Este artículo se publicó hace 16 años.
El Mr. Hyde que habita en Tornatore
‘La desconocida’ engrosa la filmografía más oscura del cineasta italiano
El cine de Giuseppe Tornatore (Sicilia, 1956) se debate entre dos corrientes: una amable, herencia del neorrealismo italiano; y la menos conocida, compuesta por thrillers de personajes oscuros. Su última película, La desconocida, pertenece al segundo montón y engrosa una filmografía de cintas claustrofóbicas y miedo psicológico inaugurada en su primer largometraje de acción, El camorrista (1987), y perpetuada en Pura Formalidad (1994). “Mi carrera es un zig zag. Cambiar me gusta, me divierte. No podría hacer siempre lo mismo”, reconoce.
La desconocida llega a las salas españolas abanderada por cinco premios David de Donatello y un European Film Award concedido por el propio público. El sello de Tornatore se percibe en la estrecha comunión entre imágenes y música –una vez más, confiada a Ennio Morricone– y en su obsesión por el voyeurismo. “Mirar a través de un agujero es el emblema del cine y la curiosidad es el principio de todo. Mis personajes son curiosos por motivos diversos”, admite.
La cinta que ahora presenta es la historia de Irena, una mujer extranjera que huye de un ambiente de esclavitud y violencia y se desplaza a Milán para comenzar una nueva vida, en la que –a su pesar– tendrán cabida los fantasmas del pasado. Como padre de su propia criatura, Tornatore justifica a su bestia: “Es una muchacha a la que se le ha robado el derecho de vivir su propia feminilidad, a la que se le ha destruido el más mínimo residuo de amor propio. Hasta que se siente con fuerzas para emprender una revolución personal con el único lenguaje que conoce, la violencia. Me gustaba contar esta historia desde el punto de vista de ella y sólo de ella”. El tiempo transcurrido entre su último rodaje (Malena) y La desconocida ha sido el intervalo más largo de toda su carrera; un hecho que prueba su enemistad con las prisas. Varios ingredientes le son indispensables para crear una historia en la que confíe plenamente: investigación, invención, reflexión y tiempo.
Tornatore tardó casi dos décadas en escribir el guión. En el 87 un suceso acaecido en Calabria le proporcionó el inicio de la historia, pero le faltaban las circunstacias de la protagonista; algo que construyó en los últimos diez años inspirándose en la trata de blancas de las mafias del Este, el flujo migratorio y en el comercio de órganos. “Me temo que la violencia forma parte del ser humano. El mercado clandestino de los nacimientos es mucho más amplio de lo que pensamos”, reflexiona.
La película funciona porque ofrece al espectador pistas sobre las que cimentar hipótesis y porque mantiene un tenso equilibrio entre realidad y delirio. “Supongo que las relaciones humanas y sentimientos verdaderos como el amor pueden salvarnos de la locura”, avanza con timidez. Si bien la historia podría crecer hacia diversos finales, el director siempre tuvo en mente el mismo, que hoy por hoy se le antoja “uno de los más amados” de toda su filmografía por la redención personal que sugiere.
El cineasta acaba de finalizar el rodaje de su próximo filme, Baaria (forma dialectal de Bagheria, su pueblo natal), en el que vuelve a evocar el ambiente rural de la Italia meridional de mediados del siglo XX, como ya hiciera en Cinema Paradiso (1989), Están todos bien (1990), El hombre de las estrellas (1995) y Malena (2000). Protagonizada por Monica Bellucci, Baaria está en fase de postproducción. Además, Tornatore trabaja ya en el guión de otro proyecto inédito. Con una agenda apretada como la suya se reconoce desestabilizado. “Estoy obligado a volver atrás continuamente, resulta cansado pero estoy acostumbrado. Cuando hice Cinema Paradiso me dediqué un año entero a promocionarlo mundialmente”, recuerda.
Por cómo habla de su cinta más premiada, no parece que le guarde rencor alguno por eclipsar al resto de su carrera. Así, el personaje de Totó se cuela ocasionalmente en sus reflexiones sobre el séptimo arte y demás anécdotas hitchcockianas. “La última vez que salí en mi propia filmografía fue en Pura Formalidad. El ojo que mira a través de la cerradura a Depardieu es el mío, pero nunca podría dirigir y actuar en un mismo filme. En cuanto me pongo ante la cámara siento el deseo de querer estar en la otra parte”, comenta. Aunque sea para sembrar suspense e interrogantes, como en este caso, el voyeur que lleva dentro no descansa.
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