Narcos El libro blanco de la cocaína
Víctor Méndez radiografía el narcotráfico en Galicia y sus ramificaciones en América Latina, África y Europa en 'Narcogallegos. Tras los pasos de Sito Miñanco' (Catarata). Un estimulante aperitivo antes del estreno de la serie de Netflix 'Narcos: México'.
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madrid, Actualizado:
Sito Miñanco fue uno de los señores europeos de la droga a finales del siglo pasado y, cuando lo detuvieron este febrero durante la Operación Mito, ya había recuperado prácticamente el simbólico título de capo di tutti capi en España y recobrado su influencia en el continente, vía Holanda, Bélgica, Marruecos y, claro, Galicia.
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El bisoño mariscador furtivo en cuyo corazón se alojaba un futbolista frustrado que no logró trascender los juveniles del equipo de su pueblo. La joven promesa del contrabando abandonada por sus socios que, tras salir de la cárcel, decidió volar alto, lejos y en solitario. El Fittipaldi de las planeadoras que, una vez en la cúspide, sabía de lo que hablaba porque había empezado desde abajo y conocía mejor que nadie el viento en la cara del Atlántico.
El benefactor popular a quien todavía hoy algunos vecinos siguen defendiendo en las Rías Baixas: mecenas de lo humano y hasta de lo divino, si alguien de los suyos caía, su familia no pasaba hambre. El magnate del fútbol local que —salvando las distancias geográficas y futbolísticas— quiso emular al Napoli, aunque el meteórico ascenso del Juventud Cambados desde Preferente no pasaría, por los pelos, de Segunda B: un municipio de entonces sólo trece mil habitantes acarició la división de plata.
El traficante de formas exquisitas o, al menos, alejadas de la imagen de paisanote que proyectaban sus predecesores y de la rudeza de otros coetáneos. El playboy —traje y bigotillo— que no era un hombre de familia, pese a tener esposa y dos hijas, sino un galán con amantes aquí y allá. En fin, el emprendedor que internacionalizó el negocio y lo dotó de medios y tecnología de última generación para expandir su emporio, que en su tierra llegó a ser imperio.
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Sito supuesto, presunto Miñanco: la Audiencia de Pontevedra lo está juzgando por blanquear diez millones de euros, ladrillo a ladrillo, a través de una sociedad inmobiliaria radicada en su localidad natal. El fiscal de delitos económicos trata de vincular un proyecto urbanístico con el narcotráfico y pide seis años de cárcel y el decomiso de una veintena de fincas en Sanxenxo, así como una multa de diez millones. Pataca minuta –que diría el exconselleiro fraguista Pérez Varela— para José Ramón Prado Bugallo (Cambados, 1955), hijo de los Miñancos, gente humilde del mar, que él hizo propio y convirtió en un corredor marítimo que comenzaba en Colombia y remataba en las intrincadas rías, rebosantes de bateas, de la costa pontevedresa.
¿Cuánto llegó a acumular Sito? ¿Qué son diez kilos —de euros— para el narco más refinado de Galicia? Sabemos dónde está el Wally de la camiseta de rayas blancas y blancas, ¿pero en qué lugar esconde su fortuna? La presunta respuesta está en manos de la Justicia.
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El periodista Víctor Méndez Sanguos (Pontevedra, 1979) llevaba años siguiéndole la pista. Cuando desanduvo el camino y fue encontrándose con todos los datos, confesiones y anécdotas que no cabían en la maqueta del periódico, recopiló el sobrante —que, en realidad, es un todo enciclopédico— y escribió Narcogallegos (Catarata). La obra se vale de la figura de Miñanco para enhebrar la cronología del narcotráfico en el presente siglo, aunque la aureola del supuesto puede cegar a quienes observan su talla sagrada, que brilla más que nunca tras la serie Fariña, basada en el libro homónimo de Nacho Carretero.
