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“El señorito me ha matado la milana”

‘La profesora’, de Jan Hrebejk, cuenta la historia real de una maestra de la Checoslovaquia comunista que abusó de su poder hasta extremos grotescos. Billy Wilder, Orson Welles, Mario Camus, Haneke, Coppola, Clint Eastwood… no dejaron escapar a estos déspotas.

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'La profesora'

MADRID,

Tienen poder y lo explotan con el miedo. Abusan de ese poder, de la autoridad, de su superioridad, atropellan la dignidad de los otros, son monstruos del terror social, déspotas crueles… Responsables de “manipulaciones y ambigüedades que nos encontramos a diario”. La profesora, la nueva película de Jan Hrebejk, es una historia que revela “la fuerza destructiva del miedo” y que muestra, casi pedagógicamente, cómo actúan estos personajes insanos y nocivos y cómo podemos neutralizarlos. Un trabajo impecable, tan instructivo en medio de la España de la corrupción y los abusos, que debería exhibirse en empresas, colegios, iglesias, redacciones de periódicos, comunidades de vecinos, comisarías, orquestas, compañías de teatro, de danza, hospitales, congresos políticos… incluso en pabellones deportivos.

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“Cuando lea vuestro nombre os levantáis para que pueda veros y me decís a qué se dedican vuestro padre y vuestra madre”. Una nueva profesora, María Drazdechova, acaba de llegar al colegio, un centro en los suburbios de Bratislava. Son los primeros años 80 y ella es la presidenta del Partido Comunista en la escuela. El poder que ello le confiere y la información que acaba de recabar de sus alumnos es lo único que necesita para abusar hasta extremos grotescos de todos. Peluquería y carne gratis, apaños en su casa, estudiantes limpiando todos los días su piso, favores sexuales… Todo conseguido gracias al estado del terror. Zuzana Mauréry se alzó con el Premio a la Mejor Actriz en el Festival de Karlovy Vary por su imponente interpretación de esta abusadora sin escrúpulos.

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Como dice el cineasta de Praga, “los resultados de este modelo de abuso son destructivos. Por desgracia es algo que ha existido y que todavía sigue existiendo”. Un patrón universal al que no ha querido encubrir el cine, que ha dado grandes títulos sobre ello.

"Un pobre diablo de la oficina"

La dignidad de C.C. Baxter ‘Buddy’ agonizaba, era pisoteada, aniquilada. Víctima del abuso de sus jefes, este “pobre diablo de la oficina” se sentía forzado a prestarles su apartamento para que lo utilizaran como ‘picadero’. “Deja la llave debajo del felpudo y lárgate”. Billy Wilder convirtió en 1960 este abominable ejercicio de autoridad ‘muy mal entendido’ en una obra maestra, El apartamento, con la complicidad de Jack Lemmon, en estado casi divino, tanto que se te saltan las lágrimas.

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El señorito Iván abusaba, humillaba, mataba de miseria a Paco ‘el Bajo’, a Régula y Azarías, trabajadores, o más bien esclavos, de su cortijo extremeño. El fiero poder del privilegio, el dinero, las clases altas en el macabro franquismo trituraba a los pobres, los tiraniza con el arma del terror, y Mario Camus, en una de las películas más importantes de la cinematografía española, Los santos inocentes (1984), escupía toda la ira que se había concentrado en España y la transformaba en humanidad y nobleza.

'El apartamento'

El abyecto abuso de la iglesia católica

Sin duda, la Iglesia católica ha sido una de las organizaciones que han actuado de forma más criminal en su ejercicio del poder, avalada por banqueros, políticos y gobiernos. El proceso de investigación que llevó a cabo el equipo conocido como Spotlight del Boston Glove sobre el abuso sexual a niños (1.476 víctimas) por parte de 249 sacerdotes católicos sirvió para levantar una gran película, Spotlight (Thomas McCarthy, 2015), y para comprender cuáles eran las tretas de poder y los hilos emocionales que esos individuos empleaban.

