Este artículo se publicó hace 15 años.
"Lola Flores me dijo hiciera lo que me diera la gana"
Lo suyo es el “torrotón”, aquel grito de guerra y guasa de Pericón de Cádiz. Tomasito es de Jerez de la Frontera, centro neurálgico del genoma flamenco. El próximo día 29, en la sala Caracol de Madrid, presenta su quinto disco “¿Y de lo mío qué?”. Lleva las bulerías en la masa encefálica, en la médula espinal y en el tracto espiritual. Todo lo que toca lo convierte en arte. Mete por bulerías hasta los editoriales de El Jueves.
Llegó pronto al arte. “Cuando era chiquitito –cuenta Tomasito- le dije a mis padres que no quería estudiar, que quería bailar. A los 10 años me hicieron la prueba del algodón: ponte ahí a cantar y bailar. Y me dieron el aprobado. Mi padre me dijo, y luego también me lo repitió Lola Flores, cuando me llevó con ella: haz lo que te dé la gana. Empecé bailando en el espectáculo de Manuel Morao, con otros niños como La Macanita y Manuel Parrilla, que fuimos por todos los festivales de Andalucía. Diego Carrasco me trajo a Madrid, al tablao Los Canasteros. Ahí empecé a improvisar, cantando los anuncios de la tele, el Mister Proper. Y a bailar el breakdance por bulerías”.
Tomasito no fue a estudiar baile a ninguna academia. En Madrid, trabajando en el tablao, coincidió con tres figuras del baile flamenco: el Güito, Manolete y Cristóbal Reyes. Le dijeron que fuera a la academia de Amor de Dios. “Pero yo no valgo para mirarme en los espejos: soy un doberman de perfil. No me veía tan ajustado y marcando paquete. Siempre me ha gustado hacer lo que me hace feliz”, recapacita Tomás Moreno Gómez, jerezano de 40 años, que se dio a conocer como El Niño Robot.
Sus instrumentos son la voz y los zapatos Martinelli. “Tengo tres martinelis antiguos, de toda la vida, de tipo castellano mocasín, que son los que me sirven bien para taconear. Un par me lo regaló Carmina Ordóñez. Tengo muchos martinelis, en Sevilla, en Madrid, en Barcelona; con los calcetines dentro, por si me llaman para bailar. Yo me echo al hombro la bolsa con los zapatos y ya está”. Este “demonio de Tasmania” ha recorrido el mundo con el grupo de Chano Domínguez. Forma parte del grupo G-5, con Kiko Veneno, Muchachito Bombo Infierno y Los Delinqüentes. Con todo un aristócrata del jazz, el trompetista Wynton Marsalis y su big band, formó el taco en el Lincoln Center de Nueva York. Allí se tuvo que medir con una fiera del claqué: “Al bailarín Gerard, más buena gente y más humilde, le volaban los pies. Los músicos con el atril, y el Gerard y yo con el alilitrán tran tran, ieh ieh, bien… Y a Marsalis le decía toma un Winston. Me gusta mucho el humor”.
Canta Tomasito sensacionales versiones de ACDC y de Rosendo. A sus guasas, otros le responden con más guasa: “El Langui, de La Excepción, me llamó por el móvil. Grabaron la conversación y me la pusieron luego en una entrevista por la radio. El Langui se hizo pasar por uno que quería pagarme 4.500 euros por ir a cantar y bailar al bautizo de su hijo. Me dijo que en la misa, un rato hablaba el cura y otro rato bailaba yo, alternándonos. Y como he sido monaguillo, me lo creí y le contesté que sí, que yo iba y le regalaba además al niño 500 euros de mi bolsillo. Esas bromas no se le gastan a un flamenco. Tuve que borrar la cruz que había puesto en el calendario”. Tomasito, duende y humor. Una máquina del compás.
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