MADRID
“Tengo tantas ganas de que la gente la vea, me lo he pasado tan bien…”. Así arranca la entrevista con Javier Cámara, quien acaba de estrenar, como parte de un reparto encabezado por Jude Law y ahora también por John Malkovich, la segunda temporada de The Young Pope, rebautizada como The New Pope ajustando así el título a la nueva trama.
En la ficción han pasado varios meses y varias operaciones desde aquel ataque al corazón sufrido por Lenny Belardo (Jude Law) en Venecia que le postró en una cama, dejándolo en coma y con una máquina respirando por él. En el mundo real ha habido que esperar más de tres años para disfrutar de la continuación de una serie irreverente, macarra y embriagadora en la que el director italiano abre las puertas del Vaticano para colarse en su interior y contar no solo su historia, sino la de unos personajes tremendamente complejos y retorcidos a veces abordando temáticas más humanas que divinas. Al final, esta producción original de Sky, HBO y Canal+ producida por Wildside y coproducida por Haut et Court TV y The Mediapro Studio es un todo en uno: comedia, drama, thriller político, una historia (o varias) de amor… Incluso hay alguna que otra escena con tintes fantásticos y duelos de miradas que bien podrían haber salido en un western.
A Javier Cámara lo que realmente le pareció la primera temporada fue “una comedia italiana maravillosa”. Opinión imposible de no compartir si se ha visto la serie y cuya apreciación se repite en el primer capítulo, ya estrenado, de esta nueva tanda. “Esta segunda temporada nos da pie a que algunos personajes se desarrollen. Sobre todo los femeninos, los de Sofia [Cécile de France] y Esther [Ludivine Sagnier], que son brutales los dos. Hay algunas escenas potentorras…”, avanza para quien aún no se haya dejado arrastrar de nuevo al universo Sorrentino.
Sin querer dar más información sobre ellas para no aniquilar el efecto sorpresa, advierte que lo que se ve en las escenas del móvil y el marido -cuando se vean se entenderá- marca “el nivel, que va subiendo hasta el último capítulo. Es muy fuerte y la trama de Ludivine Sagnier es apasionante. A mí es la que me hubiese gustado hacer. Es una vuelta de tuerca que dices: ‘¿Esto qué es?’ Entra en el abismo del amor”.
Sobre Gutiérrez, cardenal al que da vida y que transmite cierta serenidad en medio de la jauría que es ese grupo de hombres ataviados de rojo y blanco con su cruz tamaño XL colgando del cuello, dice Cámara que “está permanentemente por ahí, observando, creo que está esperando a que haya un milagro y Lenny despierte. Sabe que es prácticamente imposible, pero siempre hay una esperanza. Él observa siempre con cierta distancia, aunque es cierto que se debate entre el amor por un Papa y por otro y está continuamente como en el medio, perdido”.
En esta nueva temporada, además, volverá a gozar de cierto protagonismo. En el segundo capítulo, por ejemplo, disfruta de un monólogo sobre el amor memorable. Allí, plantado ante el que quieren que sea el nuevo Papa (Sir John Brannox/John Malkovich), Gutierrez se arranca con lo que es para él ese sentimiento tan humano que emociona ya desde la primera línea de texto y que para el actor ha sido como un regalo que responde mucho a la forma de trabajar y de desarrollar los personajes de Sorrentino.
“La línea argumental racional no casa con el estilo de Paolo Sorrentino. Él puede olvidarse de un personaje tres capítulos y de repente darle un protagonista al cuarto. Me acuerdo de que en la primera temporada mi personaje desaparecía en el capítulo seis. De repente, en los capítulos 9 y 10 era el protagonista y cerraba la temporada. Y luego vuelves a tener dos o tres escenas por episodio. Y después te ofrece ese monólogo precioso sobre el amor. Creo que se mueve por pulsos, por latidos. Lo notábamos mucho”, analiza el también protagonista de Vota Juan.
El juego de la improvisación de Sorrentino y los acentos
Eso en cuanto al guion, porque rodar a las órdenes del cineasta italiano también tiene su parte de aventura y sorpresa. Cuenta Javier Cámara que le gusta mucho improvisar y que en la serie “hay escenas enteras improvisadas, con la dificultad que implica para los actores que no hablamos inglés, que tenemos que preparar corriendo cualquier cosa”. Porque el casting de The Young Pope primero y The New Pope ahora es una suerte de Torre de Babel con multitud de acentos en la que se intercambian unos con otros y se multiplican las paradojas.