El riesgo de mitificar a un narcotraficante y al oficio, cuyas consecuencias son sobradamente conocidas por todos, incluidas las heroicas madres contra la droga, cuya figura más visible ha sido Carmen Avendaño. Más allá de la pequeña pantalla, Sito ya se había convertido en los noventa en un icono pop que trascendía los municipios de la comarca del Salnés, las comandancias y comisarías, los despachos de la Audiencia Nacional y los casoplones de Medellín y Cali. Os Papaqueixos, una banda coruñesa de rock bravú —la música gallega sin capar que, en aquella década, brotó en cada rincón del país—, le dedicaba TeknoTrafikante (farloppo ma non troppo), cuyo irónico estribillo lo situaba en el olimpo de la canción popular: “Sito Miñanco, preso político”. Un narcocorrido de factura punk, ska y folk que entonaba aquello de Farlopa, farlopa, farlopa pa la tropa.
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“Era un tío más fino y sofisticado que sus colegas de la época, pero también que sus sucesores. Él marcó tendencia: por un lado, dejó atrás aquel aspecto chusquero del contrabandista clásico; por otro, encarnaba al narco listo y alejado de la violencia. O sea, apostó por el tráfico de drogas como puro negocio, desvinculado de los ajustes de cuentas, hasta el punto de que la policía sostiene que no fue capaz de encargar ningún asesinato”, explica Víctor Méndez. La visión panorámica y el minucioso trabajo del periodista llevaron a que una de las fuentes del libro, Ricardo Toro Vázquez, jefe de la Brigada Central de Estupefacientes entre 2009 y 2018, llegase a afirmar durante la presentación de la obra en Madrid: “No es El libro blanco del narcotráfico, como señala en su portada, sino la biblia del narcotráfico”. Sin duda, el volumen se antoja también como un manual de consulta de las nevadas caídas en Europa durante las últimas décadas y, especialmente, en los años más recientes.
Del papel a la pantalla
De algún modo, Narcogallegos se publica al rebufo de Fariña, el exitoso libro de Nacho Carretero, que llegó a ser secuestrado por la Justicia y fue objeto de una serie de televisión que no sólo puso cara a los protagonistas del narco noventero, sino también a una magnífica hornada de actores indígenas que —en menor o mayor medida— había pasado desapercibida tanto para el cine español como para la parrilla televisiva, salvo alguna honrosa excepción. La ópera prima del reportero del Diario de Pontevedra también llega a las estanterías en un contexto estupefaciente: la fascinación por los traficantes desde la proliferación de publicaciones, series y películas en los últimos años.
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Véase Narcos, producida en Estados Unidos por Netflix, cuya puesta de largo corrió a cargo de Pablo Escobar, líder del cartel de Medellín (interpretado por el actor Wagner Moura), quien en la cuarta temporada cede el protagonismo a Félix Gallardo, fundador del cártel de Guadalajara (Diego Luna), enfrentado con el agente de la DEA Kiki Camarena (Michael Peña). El cambio de escenario indica que podría haber nuevas entregas —Narcos: México se estrena el 16 de noviembre—, tantas como mafias a lo largo y ancho del mundo, incluida esa zigzagueante esquina que recorta el Atlántico y resulta idónea para las descargas.
Italia también ha abrazado la temática en Romanzo Criminale —aquí, ya saben, no fue traducida literalmente como Novela Criminal, sino como Roma Criminal, un título que al menos sirve para situar la acción en la capital italiana, donde campó a sus anchas la Banda de la Magliana—. Una serie que tomaba el testigo del filme y la serie Gomorra, basada en el libro del periodista de investigación Roberto Saviano y también dirigida por Stefano Sollima, el cineasta que rodó el filme Suburra, que tendría su réplica en la pequeña pantalla bajo la producción de Rai Fiction y la distribución de Netflix.
