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En muchas de sus conferencias, la catedrática Marga Sánchez Romero utiliza una ilustración de Arturo Asensio donde aparece una mujer prehistórica con un bebé en brazos mientras pinta un bisonte en la cueva de Altamira. Sistemáticamente, siempre se suscita entre el público la misma pregunta: "¿Y usted cómo sabe que era una mujer quien pintaba?". Y la arqueóloga invariablemente le responde con una lógica aplastante: "¿Y usted cómo puede asegurar que era un hombre?".
La anécdota figura en el libro que acaba de publicar bajo el título de Prehistorias de mujeres y que resume veinte años de investigaciones arqueológicas desde la perspectiva de género. Esa sencilla pregunta es demoledora. Su mera formulación remueve los cimientos de la visión tradicional de la prehistoria, que adjudica al hombre un papel protagonista indiscutible y relega a la mujer a una labor subalterna, cuando no inexistente.
Esa lectura patriarcal de la prehistoria arranca en el siglo XIX, según sostiene Marga Sánchez Romero en conversación telefónica desde Granada, en cuya Universidad imparte clases y ejerce el cargo de vicerrectora de Igualdad, Inclusión y Sostenibilidad. Desde entonces, la arqueología ha leído las sociedades del pasado y los registros materiales con un discurso "muy útil para mantener la desigualdad y el patriarcado".
Y en ese marco ideológico, añade la investigadora, se ha decidido que hay cosas que no hacían las mujeres en el pasado remoto y sitios donde no iban, así como que había actividades más importantes que otras, casualmente las ejecutadas por los hombres. "Yo intento desmontar todo eso", afirma. Y demuestra en el libro con datos arqueológicos empíricos que las mujeres sí desarrollaban esas actividades y estaban en esos lugares que se les ha negado históricamente.
Es más: la catedrática añade otra reflexión capital. Las mujeres no son más importantes porque hagan las mismas cosas que los hombres. La cuestión es que han desempeñado labores que "no se han valorado nunca socialmente". Se refiere a todas las actividades que tienen que ver con el mantenimiento de la familia: cuidar, parir, amamantar, alimentar o sanar.
"Y resulta que son actividades estructurales y básicas para cualquier sociedad. La historia ha decidido que esas labores no tienen importancia. En el libro, se pone de manifiesto la cantidad de conocimiento, tecnología, innovación, valor social e incluso económico que todas esas actividades asociadas a la mujer tienen. Y cómo esa invisibilización es totalmente injusta", apunta.
Marga Sánchez Romero forma parte de la red Pastwomen, integrada por investigadoras que trabajan desde hace años en construir una arqueología que incluya la perspectiva de género. Su libro, que acaba de llegar a las librerías esta misma semana, derriba algunos mitos sobre el papel de la mujer en la prehistoria. Aquí destacamos seis.
1. Las mujeres también pintaban arte rupestre
La anécdota de la ilustración de Arturo Asensio con una mujer prehistórica pintando en la cueva de Altamira no es una ficción. Hay registros arqueológicos que certifican la existencia de huellas dactilares de mujeres en pinturas rupestres. Son hechos constatados.
"Es absurdo pensar que las mujeres no han participado en actividades que llevan miles de años haciéndose en todas partes del mundo", señala Sánchez Romero. "Es una actividad colectiva y se ha originado un determinado imaginario. Pero claro: a nosotras nos hace falta presentar la huella dactilar. Y si dices que lo pintó un hombre, no es necesario que nadie lo demuestre".
Los registros arqueológicos pictóricos no solamente están sacando a la luz huellas dactilares femeninas. En muchas pinturas rupestres aparecen representadas las mujeres. El problema es que el arte rupestre está asociado a imágenes de caza y de animales. Pero hay muchas otras escenas, generalmente marginadas, que reflejan a mujeres recogiendo miel, cosechando cereal o recolectando frutos.
2. La caza no es solo cosa de hombres
Otro de los clichés asociados sistemáticamente a los varones, que los registros arqueológicos están empezando a corregir. En noviembre de 2020, se hizo público el descubrimiento de los restos de una mujer con un equipo de caza mayor en el yacimiento de Wilamaya Patjxa, en los Andes peruanos.
Los vestigios tenían 9.000 años de historia y pusieron patas arriba todas las teorías que reservaban al hombre de forma exclusiva la actividad cinegética en el pasado. El dato hizo temblar los cimientos de la arqueología convencional. Y, cuando se revisó las sepulturas de sociedades americanas, se comprobó que hasta el 30% de las tumbas que integraban ese tipo de armas de caza pertenecían a mujeres.
"No es una cosa anecdótica", puntualiza Sánchez Romero. El estudio de las poblaciones etnográficas actuales también verifica que las mujeres cazan.