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Años antes, en 2002, Peter Mullan ganó el León de Oro a la Mejor Película con Las hermanas de la Magdalena. La Iglesia católica irlandesa puso en marcha el siniestro mecanismo de los conventos gestionados por las hermanas de la Misericordia. Acogían a chicas enviadas por orfanatos, por sus familias… que se habían quedado embarazadas, víctimas de violaciones… y las explotaban, trabajaban todos los días del año sin cobrar nada por ello, pasaban hambre, les robaban a sus hijos, las humillaban y maltrataban… Un infierno que se extendió gracias al dominio católico en el país hasta casi la entrada del siglo XXI.

El chileno Pablo Larraín dio un paso más con su película El club (2015), Gran Premio en Berlín, con la que conmocionó al público denunciando el colosal poder de la Iglesia católica, capaz de ‘proteger’ estos abusos y a sus repulsivos sacerdotes.

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'El último rey de Escocia'

Dictaduras, tiranías, reinados...

Dictaduras, tiranías, reinados… paradigmas del abuso de poder, que en el cine se han multiplicado. El último rey de Escocia (Kevin Macdonald, 2006) es una de las referencias recientes. Contundente denuncia de los excesos del sanguinario Idi Amin, presidente de Uganda, al que dio vida un estremecedor Forest Whitaker.

El mundo laboral, el franquismo y sus afines al poder, las dictaduras, la Iglesia… también las grandes corporaciones, como la norteamericana Brown & Williamson (Philip Morris) que ejerció todo su poder hasta casi arruinar la vida de Jeffrey Wigand, un científico que trabajaba en la tabacalera y que decidió demostrar y divulgar los efectos nocivos de la nicotina. El despiadado ataque contra este hombre era ejemplarizante, ‘esto te puede pasar si actúas contra nosotros’. El dilema (1999), gran película de Michael Mann, con Al Pacino y Russell Crowe espléndidos, narraba cómo el productor televisivo Lowell Bergman, que también debió enfrentarse a las ‘consecuencias’ con las que le amenazaban sus jefes, consiguió la victoria de la verdad y la dignidad sobre este abuso de poder.

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La semilla del nazismo

Situaciones que desgraciadamente se reproducen también en los esquemas familiares. Difícil contarlo mejor que Fernando Fernán-Gómez en El extraño viaje (1964), espeluznante historia del grave abuso de una hermana mayor, Ignacia, sobre sus acobardados y tímidos hermanos Paquita y Venancio.

Las consecuencias de esa dominación eran tan letales como sobrecogedoras las que provocarían los padres de una pequeña localidad del Norte de Alemania muy poco antes de la Primera Guerra Mundial y que Michael Haneke mostró en la soberbia La cinta blanca (2009). El hábito de un cruel abuso de poder del maestro y de sus padres sobre los jóvenes y adolescentes de aquel pueblo era, ni más ni menos, que la semilla del nazismo.

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Tristemente, la historia demuestra que esta vileza humana no hace ascos. El dominio del miedo agigantado por el poder cala en panaderías, peluquerías, bloques de apartamentos, reuniones de antiguos alumnos, talleres de macramé o equipos deportivos. Y si no, que pregunten a Mark Schultz –su hermano David ya no puede contarlo- sobre su época bajo el dominio del rico heredero John du Pont en la formación de un equipo para los Juego Olímpicos de Seúl.

'Los santos inocentes'

"Una oferta que no podrá rechazar"

Esto es cine. Y en la gran pantalla los que más han abusado de su autoridad y su poder han sido policías y mafiosos. De estos segundos sobra con Don Vito Corleone y su hijo Michael de la monumental trilogía de El Padrino, de Coppola. La legendaria “Le haré una oferta que no podrá rechazar”, que lanza Vito Corleone (poderosísimo Brando) a Johnny Fontane (Al Martino) lo dice todo, ahí están la amenaza, el miedo, el poder…

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Los mismos de los que abusan el oscuro capitán Hank Quinlan de Sed de mal (Orson Welles, 1958), Harvey Keitel en el papel del envilecido policía de Teniente corrupto (1992, Abel Ferrara) o el despiadado sheriff local (Gene Hackman) de Sin perdón (1992, Clint Eastwood), uno de los mejores westerns en mucho decenios. “Hay injusticias que no pueden perdonarse”.

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