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Y España —o, mejor dicho, Galicia— ha adaptado la citada Fariña (Antena 3), que impulsó las ventas de la obra homónima publicada Libros del KO y cuyos actores —incluido Javier Rey, quien encarna a Miñanco— figuran en la portada de la edición en gallego, a cargo de Xerais, que no se tomó la molestia de traducir el título por razones obvias. Luego ha llegado el estreno de Vivir sin permiso (Telecinco), inspirada en un relato de Manuel Rivas, quien ya había abordado el asunto en la novela Todo é silencio, llevada al cine por José Luis Cuerda. El escritor coruñés, además, ha aprovechado la batalla sucesoria de Nemo Bandeira —interpretado por José Coronado— para ensartarla, junto a otros dos textos, en Vivir sen permiso e outras historias de Oeste. Ambos libros han sido publicados en gallego por Xerais y traducidos al castellano por Alfaguara.
Aunque el subtítulo del libro de Víctor Méndez, Tras los pasos de Sito Miñanco, indica por dónde van los tiros, en realidad se vale del cambadés para plantar el árbol genealógico del narcotráfico gallego histórico y contemporáneo —incluidas las ramas que dan sombra a los carteles colombianos y a algunos peones argentinos y mexicanos—, detallar al milímetro las grandes operaciones antidroga, explicar cuáles son las rutas —y los métodos— de entrada de la cocaína en Europa y las vías de fuga del dinero negro, o sea, las artimañas para blanquear la millonada. A veces, la profusión de cifras, datos, fechas y nombres apabulla. “Intenté huir de tanta referencia, pero al final resultó inevitable para ser riguroso”, se justifica el periodista. “Va a los detalles y a la anécdota. Eso es lo que más me atrae”, corroboraba en la presentación del libro el exfiscal especial antidroga en Pontevedra Luis Uriarte, hoy destinado en la secretaría técnica de la Fiscalía General del Estado.
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Un dato general: en la última década fueron incautadas doscientas toneladas de farlopa que tenían a Galicia como destino. El precio aquí puede variar en función de la oferta —si el mercado estadounidense está saturado, por ejemplo, los colombianos apuntan hacia Europa—, aunque los carteles pagan 3.500 euros por cada kilo estibado y, una vez en Galicia, su precio se multiplica casi por diez. Cuánto dinero reportaría esa cordillera nevada tras el menudeo callejero, gramo a gramo, es difícil de estimar, pero según datos del Ministerio del Interior el valor de la merca —tras los cortes, que aumentan el volumen, disminuyen la pureza y disparan los beneficios— podría superar los diez mil millones de euros.
“Efectuando una comparación con las ganancias del gigante textil Inditex, los números son contundentes: el emporio de Amancio Ortega necesita tres años para obtener tales beneficios”, escribe el autor en el prólogo del libro, titulado elocuentemente Un kilo de oro vale menos que un kilo de cocaína. Detrás de las operaciones antidroga, Antonio Martínez Duarte, actual comisario de la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional y jefe del Grupo de Respuesta Especial Contra el Crimen Organizado (Greco) en Pontevedra entre 2006 y 2018. En realidad, él es —y no Sito— el hilo conductor de la obra, así como el azote del narco cambadés, pues participó en la Operación Grumete y en la Operación Mito, que permitieron el encarcelamiento de Miñanco, como reconoce Víctor Méndez.
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Sin embargo, el precoz narco es el imán del libro, como también lo fue en la vida real y en la ficción televisiva, que ha provocado “una visión distorsionada” del problema real del tráfico de drogas en Galicia, como advertía Ricardo Toro. “Siempre arreglado y con su bigotillo, tenía un perfil especial en aquel contexto. Era un mujeriego y tuvo varias amantes, lo que le llevó a romper la relación con su esposa. Digamos que sus predecesores eran hombres más de familia y él, de vivir la vida. Sin embargo, tenía más cultura, aunque no sé si llamarla así: no hay más que escucharlo ante el juez para comprobar sus buenas formas y educación. Es chulesco, si bien tiene respeto y, por supuesto, más tablas. En comparación, otros narcos hablan y se defienden peor”, afirma Víctor Méndez, quien recuerda que al principio de su carrera “tenía mucha visibilidad” y, con los años, se fue haciendo más discreto.
