Este artículo se publicó hace 13 años.
El reencuentro africano de la familia Zannou
El director Santiago Zannou filma la vuelta a Benín de su padre 40 años después
Finales de los años sesenta. El pintor Alphonse Zannou abandona Benín con 20 años para probar fortuna en Europa. El día de su partida, le dijo a su madre: "Volveré pronto, no te preocupes. Europa me va a dar la oportunidad que todo hombre busca durante su vida. Nos volveremos a ver pronto". Alphonse se equivocó. "Esa fue la última vez que vi a mi madre. Fue hace 40 años", cuenta en La puerta de no retorno, documental de su hijo, Santiago Zannou, que se estrena en el Festival Documenta Madrid, que arranca el viernes.
Zannou hijo, que ganó un Goya con su ópera prima, El truco del manco (2008), cuenta en su nuevo filme el regreso a África de su padre, cuarenta años después, para reencontrarse con su familia. "Se trata de captar la emoción de un hombre que vuelve mucho tiempo después a su tierra y se reencuentra con la hermana [Veronique] que dejó allí. Le tocará reflexionar sobre si fue buena idea irse o debería haberse quedado", explicó el cineasta antes de partir con su padre hacia Benín. Alphonse, por su parte, contó antes del viaje que nada más pisar Europa se dio cuenta de algo: las cosas en la tierra prometida no eran como se las había imaginado. Para empezar, no todos los blancos eran ricos. Y algunos, incluso, trabajaban de basureros. "Pensaba que eran trabajos que desempeñaban sólo los negros. Cuando se lo conté a mis familiares pensaron que me había vuelto loco en Europa".
Ahora, con la película terminada, toca hacer balance de un viaje que se convirtió en una montaña rusa emocional para un Alphonse atormentado por los remordimientos: nunca más volvería a ver a su madre, fallecida unos años antes. "El filme habla sobre enfrentarse a la pena. Hay que saber vivir con ella y poder contarla, para sobrellevarla mejor. Todos tenemos derecho a equivocarnos. Y a pedir perdón", razona Santiago Zannou.
Todo acaba llegando. La clave, según cuenta Alphonseal final del filme, es armarse de paciencia. "Un inmigrante tiene que tener muchísima paciencia. Con el paso de los años uno acaba alcanzando la paz. Mi padre ha cerrado un círculo llevando a su hijo a su tierra natal", cuenta el director.
La película ha funcionado, pues, como terapia familiar. "He podido perdonar a mi padre. Entiendo mejor esos silencios que veía de pequeño. Esa tristeza. Los inmigrantes son los grandes héroes del siglo XXI", zanja.
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