Por un lado está el caso de Silvio Orlando, ese magnífico Voiello que no cesa en su empeño por intentar controlarlo todo, por manejar los hilos en la sombra y en la luz. Según explica Cámara, no hablaba inglés en la primera temporada, pero la mayoría de sus líneas estaban escritas en la lengua de Shakespeare. En la segunda ha superado ese escollo con trabajo duro, pero suma la complicación de interpretar a dos personajes con la entrada en escena del cardenal Hernández, argentino. Un extra que le obliga a hablar en inglés, italiano y español con acento argentino. Pero Orlando no es el único que debe pelear con los acentos. “Está la paradoja maravillosa de que John Malkovich es americano y hace de lord británico y Jude Law es británico y hace de Papa americano. Estábamos rodeados de coaches todos. Coño, aquí nadie sabe lo que tiene que pronunciar”, bromea el actor español.
De lo visto antes del estreno –tres episodios– se podrían decir, comentar y analizar infinidad de planos. Cada escena tiene multitud de detalles, matices, simbología, evocaciones… Para Cámara lo que ocurre en este regreso es que “los personajes cada vez son más humanos y muestran sus heridas. Todos sienten cosas, no solo su atracción por la fe y su trabajo en el Vaticano, también está la pulsión amorosa, de la vida, de la realidad”. Algo que vivirá Gutiérrez en carne propia con una historia de amor fugaz pero profunda.
Todo esto tiene que ver con lo que mencionaba Paolo Sorrentino en una entrevista a un medio italiano sobre la fragilidad. “Existe un juego de que la fragilidad está escondida en un lugar que es personal, íntimo e inaccesible, pero que en esta temporada vamos a ver que lo tienen todos los personajes. Cada uno tiene su caja y se va abriendo, como una muñeca rusa ante el espectador. Lo que ocurre es que todo esto está en contraste con la Iglesia. Entonces, hay personajes que entienden muy bien lo que pasa y otros, que no”, avanza Javier Cámara. Al final, como él mismo dice, “frente a toda esa teatralidad vaticana y todas esas casullas y obras de arte, son personas”.
Más sexo, más política
Mas fragilidad, más amor, pero también referencias a la realidad que se cuelan en la ficción, mucho sexo (más si cabe que en la primera temporada) y, una vez más, mucha política. Todo, eso sí, contado “siempre desde el punto de vista de Sorrentino, desde ese lugar misterioso, ambiguo, profundo y a la vez ligerísimo donde de repente alguien te está hablando de algo muy profundo y detrás hay un carnaval”. Para el sexo, basta con asomarse a unos títulos de crédito ante los que nadie puede mostrarse indiferente. Los primeros eran una provocación. Estos, suben la apuesta.
Sobre la presencia de la política en la trama, que siempre ha estado presente, es cierto que aunque sea pura coincidencia, no hay mejor momento para ver ese cónclave rodado para el primer episodio que esta semana, la de la investidura. “Estuvimos mucho tiempo en esa Capilla Sixtina rodando un montón de planos para luego generar esa tensión, cómo esa cámara va girando, rodando. Me fascina todo ese ritmo, la pausa. El tiempo para ellos también es oro, es poder. Hay varias cosas que la Iglesia ha hecho suyas: el poder del tiempo, el poder de la belleza, el poder del misterio, el poder de la fe. Voiello lo dice, que si rompieran el tempo y fuesen acorde con el ritmo de la vida, se convertirían en nada”, remarca Cámara.
Sobre ese poder que esconde o aporta la belleza que menciona, recuerda que se lo leyó al director y apunta que “la Iglesia es la única que se ha dado cuenta de ello” dejando todo ese espacio en sus templos para que los artistas realicen sus obras durante siglos. Por otro lado, confiesa sentirse encantado con el hecho de que “una institución tan poderosa haya hecho de algo que para mí es un error, que es la falta de recapacitar rápidamente y ajustarse a los tiempos, algo bueno”, para ellos, rodeándolo de una “teatralidad” y “misterio” que Sorrentino aprovecha muy bien.
Detrás de toda esa parafernalia y toda esa liturgia la fe parece quedar diluida porque “los designios de Dios están controlados por los hilos de los personajes que manejan la Iglesia. Entre ellos, Voiello [Silvio Orlando], que está todo el rato deseando ser el nuevo Papa y nadie le hace caso. Él es el más político de todos, pero todos los personajes lo son. Mi silencio es político. Sabes que en el momento en el que hables y te definas vas a salir por una puerta o por la otra”. Por eso Gutiérrez calla tanto.
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