"El narcotraficante gallego sabe que si la Policía pone sus ojos en él, puede darse por cazado. Su obsesión es pasar desapercibido. Una excepción ha sido Sito. Siempre tuvo las ideas muy claras, pero su afán por estar en primera línea acabó matándolo”, escribe en la contraportada del libro Antonio Duarte, quien deja claro que “los colombianos confían ciegamente en el gallego porque saben que nunca los delatará”. De hecho, Carretero señalaba en Fariña que uno de los factores de que Galicia se convirtiese en la puerta de entrada de la cocaína en Europa había sido la omertá, o ley del silencio, que imperaba en la sociedad de la época.
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Duarte añade además el terreno abonado de las Rías Baixas —aunque los narcos, ante la vigilancia policial, también han efectuado descargas en el norte, pese a que la climatología, el mar embravecido y la orografía no ayudasen, caso de la Costa da Morte— y la infraestructura necesaria para realizar el último tramo del viaje, tradicionalmente en planeadoras. La pericia del joven Sito y de otros pilotos al volante de estas lanchas, así como su gran potencia —con varios motores fueraborda, alcanzan velocidades de vértigo—, les han permitido burlar en numerosas ocasiones a las embarcaciones del Servicio de Vigilancia Aduanera.
No obstante, los métodos y los destinos han cambiado con el tiempo. Si bien sigue entrando droga cómo y dónde siempre, el transporte de cocaína a gran escala hoy se lleva a cabo en barcos pesqueros, mercantes, cargueros, portacontenedores, veleros y submarinos —en realidad, se trata de semisumergibles que navegan sobre la superficie del mar y sólo se meten bajo el agua cuando advierten una situación de peligro—. Víctor Méndez detalla los pormenores del negocio en la actualidad tras haber bebido de fuentes judiciales, policiales y asociativas, además de haber contado con “la colaboración anónima de importantes narcotraficantes, tanto gallegos como colombianos”.
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- ¿Siguen siendo las Rías Baixas un punto caliente mundial del narcotráfico?
- Es uno de los epicentros mundiales, porque las rutas se han diversificado hacia otros puntos, como Portugal. La droga también llega a Róterdam y Amberes dentro de contenedores, mas el sistema clásico de las planeadoras sigue mandando en Galicia. Ahora bien, en África hay una presencia importante de narcos gallegos, gente de renombre que se afincó allí y emplea el sistema de mercantes y pesqueros. Usan como plataforma de lanzamiento países como Ghana o Mauritania, cuya flota pesquera sirve de tapadera.
- El tráfico de droga en contenedores también se ha extendido desde Holanda y Bélgica a otros países, incluido España.
- Sí, aunque los puertos de Marín y Vigo ahora están más controlados. Dado que el mayor tráfico de contenedores lícitos tiene lugar en el de Algeciras, consecuentemente es el mayor destino español de contenedores con droga. Gracias a dos grandes operaciones policiales, se desarticularon sendas redes en las que estaban implicados algunos trabajadores internos, para los narcos ya han encontrado otras vías en Portugal, concretamente en Setúbal. Ahora bien, Róterdam y Amberes siguen siendo los números uno, porque allí las investigaciones para hallar estupefacientes son más superficiales.
- ¿La dificultad de detectar la droga dentro de un contenedor convierte a los puertos en un coladero?
- De poca o mucha droga, porque hay dos modalidades. Por una parte, el gancho ciego es difícil de controlar: en un contenedor normal introducen mochilas con estupefacientes, que son recogidas en el puerto. De este modo, la policía puede pillar los estupefacientes, pero no a los responsables del envío. Por otra, cuando mueven grandes cantidades, se hacen con el control del puerto y hasta de las empresas —mientras que cuando usan el gancho ciego, puede que éstas no sepan nada de la operación—. Para introducir seis mil kilos de una sola tacada, por ejemplo, deben dominar el puerto de salida y el de entrada. Para ello, sobornan a estibadores, autoridades portuarias y fuerzas de seguridad del Estado.
- Volviendo a Galicia, la presencia de planeadoras es evidente, mas ¿dónde están los submarinos?
