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La Movida de Trillo: chupas, cardados y pertenencia

La exposición del artista gaditano en el CA2M revisita su particular mirada de la cultura juvenil. La muestra reconstruye sus dos primeras citas expositivas en la galería Ovidio y la Sala Amadís a principios de la década de los ochenta.

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'Leicester Square, Londres, 1981', por Miguel Trillo.

madrid, Actualizado:

Escribe Aira en su libelo Sobre el arte contemporáneo que la obra se vuelve obra de arte en tanto se adelanta un paso a la posibilidad de su reproducción. Una carrera en la que —explica el argentino— el artista contemporáneo sigue adelantándose, sigue un paso adelante, y pone su ingenio en conseguir que su obra “contenga un aspecto, un costado, una punta, que siga oculta aun a la más novedosa y exhaustiva técnica de reproducción”.

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La obra del fotógrafo gaditano Miguel Trillo es, en cierta forma, buena muestra de ese intento por buscarle las vueltas a lo establecido, por zafarse de la voracidad reproductiva que convierte en normativo todo cuanto encuentra a su alcance. Miguel Trillo. Doble exposición —hasta el 22 de octubre en el CA2M— revisita las dos primeras muestras individuales del artista: Pop Purri. Dos años de música pop en Madrid, en la Galería Ovidio (1982), y Fotocopias. Madrid-London, en la Sala Amadís (1983).

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Tímidos o desafiantes, los protagonistas eligen sus confesiones ante el objetivo

Trillo, alineado con la corriente neosurrealista antes del feliz deslumbramiento, se topó con un nuevo modo de mirar y decir a principios de los 80 coincidiendo con la eclosión de la cultura juvenil en el Madrid de la nueva ola. Ya no era necesario construir “lo fantástico” ante su lente, bastaba con dejarse caer por un concierto y ver desfilar a punkis, revivals, mods, skins, teddy boys y androginia diversa. Lo real se tornó imaginario y ahí estaba Trillo para contarlo.

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Es entonces cuando la idea de pertenencia empieza a sobrevolar su obra. Más que captar la contracultura de un determinado momento, lo que hace es documentar “sujetos que intentan ser”, una labor casi antropológica en la que muestra el anhelo generacional de diferenciarse pero también de forma parte de algo. Tímidos o desafiantes, los protagonistas eligen sus confesiones ante el objetivo, quieren ser mirados y negocian sin rubor los términos de dicha representación.

Trillo enfatiza la necesidad de transmitir por encima del cómo hacerlo

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El resultado son dos muestras cuyo valor artístico no tenía que ver con pericias técnicas o acabados profesionales. Tampoco con un montaje o una calidad predeterminada. Más bien al contrario; fotocopias en color baratas, de textura granulada y gama cromática limitada. El contenido sobre la forma, y la técnica como manifesto. Con el do it yourself en la retina, Trillo enfatiza así la voluntad de contar, la necesidad de transmitir por encima del cómo hacerlo.

Una evolución —y una renuncia— que el autor también llevó a lo expositivo. Lo hizo a través de dos muestras que supusieron un desafío a los modos en que la fotografía era exhibida durante los ochenta. Fotocopias fanzineras sujetas con celo de colores sobre un muro recubierto con plástico negro, así plantó cara Trillo a la incipiente institucionalización de la fotografía, un proceso que primaba las ediciones limitadas y los marcos relucientes.

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