.
La anécdota la recoge Jean Marie en uno de los textos que acompañan a las fotos, cuando el pintor le recibió en su estudio de Mali con unos pantalones de boxeo Everlast. La escena no tiene desperdicio: fachada de adobe rodeada de muros, una puerta de hierro con dos batientes, a 50 grados, desierto ardiente y una cara febril. “Miquel es Miquel en todo el mundo”, ni dudarlo.
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