Con 15 años quería ser actor o bailarín y para pagarse las clases empezó a trabajar en un taller de costura. Allí descubrieron su talento, durante un tiempo siguió aprendiendo junto a Christian Dior hasta que rompió los corsés de la alta costura y se convirtió en uno de los precursores del prêt-à-porter, un estilo que democratizó la moda en todo el mundo. Pierre Cardin (Venecia, 1922) cuenta la historia de su vida con una naturalidad que huye de la falsa modestia, habla con el entusiasmo de los que han vivido mucho y todavía conservan la ilusión de realizar nuevos proyectos. '¿Por qué un trabajador cualquiera no puede vestir como un ministro?, eso es lo que me pregunté cuando lancé la primera colección de pret à porter', contaba ayer a Público. El hombre que en los sesenta se atrevió con un traje hecho en un molde está estos días en Barcelona ocupado con el desfile que hoy cierra el salón de moda 080, dando conferencias e inaugurando la cátedra que lleva su nombre y que promueve la ESCAC, la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya.
Cardin admite sin pudor que con la moda ha ganado el dinero suficiente para poder ser un mecenas de los de la vieja escuela. En París, el Espace Cardin, equipado con dos teatros, salas de cine y exposiciones, sigue siendo un escaparate de referencia de lo que sucede en teatro, música y danza. Este amante del color que interpreta la moda como un diálogo entre culturas entró en el mundo del espectáculo de la mano de Jean Cocteau. Gracias a los ingresos que le brindaban sus variopintos diseños pudo acoger a la bailarina Maia Plissetskaia cuando la acusaron de comunista y se le cerraron muchas puertas. En los setenta brindó oportunidades a unos desconocidos Alice Cooper, hizo brillar a Marlene Dietrich (a quién considera una buena actriz pero 'un poco ofensiva'), apoyó a Renata Tebaldi, Passolini, Jeanne Moreau... y lanzó a la fama Les Ballets Peter Goss, uno de los pioneros de la danza gestual.
En 45 años, Pierre Cardin ha producido más de 500 espectáculos, y a lo largo de su carrera se ha relacionado con Edith Piaf, Camus, Visconti y Salvador Dalí, con quien entabló amistad y le consiguió unas hormigas venecianas para una de las performances del genio de Cadaqués. Uno de los que ayudó a engordar la fama internacional del surrealista fue Cardin, él es el productor de la comedia musical Dalí follies, que se representó incluso en Rusia y Japón. Allí viajó por primera vez en 1957 ('por aquel entonces se tardaba 48 horas en llegar', recuerda).
El trabajo le ha permitido viajar por todo el mundo, y además de hacer negocios también ha explotado una faceta diplomática: la Unesco le nombró embajador de Buena Voluntad, y no dudó en visitar Chernóbil después del desastre. A este conversador afable hay pocos temas que le hagan fruncir el ceño, pero uno de ellos es la política y la falta de libertad que hay en algunos países. 'En 1963 viajé a China, siempre había creído en su pueblo porque ha sufrido mucho y había creado una filosofía; pero allí tuve una gran desilusión porque vi que el comunismo, que el socialismo, no son posibles; son ideologías bonitas que persiguen la igualdad, pero no son realistas. Por eso me considero un capitalista', concluye.
A pesar de la que está cayendo, el primer modisto occidental que presentó sus modelos en la Unión Soviética no pierde el optimismo. 'En la vida todo es cíclico, todo pasa y los artistas siempre saben darle la vuelta a todo. Nada es fácil en la vida, y uno de los problemas es que esperamos demasiado de los demás', argumenta. También cree que la cruda actualidad hará reflexionar a la sociedad sobre el sentido de la vida, y frenará los deseos de siempre querer más. En ese sentido, el colectivo que le despierta más esperanzas es el de los científicos: 'Los admiro porque son genios, son los únicos que pueden salvar a la humanidad'.
Para él 'lo más importante en la vida es creer en algo', y sus algos son la moda y el arte. 'Aunque se considere superficial, la moda es necesaria. Piensen en un hombre desnudo en la mitad de un desierto, no tiene identidad, nada que le defina. La ropa ayuda a construir una identidad', sostiene. Respecto al arte, a sus casi 90 años quiere culminar su legado haciendo realidad el Palais Lumière, un edificio de apartamentos cuya fachada se asemeja a uno de sus vestidos, en Venecia. Un laboratorio creativo para que, cuando él ya no esté, los artistas puedan seguir empujando.
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