- En 2006 llegó a encontrarse uno de fabricación casera, abandonado a la deriva en Vigo. Sin embargo, los semisumergibles no llegan hasta las rías. Los propios narcos confiesan que descargan la droga antes, lejos de la costa, y luego la transportan en planeadoras. A veces, los colombianos incluso se suben a las lanchas y hunden el submarino por cuestiones operativas o para borrar huellas. Un semisumergible les puede costar dos millones de euros, pero si el alijo asciende a cien, la pérdida les compensa con creces. Esto ha sido acreditado por grandes capos colombianos y por narcos gallegos, quienes me han confirmado que desde 2008 han introducido miles de kilos de esta forma. Ahora bien, el método no está acreditado judicialmente, pues los submarinos son casi indetectables. Transitan por la superficie sin visibilidad alguna y, en caso de necesidad, pueden sumergirse unos ocho o diez metros.
- El submarino, que durante estos años ha transitado entre el Atlántico y la leyenda, podría ser una metáfora del narcotráfico actual en Galicia: está ahí, pero no se ve.
- El movimiento de droga sigue siendo similar, como atestiguan las cantidades incautadas. Hay unas ochocientas personas trabajando para las grandes organizaciones, capaces de introducir toneladas, por lo que no me estoy refiriendo a grupos pequeños. No obstante, ahora son más discretos para no llamar la atención. También tiene que ver con nuestro carácter, pues aquí no se habla mucho… En su día hubo episodios muy agresivos, pero nunca comparables con los de otras latitudes. A los narcos no les gusta la violencia, ni entre ellos ni contra la policía. Actualmente, si hay un ajuste de cuentas, es de baja intensidad. O sea, se traduce en palizas, que cuando llegan al juzgado se convierten en agresiones o robos, a cargo de sicarios colombianos, quienes sustraen dinero u objetos de valor para darle verosimilitud. Esas palizas responden a operaciones fallidas, a movimientos erróneos, a estafas y a robos de mercancía. Y quien se deja ver demasiado también recibe una tunda, porque a los narcos actuales no les gusta nada que algunos miembros de su organización vayan alardeando por ahí. Eso también se castiga.
- ¿Cree que el narco está infiltrado en las instituciones?
- Es difícil saberlo. Puede haber indicios, mas no acreditados, aunque alguna caja de marisco ha llegado a Madrid.
- Pese a esa discreción a la que alude, Sito Miñanco ha pecado de incauto e incluso lo han llegado a coger con las manos en la masa. Antes de ser detenido en la Operación Mito, gozaba de un régimen de semilibertad tras ser condenado a dieciséis años de cárcel: de lunes a viernes, por el día teóricamente trabajaba en un aparcamiento de Algeciras y por la noche regresaba a un centro de inserción social. ¿Cuál era su objetivo tras salir de la cárcel?
- Desde su llegada a Algeciras en 2015, operaba en la Costa da Morte y trataba con los narcos locales. Justificaba su presencia en la ciudad gaditana por la cercanía de la cárcel, por su domicilio y por su trabajo en el parking. Aunque lo que hacía era viajar continuamente a Galicia a tal velocidad que a la policía le resultaba imposible seguirlo. Él y sus hombres viajaban una o varias veces por semana desde el sur hasta el norte y, para controlarlos, los agentes tenían que establecer operativos, porque iban muy rápido. Más allá de su tapadera, la Costa del Sol, geoestratégicamente, es un buen lugar para operar. Allí también se habían establecido holandeses, marroquíes y británicos relacionados con la cocaína almacenada en África y con la que entraba en Algeciras a través de contenedores. ¿Cuál era el objetivo de Sito? Volver al mercado y restablecer los antiguos monopolios, bien con planeadoras en las Rías Baixas, bien con contenedores que llegaban a diversos puertos.
- ¿Ha contribuido la televisión a proyectar una imagen épica, edulcorada, distorsionada o directamente falsa del narcotraficante gallego? Me refiero, por ejemplo, al Sito benefactor que repartía dinero entre la comunidad; a la sentencia popular “é un bo rapaz”, o sea, en el fondo “es un buen chico”.
