Mujeres en la guerra, contagiadas de muerte
El joven cineasta ruso Kantemir Balagov dibuja el retrato de la devastación y el destino de las mujeres en la guerra en ‘Una gran mujer (Beanpole)’, una película que arropa momentos perturbadores con una gran belleza visual.
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MADRID,
“La guerra femenina tiene sus propias palabras. En esta guerra no hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana”, dijo la Premio Nobel Svetlana Alexievich el año pasado en una entrevista en la que hablaba de su libro La guerra no tiene rostro de mujer. Uno de los personajes reales de esta obra, una artillera antiaérea rusa, inspiró el segundo largometraje del jovencísimo cineasta Kantemir Balagov (28 años), Una gran mujer (Beanpole), impresionante retrato del destino de las mujeres en las guerras.
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Casi un millón de mujeres combatió en las filas del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial. Entre las supervivientes, algunas regresaron a su casa, a Leningrado, muy poco después de que la ciudad viviera sus infernales 872 días de asedio, uno de los más crueles de la historia. La película de Balagov es la historia de dos de estas mujeres, emocionalmente en ruinas, paralizadas psicológicamente, obligadas a encontrar algún sentido a la vida después de contagiarse de muerte y forzadas a aprender a vivir de nuevo. La devastación de la guerra sin una sola secuencia de batallas.
Rigor y belleza
“¿Qué le sucede a una persona que se supone que debe dar vida después de haber pasado por las pruebas de la guerra?” Es la pregunta que se hace este cineasta, capaz de profundizar con intensa gravedad en el destino de las mujeres en las guerras, de mostrar situaciones casi insoportables y de revelarlas con un rigor y una belleza de imágenes tal que hace que sea imposible apartar la mirada de ellas.
Una gran mujer (Beanpole), que le valió a Balagov el Premio a la Mejor Dirección y Premio FIPRESCI en Un Certain Regards en el Festival de Cannes, atraviesa al espectador desde las primeras imágenes. Iya, una mujer que destaca por su enorme estatura, se queda ‘congelada’. Víctima de un severísimo síndrome de estrés postraumático, sufre estos episodios, paralizada, con su conciencia atrapada en la atrocidad humana. No es la mejor condición para alguien que tiene que cuidar a un niño, el hijo de Masha, su compañera en la batalla.
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La tragedia sucede y el niño muere. Cuando Masha vuelve de primera línea y descubre lo ocurrido, en su propia incapacidad para vivir, echa cuentas y decide que Iya le debe un hijo y que éste es la única manera que tienen ambas de liberarse del olor, la memoria y el sentimiento de la muerte. Viktoria Miroshnichenko y Vasilisa Perelygina, dos debutantes sorprendentes, son las protagonistas.
El lado femenino
“Estoy interesado en el destino de las mujeres y especialmente mujeres que pelearon en la Segunda Guerra Mundial”, escribe el director en las notas de producción de la película. Una historia en la que todo es muerte y todo es voluntad de vida, en la que después de una guerra cuesta mucho menor morir y matar que vivir y engendrar vida nueva.
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“Lo más conmovedor fue el lado femenino de esto porque antes no sabía sobre el papel de las mujeres en la guerra. Antes de leer el libro, pensé que las mujeres solo estaban sirviendo en los centros médicos y hospitales, pero cuando supe más, y la cantidad de sacrificios que hicieron, me quedé impresionado. Quería mostrar al público de la misma edad que yo ese lado femenino porque en las películas rusas modernas nadie lo muestra realmente”, explicó Balagov a la revista Script.
Una herramienta inmortal
En esas mismas declaraciones, el cineasta afirmaba con gran convicción que el cine es una “herramienta de la inmortalidad” y que las mujeres y los hombres que están en su película “son inmortales”. Por ello, no hay en Una gran mujer (Beanpole) una sola imagen de Stalin, de Lenin o de cualquier otro símbolo comunista tradicional. “Este tipo de (representaciones de) personajes políticos no merecen esta inmortalidad, en mis películas al menos”.
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Narrada visualmente con una precisión y una coherencia con el contenido portentosa, Kantemir Balagov aprovecha colores reales de aquella época para delinear el estado emocional de sus personajes. Y entre espacios que reproducen la montaña de desolación que era entonces Leningrado, restallan rojos, ocres y verdes saturados, los colores de la sangre y el óxido, las heridas y de la vida y la esperanza.
Una gran mujer (Beanpole) confirma lo que prometía Kantemir Balagov en su ópera prima, Tessnota, que también se alzó con el Premio FIPRESCI en Un Certain Regard en Cannes. Discípulo, aventajado sin duda, del gran Aleksandr Sokurov, se advierte en el trabajo de este joven cineasta su conocimiento y amor por los clásicos del cine y por la mejor literatura. Referencia que sostienen una creatividad con un sello personalísimo. Hay en sus dos películas poderosas imágenes, una sensibilidad extraordinaria y, muy especialmente, un apego incondicional y una empatía maravillosa con el ser humano.
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