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MÁLAGA.- El buen cine debe tener entretenimiento y reflexión, según el director Sebastián Borensztein. Esos son justo los ingredientes que definen su último largometraje, Kóblic, interpretado por Ricardo Darín. El actor argentino se pone en la piel de un comandante de la Armada, Tomás Kóblic, en una noche diferente. Su mirada y sus pasos se van entremezclando con los quejidos de los presos de la dictadura argentina. Todos hacia un destino común: un vuelo de la muerte.
Es el año 1977 y el propio film recuerda que estos delitos de lesa humanidad se cometieron hasta 1983. Borensztein advierte que no es una película política, que es thriller y wéstern. Kóblic es un personaje de ficción, pero al que le pesa demasiado la conciencia de haber participado en aquel vuelo. “Es lo que lo atormenta y el motor emocional del personaje y, en definitiva, de la película”, comenta el director.
Diversos flashback explican, paso a paso, qué ocurrió dentro de ese avión. Es la primera vez que en el cine argentino se recrea y se ve de forma explícita un vuelo de la muerte. Para reconstruirlo, Borensztein tiró de su propio bagaje y conocimiento social: “La documentación tiene que ver con lo que uno, como espectador de la realidad, conocía. Cuando se supo la existencia de estos vuelos, las personas que investigaron difundieron que se sabía que ocurrían de noche, vestidos de civil, el modelo de los aviones utilizados, que dormían a los prisioneros… Hubo cientos de vuelos. Y cada vuelo habrá sido un infierno aparte”.
El director tenía claro que quería hacer un thriller ambientado en el campo. En su mente partía de la imagen de un piloto fumigador que huía y se escondía. Cuando se hizo la pregunta “de qué”, obtuvo la respuesta en este momento histórico de Argentina: “Empecé a pensar opciones, alternativas, y todas me parecían poco poderosas. Pero caí en que se escondía de un vuelo de la muerte, de sus propios camaradas, de su propia gente. E intentando escapar de su propia conciencia, que era imposible”, mantiene.
Entre Darín y Borensztein construyen la psicología de un personaje, “la de un militar, la de una persona entrenada para cumplir órdenes”. Pero la crisis moral supera a las normas y asume que ha rebasado una frontera de la que no hay vuelta atrás. La película vuelve a traer el debate de una etapa de Argentina silenciada: “Aunque tenga cuarenta años es una historia reciente. Y, en este tiempo, nunca se planteó una historia donde el punto de vista es del victimario y no de la víctima. Kóblic, si bien presenta remordimientos, es cómplice. Ha sido parte. Coge un avión y vuela hacia el océano para tirar gente. Y desde el primer fotograma sabemos que está muy incómodo con lo que va a hacer, pero lo hace”.
Desde su arrepentimiento y temor, Kóblic se refugia en un pequeño pueblo de la Pampa argentina. Ahí se intuye que comienza una transición, donde el personaje duro muestra su parte más personal, cuando atiende a un perro herido o cuando se enamora de Nancy, el personaje interpretado por Inma Cuesta. Pero el director no quiere que nadie se llame a engaño por esta imagen: “Perdón por la expresión, pero los hijos de puta también se enamoran y tiene perro”, subraya. “Hemos visto documentales de Hitler jugando con su perro y eso no lo convierte en menos criminal de lo que fue. Pero nos incomoda ver eso porque nos gustaría pensar que esa gente ni siquiera son personas, sino alienígenas. Pero, lamentablemente, esa gente pertenece a la especie humana. Lo monstruoso de esto no es sean monstruos, es que sean seres humanos”.
Borensztein subraya que Kóblic escapa no sólo de ese terrible hecho, sino de ser considerado un traidor y un enemigo. “Huye para salvar su vida. No hay una nobleza en él. Nobleza hubiese sido que Kóblic huya a La Haya y presentase una denuncia de lo que pasa con los derechos humanos. Sin embargo, huye como una rata de campo, sólo, a refugiarse en sí mismo a que pase el temporal”. Y en esa soledad es donde se enmarca el western, en los duelos entre los personajes, en la soledad y lo áspero del paisaje, en esa Colonia Elena que lejos de ser un lugar tranquilo es un infierno. A ello se suma la amenaza constante de la dictadura.
Sólo en una ocasión vemos al Kóblic militar. El que se pone su uniforme, el que desvela su identidad. Como concluye Borensztein, “es un hombre que tiene un código y ese traje lo usa casi como en un último acto de servicio. Usar ese traje significa mucho. Es quitarse máscaras. Y porque en ese momento los dueños de la vida y la muerte en Argentina eran sólo los militares”.
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