- Claro que su imagen ha sido totalmente distorsionada. En general, la figura épica del narco es inexistente en Galicia, porque no pueden gastar su dinero a lo grande. De hecho, en sus pueblos no ostentan ni tienen afán de protagonismo, aunque luego hacen viajes clandestinos, como al Gran Premio de Mónaco, donde despilfarran a gusto la pasta. Pero en casa no pueden dejarse ver alegremente. Por ello, cuando quieren reunirse para hacer negocios, se levantan de madrugada y quedan en montes en plena noche. Su vida no es la de un triunfador, sino todo lo contrario. Tienen el dinero enterrado y no lo pueden sacar a la luz. En cuanto a las series recientes, me ha gustado más Vivir sin permiso, porque refleja mejor el rechazo social hacia la droga.
- ¿Cree en una hipotética rehabilitación de Miñanco?
- A la vista de los hechos, parece imposible. Si te paras a pensarlo, durante buena parte de su vida ha gozado de pocos años en libertad, lo que indica su inclinación hacia lo ilícito.
Los narcos gallegos, al servicio de los colombianos
Víctor Méndez ha trabajado en varios periódicos gallegos y, desde que ejerce su labor en el Diario de Pontevedra, se ha especializado en narcotráfico, sucesos y tribunales. “Cuando hay una operación antidroga, a veces llego al escenario antes que la propia policía. Luego sigo la inmensa mayoría de los juicios, donde siempre te encuentras con información que no trasciende, mas la vas recopilando y después te proporciona un buen bagaje. La cercanía con las fuerzas de seguridad también te ofrece datos interesantes. Muchos no pueden publicarse en el día a día por motivos de seguridad, pero luego le doy salida en libros como éste”, explica el reportero. Cuando presentó Narcogallegos, Ricardo Toro, jefe de la Brigada Central de Estupefacientes entre 2009 y 2018, dijo: “Aquí se resumen muchos años de estar no detrás de la noticia, sino dentro de ella”.
De su lectura se desprende que los gallegos están al servicio de los colombianos y, en algunas ocasiones, ejercen de socios. Los nombres han ido cambiando, a uno y otro lado del charco, con los años. En este siglo, han estrechado relaciones con Los Comba, Los Rastrojos y con Daniel El Loco Barrera, narco colombiano considerado el sucesor de Joaquín El Chapo Guzmán hasta su arresto en 2012, aunque ha seguido moviendo los hilos del tráfico desde la cárcel. Para él trabajan Los Boyacos, también vinculados a Barrera.
Cuando algunos miembros son detenidos, pronto son sustituidos por otros. Cuando una banda es desarticulada, no tarda en surgir una nueva. Ahora manda el clan del Golfo, heredero de los desaparecidos carteles de Cali o de Medellín, relata el autor en el libro. Dairo Antonio Úsuga, Otoniel, está al frente de la organización, que ha ido absorbiendo a otros grupos, como Los Urabeños. Sin embargo, quien sigue ahí, sin cambiar de nombre y apellido, es Sito Miñanco.
- Por cierto, Víctor, ¿nunca ha sentido miedo?
- Alguna vez, sobre todo en operaciones abiertas, cuando los narcos controlan las zonas de descarga. Introducirte en esos lugares es peligroso, sobre todo si vas con un coche rotulado del periódico. Percibes coacciones mediante miradas y gestos. Incluso recibes leves amenazas durante algunos juicios. Pero más que miedo, impone respeto. A los narcos no les interesa salir en los medios de comunicación, y mucho menos por amenazar a un periodista. Cuando se produjo algún episodio violento en el Campo de Gibraltar, la policía tomó la zona y efectuó decomisos un día sí y otro también. Eso es malo para el negocio, porque la policía redobla los esfuerzos. El narcotráfico es pura ganancia y no quieren tener problemas, porque lo único importante para ellos es que siga entrando la pasta. Sólo ven el negocio. Y, si algo sale mal, el dinero compra el silencio. También el de los suyos, sobre todo si son detenidos.
- Ya lo decía Manuel Rivas: Todo es silencio.
- El narcotraficante gallego es una tumba: nunca delata a nadie y siempre se come el marrón.