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El camino de June Osborne hasta la cuarta temporada de El cuento de la criada que se acaba de estrenar en HBO no ha sido sencillo. Ni dentro, ni fuera de la pantalla. En el mundo real, porque la pandemia les interrumpió con solo dos semanas de rodaje y provocó que el calendario saltase por los aires. En la ficción, porque el aplaudido trayecto de Elisabeth Moss dando vida a esta criada dispuesta a hacer cualquier cosa para tumbar la dictadura teocrática que las ha convertido en esclavas sexuales ha sido largo, arduo y doloroso. Para ella, para quienes la rodean y, en ocasiones, también para el espectador. La sombra de Offred y de sus actos de rebeldía es alargada y ahora, en esta nueva tanda de capítulos, Gilead deberá hacer frente al legado de lo hecho por June y al incierto futuro que le espera como estado. También fuera de sus fronteras.
Serán 10 capítulos en lugar de los 13 habituales, pero esta nueva tanda arranca con fuerza moderada, algunas novedades interesantes y exactamente donde lo dejó la anterior. En lo visto antes del estreno (cuatro episodios) lo que plantea El cuento de la criada son las consecuencias de lo que ocurrió al final de la tercera. No solo a nivel político y social, que dará mucho de qué hablar, sino a nivel personal. Más allá de dictaduras y sistemas opresores basados en la violencia, esta es una serie de personajes. Las leyes de Gilead las redactaron seres humanos (sobre todo hombres) y quienes las sufren también lo son (especialmente mujeres).
June logró, sacrificando en el camino su integridad física, que un avión con 86 niños de la República despegase con destino a Canadá. Los ha puesto a salvo, pero ¿cómo influirá eso a la tibia política exterior canadiense? ¿Qué hará el país receptor? Y, no menos importante, ¿cómo afectará a los niños y sus familias biológicas volver a estar juntos después de tanto tiempo? Son preguntas que probablemente la protagonista no se hizo cuando movió ficha y que quizá no se haga hasta que sea consciente de las consecuencias de sus actos. Porque su brújula moral hace tiempo que se desajustó. Ante la violencia, violencia. También sacrificios, propios y ajenos, en beneficio de lo que considera un bien mayor: acabar con los comandantes y Gilead.
Todo eso está presente en esa casi primera mitad de la temporada vista antes del estreno en la que la mayoría de sus personajes siguen con su huida hacia delante. Algunos, a la desesperada, sin un colchón bajo sus pies que amortigüe su caída. Otros, con una estrategia establecida de antemano que busca salvar sus propios egos. En el primer grupo se encuentra el personaje de Moss, pero también el resto de criadas que, siguiendo su poderosa estela, deciden sumarse a su lucha y ayudarla como un faro que les guía hasta una posible salvación. Aunque en ocasiones lleguen a cuestionarla. Al otro, dentro de Gilead, Tía Lydia (Ann Dowd), Nick (Max Minghella) y el comandante Lawrence (Bradley Whitford). Ellos son parte del problema, no de la solución. Al menos, no de entrada.
Fuera de las fronteras del régimen establecido en territorio estadounidense, en Canadá, los refugiados que consiguieron salir de allí intentan reconstruir sus vidas sin olvidarse de quienes quedaron atrás. Moira (Samira Wiley) y Emily (Alexis Bledel) encabezan una de las tramas más interesantes dentro de los nuevos capítulos. Su misión es arropar a quienes llegan y que la voz de quienes luchan desde dentro no se pierda. Es complicado, pero rendirse no es una opción. Esta temporada presenta nuevas alianzas y también nuevos enemigos al abrirse más allá de las fronteras mostradas con anterioridad. Así, como se prometía en las noticias previas al estreno, Chicago cobra cierto protagonismo explorando ese reducto rebelde y mucho más hostil de lo que se podría concebir.
En cuanto a los demás protagonistas, Serena Joy (Yvonne Strahovski) y Fred Waterford (Joseph Fiennes) mantienen su propio drama familiar entre acusaciones mutuas y un giro de guion inesperado. Janine (Madeline Brewer) sigue atrapada en Gilead siendo arrastrada por los planes de June y como uno de los grandes alicientes de la serie. A veces, hasta se convierte en la voz de la sensatez. Y llama la atención el trabajo de McKenna Grace como una joven esposa capaz de pasar de adorable y tierna a terrible y violenta en cuestión de segundos.
Pese a las novedades que introduce la serie basada en la novela de Margaret Atwood, El cuento de la criada sigue fiel a lo que la hizo triunfar en sus comienzos y aferrada a su alargado camino hacia la resolución. El poder de la imagen se mantiene presente. Al igual que esa banda sonora que usa canciones muy conocidas y fuera de contexto en escenas que, a priori, nada tienen que ver con su mensaje. O, mejor dicho, dándoles un nuevo significado a sus letras. La cámara no huye de la violencia cuando considera que conviene mostrarla (aunque en ocasiones juega la carta de que es peor imaginar que ver) y son muchas las escenas en las que el impacto recae en los diálogos, en lo que dicen o dejan de decir los personajes. En definitiva, los ingredientes de siempre, los que se han convertido en seña de identidad de la serie creada por Bruce Miller.
A estas alturas del recorrido, poco más se puede decir de una ficción que tuvo dos temporadas muy buenas, flojeó un poco en su tercera e intenta recuperar la senda correcta en esta cuarta con una quinta ya confirmada. El poder de Elizabeth Moss para transmitir solo con su mirada es indiscutible y El cuento de la criada lo explota hasta la saciedad. Uno de los principales problemas que enfrenta desde hace tiempo el guion es cómo seguir justificando que June siga viva cuando otras, por mucho menos, han sido sacrificadas. A veces parece una kamikaze sin rumbo que no sufre las consecuencias más graves de sus actos, sino que son otros y otras quienes mueren a su alrededor. Mientras, ella sigue atrapada en Gilead pese a haber tenido varias oportunidades para huir.
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