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Movistar+ 'Vergüenza' y otras comedias que ni son para todos los públicos ni lo pretenden

‘Vergüenza’ enarboló en su nacimiento la bandera del humor incómodo como otras lo hacen o han hecho con la del absurdo, el brutal, el negro, el escatológico… El humor no es universal y por eso cada espectador tiene que encontrar cuál le va mejor. Hay casi tantos tipos como personas.

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Javier Gutiérrez y Malena Alterio vuelven a protagonizar la segunda temporada de la serie 'Vergüenza'. /Tamara Arranz/ Movistar+

MADRID,

Cuando Vergüenza se presentó al público hace ahora un año, una de las combinaciones más usadas para hablar de ella tanto por sus creadores como por el resto del equipo fue la de una “comedia incómoda”. Lo era, como otras antes, pero su estreno en 2017 supuso un aire distinto para un género que en España suele moverse más bien por otros derroteros, los del costumbrismo y el humor más al uso, por decirlo así. Hacer reír siempre ha sido más complicado que hacer llorar y en una serie como Vergüenza, donde el tono que se usa es tan poco usual, aún más. Porque la que este viernes estrena su segunda temporada en Movistar+ no es para todos los públicos. No es Friends. Tampoco Los Simpson. Ni lo pretende. Está pensada solo para aquellos que son capaces de encontrar graciosa la vergüenza ajena.

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Como en The Office, Louie o, incluso y salvando mucho las distancias, Miranda. No es un ámbito tan habitual el del “humor incómodo” y en esta segunda temporada hay una especie de salto. Al menos en los dos primeros episodios, en los que el protagonismo de lo vergonzoso recae más en el personaje de Malena Alterio que en el de Javier Gutierrez. Incluso hay un padre que entra en escena poniéndose a su nivel. Ahora que los protagonistas se han estrenado en la paternidad se ha abierto un nuevo abanico de posibilidades bochornosas para los guionistas, Álvaro Fernández-Armero y Juan Cavestany. De eso va esta serie, la que fuera una de las primeras producciones propias de Movistar+.

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Alterio y Gutiérrez siguen siendo los dos grandes puntales de la producción. Dos actores con un gran talento para la comedia (y el drama) que puede que para muchos no sea suficiente. Quienes no están acostumbrados a este tipo de humor es más que posible que pasen un mal rato ante la pantalla viendo meterse en un charco tras otro a este fotógrafo de bodas, bautizos, comuniones y menús de restaurante de barrio que se cree un artista con la cámara. Al final, y tras la primera temporada, ha acabado arrastrando a su mujer, capaz de provocar situaciones de lo más embarazosas y desastrosas al mismo nivel que el padre de sus hijos. Para disfrutar Vergüenza hay que entrar en su juego y no es fácil.

The Office, en su versión británica, funcionaba muy bien en ese sentido pese a que el personaje de Ricky Gervais era realmente desagradable en la mayoría de situaciones en las que se veía envuelto. Por suerte, tenía unos secundarios que lo arropaban y hacían que sus meteduras de pata fuesen más llevaderas para quien se situaba al otro lado de la pantalla. Eran la voz y el rostro del espectador dentro de aquella oficina. Y lo mismo con el remake americano protagonizado por Steve Carrell, que demuestra la teoría de que el humor no es universal. En Estados Unidos, donde lo británico gusta mucho -véase el fenómeno que fue Downton Abbey-, hicieron su versión adaptándola a su propia idiosincrasia. Unas veces estas decisiones se responden a la obsesión por americanizarlo todo (Sherlock-Elementary) y otras, como es el caso, porque funciona mejor para su público.

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Louie, la historia de ese cómico divorciado con dos hijas capaz de sonrojar a cualquiera y meter la pata una y otra vez, es otro de los títulos que siempre surgen cuando de humor incómodo se habla. En Miranda también había un poco de eso. Aquella serie británica de 2009 que contó con cuatro temporadas y giraba alrededor de Miranda Hart tenía algo de ese reírse a costa de la vergüenza ajena. La diferencia es que esta treintañera algo torpe y metepatas que estaba enamorada inevitablemente de su mejor amigo, Gary (Tom Ellis), despertaba más simpatía que los protagonistas de Vergüenza o el jefe de The Office. Igual que Paquita Salas, a la que es imposible no coger cierto cariño y hasta lástima. Hace el ridículo muchas veces, pero tiene un corazón y una buena intención tan grandes que la hacen enternecedora. A la pobre todo le sale mal. Poca empatía despierta, al contrario, la protagonista de Insaciable, otra comedia poco cómoda.

Absurdo, salvaje, escatológico… 

Igual que el humor incómodo no gusta a todos, ocurre lo mismo con el que tiende a lo escatológico -Mr. Bean sabe de qué va el asunto y Paco León lo maneja muy bien en algunas escenas de Arde Madrid - o el que tira más del absurdo, disparatado y/o lo salvaje. En este segundo saco hay un buen puñado de títulos que son de lo mejor que se ha estrenado en las últimas temporadas pero que, como reza el título, no es apto para todos los públicos. Happy, Dirk Gently y The End of the F***ing World son muy de este estilo. Cada una a su manera y con ingredientes diferentes entre sí. A una parte del público le parecerán verdaderas obras maestras del humor, mientras que otros serán incapaces de comulgar con sus historias disparatadas, sin sentido a veces o muy bestias.

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En el extremo opuesto de lo disparatado y con un toque un poco más blanco que las mencionadas antes estaría la candidez y el redescubrir el mundo de Kimmy Schmidt, la chica que pasó de adolescente a adulta en un búnker y que cuando fue devuelta a la superficie decidió vivirlo todo como si fuese de un cuento lleno de colores y unicornios. Su ingenuidad se mantuvo intacta bajo tierra y eso es lo que la hace tan especial y divertida, aunque a algunos les descoloque su inmadurez y su positivismo exagerado. Ella es así. Por eso es tan genuina.

En realidad, que una comedia guste a todo el mundo es altamente complicado. Lo que funciona para determinadas personas, a otras les puede resultar una patochada. El humor no es homogéneo, está lleno de matices y tonos. Quizá hubo un tiempo en el que lo fue, cuando el espectador era más ‘inocente’, con menos bagaje audiovisual y que un tipo tropezase y se cayese hacía reír a todos por igual. Hoy en día no es tan sencillo. Siempre habrá alguien que prefiera lo a veces absurdo de Dirk Gently, lo bestial de Happy, lo escatológico de Mr. Bean, lo incómodo de Vergüenza, la candidez de Kimmy, el costumbrismo de La que se avecina, el humor negro de Maniac y Félix o el inclasificable de Ricky and Morty.

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Todo el mundo llora con This Is Us, aunque se reniegue de ella por su sentimentalismo excesivo y manipulador, pero en cuanto a las risas no existe consenso. Lo hubo con Friends, quizá, y con aquellas comedias de situación míticas estadounidenses de otros tiempos de las cuales ahora muchas no pasarían el corte de la risa no enlatada. El mejor ejemplo, Madres forzosas, que triunfa en Estados Unidos pero a este lado del charco, no. Sin embargo, Padres forzosos, su génesis, era una de esas sitcoms que funcionaban a finales de los ochenta y noventa. Hoy en día, con un menú tan amplio, el humor se ha polarizado y es difícil encontrar títulos como Las chicas de oro o El príncipe de Bel Air, que gustaron a todo el mundo -salvo raras excepciones- y que en la actualidad siguen haciéndolo a muchos.

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