Un pirata arrogante en escena
Soy Willy DeVille, y vengo de las calles. Conozco cosas de las que nunca habéis oído hablar y ¡podéis iros todos a tomar por culo!"
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Soy Willy DeVille, y vengo de las calles. Conozco cosas de las que nunca habéis oído hablar y ¡podéis iros todos a tomar por culo!". Arrogante, presumido, elegante rey criollo, DeVille hizo un arte del concierto-bar. Ofrecía un show peculiar en la que aplicaba los registros más poderosos del rithm and blues y el swing sureño, al que acompañaba de su afrancesamiento estético y el atuendo de tahúr nómada del Salvaje Oeste.
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Todo aquello venía, como él mismo reconoció en una entrevista en 2006, por puro romanticismo. "En la cultura bohemia americana, París era una meta. Queríamos ser como Hemingway, como Rimbaud o Baudelaire Luego escuché a Edith Piaff, que era una fuerza de la naturaleza y cuya vida fue estremecedora". Enamorado de París, "una hembra espléndida que jamás podré hacer mía", DeVille se imaginaba a sí mismo degustando un vaso de absenta en un café de Montmartre.
Willy cambió las chaquetas de cuero y las tachuelas por chalecos y botas de cowboy, y forjó su propio personaje: mal encarado, traje negro, bigote, anillos, fumar melancólico... elementos que encajaban en su rock blusero de voz rota. Además del look canalla, su puesta en escena jugaba con la alquimia orquestal del piano, doble bajo y guitarra. Se acompañaba de saxofonistas y acordeonistas, alternando acústicas y eléctricas en conciertos en el que creaba silencios que ponían a prueba la imaginación del espectador. "He descubierto que el silencio puede llegar a ser más potente que cualquier rock", aclaró en una ocasión. Dejó otra interesante profecía: "Sé que venderé muchos más discos después de muerto".