Este artículo se publicó hace 15 años.
"Me han expulsado de todos lados"
Cristina Almeida, abogada. De clase y media y hábitos tranquilos, quería ser psiquiatra para aliviar a la gente con problemas que no entendía
Cristina rezaba por el alma de su tía Esperanza cada domingo. Aquella mujer tenía angustiada a la tercera de los seis hijos del abogado ultraconservador Manuel Almeida. "Pensaba que se iba a condenar. Vestía como Gilda, fumaba en pipa y dormía desnuda", algo incomprensible en el Badajoz donde nació Cristina Almeida en 1944. En aquella época, Esperanza Segura trabajaba como aparejador en Capitanía General y en su tiempo libre organizaba los encuentros de Los sabáticos, el grupo formado por "todos los rojos de Badajoz".
"De ella aprendí tantas cosas Pero no las entendí hasta mucho después". Comprender qué había en la mente de los demás, por qué eran tan diferentes a su familia, de clase media y costumbres ordenadas, impulsó a Cristina a querer ser psiquiatra. Su inquietud había comenzado en la catequesis, con las visitas al barrio obrero donde entró en contacto con jóvenes delincuentes. "Estaba comprometida con algunas cosas, pero era un sentimiento, no había una ideología detrás".
Rezaba cada domingo por su tía, una "roja" que se iba a condenarLa conciencia llegó después, cuando en la Universidad descubrió "la verdad de la vida". Empezó Derecho, porque no había especialidad de Psiquiatría, y aquel primer verano participó en una campaña de alfabetización en Granada para trabajadores de cortijos. "Allí aprendí qué son las clases, que no hay ricos y pobres porque lo diga Dios, sino porque unos son explotadores y otros son explotados".
Hasta entonces, desconocía el sufrimiento de los jornaleros de su Extremadura. "Tuve una infancia muy feliz, en la que no me contaron nada, algo que agradezco a mis padres". Las monjas tampoco fueron más explícitas. "Pasábamos de Primo de Rivera a Franco crecidito. Te sonaba que había pasado algo, pero no sabías. Luego, cuando lo descubres, el camino ya es imparable. Por eso, digo que mi libertad empezó en la universidad, cuando empecé a conocer a los "rojos".
Se casó por primera vez con un camarada, a los 23 años. Poco después, se produjo su segunda gran toma de conciencia. Trabajaba como abogada de presos políticos y fue a hacer una visita a Jaén. El director de la cárcel no le dejó entrar para que no viera en qué estado se hallaban sus defendidos. Al final, fue a denunciarle al juzgado, pero le "aclararon" que no podía hacerlo sin el permiso de su marido.
Sufrió el machismo cuando estuvo a punto de tener un hijo 'adulterino'"Había estudiado en la carrera las limitaciones de las mujeres como si fuera una lección, no una realidad. En ese momento, se me cayó todo encima. Sentí vergüenza y pensé, ¿pero cómo va a representarme mi marido, si no vale más que yo, ni gana más pleitos ni más dinero ni nada?" Desde ese día, lleva su condición de mujer "por delante de todo".
Volvió a sentirse discriminada cuando, años después, se quedó embarazada. Estaba separada de su marido y llevaba años sin verle, pero tuvo que pedirle que reconociera al niño. "Aún no existía el divorcio, así que hubiera sido un adulterino y no le hubiera podido poner ni mi nombre". Un disgusto le provocó un aborto y ya no quiso intentarlo más. Tenía claro que no quería tener un hijo en esas condiciones.
Esa determinación le ha valido ser expulsada "de todos lados" desde que empezó a militar en el Partido Comunista en 1964. También un segundo divorcio. "Me llevo muy bien con los hombres, pero es muy difícil tener relaciones de igualdad con ellos, por más que te engañes y digas que el tuyo es estupendo y que has tenido mucha suerte con él". Simplemente, no le dan importancia a "todas las cosas".
A veces, juega con ellos a comparar sus habilidades. "Saben hacer un recurso en el Constitucional y en Estrasburgo, pero no las cortinas de su despacho". Ella sí, cuando montó su bufete, tenía la máquina de coser bajo de la mesa. Aprendió a hacerse la ropa pronto, con los patrones del Burda. "Como estaba gorda sólo encontraba trajes horribles. Tenía que ir al prenatal y, cuando me preguntaban de cuánto estaba, les decía que yo era una embarazada permanente".
Por suerte, nunca ha necesitado ser la más guapa, ni siquiera "la única". "Sólo quiero ser la más divertida". Por algo, "desde que tuve conciencia no he perdido ni me he aburrido un solo día de mi vida", sentencia.
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