Este artículo se publicó hace 3 años.
'La Panadera', historia de una mujer humillada
Un vídeo de contenido sexual es difundido sin el consentimiento de la mujer que lo protagoniza. La dramaturga Sandra Ferrús aborda sobre las tablas del CDN la culpa social y los prejuicios en torno a la libre sexualidad femenina.
Madrid-
Cuenta la dramaturga y actriz Sandra Ferrús que la La Panadera se le apareció mientras leía una noticia en el periódico. "De repente me corre por la columna vertebral el miedo: dolor de tripa, el diafragma se me encoge y dejo de respirar". Surgen entonces un puñado de preguntas, como en trompa: ¿cómo estará?, ¿tendrá apoyo?, ¿tendrá hijos?, ¿tendrá familia?, ¿cómo estarán?, ¿tengo yo algún vídeo de esas características? Quizá siendo joven.
Lo que Ferrús estaba leyendo era una información relativa a una mujer cuya intimidad pasó, de un día para otro, a estar en boca de todos. Una mujer humillada por un vídeo de contenido sexual difundido sin su consentimiento. "Sin casi darme cuenta, me puse sus zapatos: la sensación de desnudez, de horror, de intimidación...", explica la directora valenciana que, junto a César Cambeiro, Elías González, Susana Hernández y Martxelo Rubio, protagoniza La Panadera, hasta el 7 de marzo en el Teatro María Guerrero.
Ferrús va tejiendo una trama conforme se acerca a la zona cero de esa humillación. El momento en el que la intimidad de una persona deja de pertenecerle, víctima del juicio ajeno y la culpa social. La sentencia ya está dictada, son los mensajes cibernéticos sin piedad que, escondidos tras perfiles sin nombre, opinan, se mofan, y deshumanizan lo más sagrado. Imagine que es su propia vida la que está expuesta.
Y así es como Ferrús da con Concha, La Panadera. Una mujer que ronda los cuarenta, que está casada y que tiene dos hijos. Una mujer que hizo su vida y que no le debe nada a nadie, pero que, de buenas a primeras, se ve protagonizando un vídeo sexual difundido por su pareja de hace 15 años "Ella es una mujer que tira hacia adelante, Concha me da mucha envidia, tiene muchísima luz, es una mujer poderosa a la que le tiemblan los cimientos y tiene una resiliencia envidiable", apunta Ferrús.
La desnudez, la rabia, la impotencia, la vergüenza y el dolor salpican a todos sus seres queridos. Su entorno familiar padece junto a Concha la situación. Desde su padre, Ramón, un hombre de campo, nacido en el treinta y ocho, a su hijo, Gael, un niño de once años, al que trata de ocultar lo acontecido, pero que sabe manejar un ordenador infinitamente mejor que ella, hasta su marido, Aitor, que intenta acompañar a Concha en el dolor, pero que no puede evitar dejarse invadir por el juicio social.
"Concha está muy bien acompañada, de una manera muy real, no hay superhéroes, no hay buenos ni malos, hay humanidad". Y es precisamente esa humanidad la que confiere a esta obra peso específico, sin caer en maniqueísmos pero denunciando, también, los enormes prejuicios que todavía hoy existen en torno a la libre sexualidad femenina.
Así las cosas, no queda otra que armarse de sentido, tomar conciencia y tratar por todos los medios de parar la cadena. La lucha de Concha es, en cierto modo, un deseo por humanizar las redes, calibrar el poder que tenemos a golpe de click y no ser cómplices de un escarnio.
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