Este artículo se publicó hace 13 años.
Ruido, poesía y afterpop
Lee Ranaldo fue uno de los platos fuertes del SOS 4.8 Murcia, que busca ir más allá de lo que se espera de un festival de rock
Con Viña Rock, celebrado el pasado fin de semana, y el SOS 4.8, que tiene lugar estos días en Murcia, queda inaugurada oficialmente la temporada de festivales musicales en nuestro país. Puestos a buscar diferencias entre tanto festival que busca la complicidad de un público parecido y que ofrece artistas y estilos similares, el SOS apuesta por explorar además los territorios alrededor del pop, tal y como cabe esperar de un certamen que se define como "festival internacional de acción artística" y que suma las palabras "arte" y "reflexión" a las actuaciones en directo.
Dentro de este menú destinado principalmente a mover la sesera más que el esqueleto, pensado para la hora de la digestión, se encuentra Lee Ranaldo, un músico que se ha ganado a pulso el adjetivo de artista (ha ejercido de pintor y escritor y ha hecho de la improvisación y la mezcla de disciplinas un territorio fértil para la creación), más allá de su trabajo fundamental en el grupo de rock Sonic Youth. Ranaldo era ayer el cabeza de cartel del ciclo Voces, celebrado ante las butacas del auditorio, que fue inaugurado por la mañana con un encuentro de lo más sugerente: "La tierra prometida: las políticas del dance, de lo real a la utopía", con Jeremy Gilbert, Ewan Pearson y Alex Weheliye.
Ranaldo ofreció una actuación apoyada en la poesía y la música, con proyecciones de vídeo realizadas por su mujer, la también artista Leah Singer. Se trata de una versión reducida de una performance que el músico realizó anteriormente en Toronto ¡durante diez horas! Precisamente horas antes, en su Twitter, el músico se había mostrado fascinado por "el sol mediterráneo" y había dejado claro que la poesía ocupa un lugar preferente en sus conversaciones.
Ranaldo ofreció una actuación apoyada en la poesía y la música, con proyecciones de vídeo
Con el aspecto despeinado de un científico absorbido por una investigación sonora, Ranaldo basa su actuación en una guitarra colgada del techo, que manipula con herramientas como el arco de violín o las baquetas de una batería, para así conseguir que el sonido se expanda por la sala y sirva de colchón sónico mientras recita. Como un pintor ante su caballete, Ranaldo llega de descolgar el instrumento y traza con él movimientos en el aire y el suelo para jugar con la distorsión, el feedback, los acoples y zumbidos, y pintar así el escenario de ruido. Es su espacio, y por él se mueve cómodamente, pulsando pedales, cambiando los proyectores de orientación y adaptándolo todo a sus necesidades, sin las prisas ni urgencias de una actuación de rock. Las proyecciones, que juegan con las texturas de las fotografías y la pintura, añaden la sensación de que quizá el lugar adecuado para esta instalación sonora sería una sala de museo. Con todo, el público se mostró agradecido por su propuesta.
También en el terreno de la poética, lo visual y lo musical se encuentra el afterpop de Fernández&Fernández (marca artística del dúo formado por los escritores Agustín Fernández Mallo y Eloy Fernández Porta), un espectáculo que hace años nos habría traído a la cabeza una suerte de spoken word multimedia, y que hoy va más allá gracias a su uso del humor, la realidad, la ficción y el ensayo recitado de lo que no puede ser otra cosa que una radiografía del humano medio: biología de la especulación, sociedades pensadas para máquinas, amores corporativos, la realidad como fotocopia. Mientras, ellos van tirando de rock y electrónica envasados al vacío.
María Eloy-García es capaz de unir metafísica y cotidianidad en versos dedicados a su vecina
El humor es la mejor herramienta que tienen (ese glamour de las centrales nucleares al que apela Mallo, el texto sobre la clínica que cura homosexuales en EEUU de Porta) para contrarrestrar lo peor de su show, que no deja de mostrar el mismo punto débil que parte del pop que intelectualizan: cierta pose, algo de artificialidad, fruto del que está dando un concierto sin creerse una estrella del todo.
Y, sin dejar la poesía, cerró la noche en el auditorio la poeta María Eloy-García, capaz de unir metafísica y cotidianidad en versos dedicados a su vecina. O a esa cajera del supermercado capaz de poner cachondo al que la mira. De mezclar Kant y los mitos artúricos a la hora de hablar de una sopera, de describir una nevera según Rubens. También desubicada en el contexto de un festival ("¿Qué hago yo aquí?", se preguntaba tras salir al escenario), la suya fue la guinda de una jornada que triunfó llevándonos más allá de lo que se espera en un festival de rock.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.