La investigadora de la Universidad de Granada añade otra perspectiva. La caza no es solo lanzar la flecha y matar al animal. "Hay mucho trabajo por delante y por detrás", aclara. "Hay que conocer la ruta de los animales, azuzarlos, ponerlos a tiro, despellejarlos y descuartizarlos. Todo eso forma parte de la caza. Si tú te vas a los inuits de Alaska, te dirán: Mi mujer es una gran cazadora. Y es una gran cazadora porque hace todo ese trabajo. Aunque existe esa idea mítica de lanzar la flecha".
3. Las chicas son guerreras
Para Marga Sánchez Romero, la guerra no tiene nada de épico. Y, por tanto, no la reivindica para las mujeres tampoco. Pero en Europa hay numerosos vestigios de la Edad del Bronce con sepulturas de mujeres que exhiben heridas violentas.
"Hay cuerpos de mujeres con tajos, golpes y porrazos. Y muchas están enterradas con espadas, escudos y lanzas", asegura. "No me vale negar la participación de las mujeres en la guerra porque sí". Y no solo en el campo de batalla. También en la retaguardia. Muchas mujeres de la prehistoria se desplazaban para salvar la vida de los hijos o de las personas mayores.
4. Mujeres con poder
El patriarcado es un sistema milenario organizado en torno al hombre. Todos los indicios materiales así lo certifican. Pero, ¿hay mujeres con poder? "Sí", responde Sánchez Romero con rotundidad. "En muchas ocasiones, es la última de la lista. O la mujer de alguien importante. Acceder al poder por ella misma ha sido un camino difícil. La norma es que sean los hombres los que mandan".
Aunque hay casos que quiebran el estatus quo. "En los registros arqueológicos", argumenta la autora del libro, "vemos a mujeres con una enorme capacidad de acceso a recursos que otros hombres de su mismo asentamiento no tienen".
En el yacimiento de Almoloya, en Murcia, se descubrió recientemente una sepultura de mujer con elementos significativos de poder: adornos y diademas. "Demuestra que tenía cierto poder social". O el caso de la Dama de Baza. Los restos de la mujer enterrada están acompañados de cuatro panoplias guerreras, es decir, cuatro conjuntos de armamento. "¿Significa que era una guerrera? No. Significa que tenía una enorme ascendencia social".
5. Ellas también producen tecnología
Históricamente, se ha asociado el desarrollo de herramientas innovadoras con el hombre. Pero no es cierto. "La tecnología no es cosa de hombres. Es cosa de seres humanos", advierte Marga Sánchez Romero. Hay tecnología en la fabricación de una punta de flecha. Es evidente. Pero también en la creación de un plato de comida. O en la realización de un biberón.
"Son procesos técnicos, que se usan para adaptarnos a otras situaciones. Y es obvio que participó la mujer". Aunque avisa: "En prehistoria, es difícil sexar determinadas actividades. ¿Cómo podemos saber si la cerámica la hacían hombres o mujeres?", se pregunta.
Muchas respuestas se están empezando ahora a despejar gracias a la identificación de huellas dactilares. Otro prejuicio consiste en atribuir a la mujer la fabricación de la cerámica simple y al hombre la vinculada con el torno, mucho más compleja. Y recuerda: "El textil es también tecnología, casi siempre asociado a las mujeres".
6. El mantenimiento de la familia
Los datos disponibles indican que este tipo de actividades han sido ejecutadas primordialmente por la mujer. Y que invariablemente son relegadas como labores intrascendentes. Hay casos, sin embargo, en que los roles se intercambian.
Pone el ejemplo de algunas comunidades pigmeas en África. Aunque las mujeres están al cuidado de los hijos y del mantenimiento doméstico, cuando las poblaciones se tienen que desplazar a zonas donde hay recolección de determinados frutos, son ellas las que avanzan y los hombres los que se quedan al cuidado de la comida y de los niños. "Es decir: se trata de un rol flexible", señala la autora de Prehistorias de mujeres.
"Las sociedades hacen lo que más les conviene para salir adelante. No hay nada biológico en los papeles de género, sino que se trata de una construcción cultural".
El de Marga Sánchez Romero es un libro divulgativo, aunque cuenta con un notable aparato bibliográfico y científico."Es un libro para gente que no sabe nada de prehistoria", explica. Existe ya una profusa literatura científica sobre arqueología de género, aunque en España son escasos los títulos dirigidos al lector común no especializado. Este es uno de ellos.
Hace poco llegó a las librerías una obra francesa titulada El hombre prehistórico también era una mujer. También exploraba en estas mismas interrogantes, pero con un tono bien diferente. La prehistoria es todavía un campo de investigación plagado de incógnitas y no pocos clichés. La autora del libro trata de desmantelar algunos de ellos.
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