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La isla perdida de "raza aria original" que los nazis quisieron convertir en su búnker atlántico

Obsesionado por la cultura nórdica, Himmler y otros altos mandos del Tercer Reich sentían fascinación por Islandia, aunque finalmente fue invadida por el Reino Unido, consciente de su importancia geoestratégica.

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Himmler y otros altos mandos del Tercer Reich sentían fascinación por Islandia.

madrid,

Un país con una población que no supera a la de Valladolid ha protagonizado infinidad de anécdotas desde que "un capitán vikingo frustrado y el inepto de su ayudante" encallaron hace 1.200 años en una isla perdida en medio del Atlántico Norte. Algunos hitos cambiaron o reescribieron la historia, mientras que otros rayan con la leyenda, pero no cabe duda de que sus habitantes y quienes se han sentido fascinados por esta pequeña nación siguen alimentando el mito.

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Islandia llegó a prohibir la letra zeta —menos en la palabra pizza—, no acuñó hasta 1995 el término nepotismo —porque era lo habitual—, inventó una aplicación para evitar el incesto en las fiestas y reuniones familiares —se supone que involuntario​​—, cedió sus desiertos volcánicos para que entrenasen los astronautas de la NASA —por su parecido al paisaje lunar— y fue el escenario intermedio y neutral de históricos encuentros durante la Guerra Fría —Ronald Reagan y Mikhail Gorbachov, Bobby Fischer y Boris Spassky—.

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Ya en este siglo, la erupción del volcán Eyjafjallajökull truncó los viajes de trabajo y las vacaciones de diez millones de pasajeros en 2010, mucho después de que la ceniza y el polvo en suspensión del Laki arruinase en 1783 las cosechas de arroz de Japón y provocase una hambruna en Europa, lo que provocó una situación caótica que aceleró los acontecimientos que desembocaron en la Revolución Francesa, que tuvo lugar seis años después de la mortífera travesura del dios Loki.

La de Islandia también es una historia conjugada en femenino. La exploradora Gudrid Thorbjarnardóttir puso un pie en Norteamérica —y parió al primer americano de origen europeo— 500 años antes que Colón, mientras que Vigdís Finnbogadóttir, además de ser la segunda mujer del mundo que fue elegida presidenta de un país, ostentó el cargo durante 16 años. Pese al récord que supuso, quizás extrañe más la presencia de Eva Braun en tan remoto lugar, adonde llegó en 1939, semanas antes de estallar la Segunda Guerra Mundial.

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La esvástica que ondeaba en el crucero Milwaukee, donde viajaba acompañada por su madre y su hermana mayor, no desentonaba con el martillo de Thor, una cruz gamada que apunta hacia la izquierda popular en Islandia, hasta el punto de que era el logotipo usado por la naviera Eimskip (en la foto). No era la primera alemana que pisaba la isla, aunque sí la más insigne: se trataba de la pareja de Adolf Hitler y su visita tenía fines turísticos, pues su barco pertenecía a la Kraft durch Freude (Fuerza a través de la alegría), que organizaba viajes de ocio para la población nazi.

Egill Bjarnason enumera en el libro Cómo Islandia cambió el mundo (Capitán Swing) los planes llevados a cabo por el Tercer Reich antes de la guerra. "Los científicos alemanes llegaban a Islandia en gran número y con unos objetivos poco claros", mientras que "Lufthansa envió agentes que trataron de presionar para construir allí una base que pudiera servir de lugar de escala entre Alemania y los Estados Unidos", escribe el periodista, quien lamenta que la destrucción de muchos documentos no permita conocer el alcance real de las operaciones.

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Sin embargo, el historiador Thor Whitehead ha descubierto, a partir del análisis de sus cartas y diarios, que otro desplazado a Reikiavik, el físico Werner Gerlach, era "un títere de Heinrich Himmler", líder de las SS. Estaba retirado y residía en una villa en el centro de la capital, comprada por el régimen nazi meses antes de la visita de Eva Braun, donde vivía holgadamente y disponía de "un gran presupuesto para gastar en una pequeña nación insular que aún seguía bajo dominio danés", escribe Egill Bjarnason.

El Reino Unido era consciente de la importancia geoestratégica de Islandia, cuya conquista por parte del enemigo pondría en peligro su propia integridad, así como la de Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, la Alemania de Adolf Hitler estaba fascinada con otras cuestiones más allá de las militares. "Islandia, con su población tan homogénea y su historia tan violenta, encajaba en el concepto de herencia aria que tanto obsesionaba a los nazis", explica el periodista.

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"Himmler, el siniestro ideólogo del Holocausto, creía firmemente en el concepto Reich de los mil años —un imperio alemán puro que duraría mil años— y, a largo plazo, consideraba Islandia como una especie de fuerte en el norte del Atlántico", añade Egill Bjarnason. O sea, podría convertirse en un búnker ideológico del Tercer Reich. "Aunque pueda sonar extrañísimo, consideraban que este país aislado albergaba lo que podría llamarse una raza aria original nacida de las sagas heroicas y de dioses omniscientes como Odín y Thor".

El doctor Werner Gerlach, según el citado historiador, tenía como misión formar una quinta columna para ayudar al Ejército nazi en el caso de que invadiese el país, un plan que "obedecía a la obsesión de Himmler por la cultura nórdica, a la que consideraba el pariente perdido de la raza aria". Aunque algunos universitarios integraban el Partido Nazi Islandés, Gerlach solo se relacionaba con nacionalistas alemanes residentes en la isla y con nativos de clase alta que hablaban su idioma, porque en realidad se había sentido decepcionado por las gentes de aquella tierra prometida.

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"Los judíos nunca podrían hacerse un hueco en el tejido comercial local: los islandeses son aún más estafadores que ellos", llegó a escribir el altivo y arrogante físico, una opinión que se calló ante Himmler y otros altos mandos que habían idealizado la isla. "La realidad de la vida en Islandia acabaría decepcionando a los agentes allí enviados", escribe el periodista. "Pero, entre los líderes nazis que nunca llegaron a visitarla, el enamoramiento era lo más auténtico. Y extremadamente peligroso, ya que el sueño de conquistar Islandia se acabó filtrando hasta los estratos más altos del partido nazi".

Sin embargo, ante una hipotética invasión que transformaría el lugar en un campamento base de los alemanes, el 10 de mayo de 1940 la Marina británica ocupó la isla, convertida en un buque de desembarco desde donde despegaban los aviones que libraban la batalla del Atlántico. Werner Gerlach fue capturado y enviado a Londres, no sin antes intentar destruir sus escritos. "Los documentos que escaparon al fuego arrojaron luz sobre cómo un médico supuestamente racional acabó siendo devorado por el culto nazi", explica el periodista. Alemania nunca llevaría a cabo la operación Ícaro, con el objetivo de conquistar la isla.

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Curiosamente, Islandia terminaría favoreciendo la creación del Estado de Israel. Thor Thors, embajador en Washington, fue elegido como relator del comité de la ONU para la cuestión palestina. A su favor jugó pertenecer a una nación neutral, pero también la espantá de los representantes de Australia y Tailandia. 

Ningún país quería enemistarse con el dinero de los sionistas ni con el petróleo de los árabes. En cambio, Thors no tuvo reparos en presionar a la Asamblea General para que adoptara "una decisión firme" que "afrontara los hechos" y la propuesta de partición fue aprobada en 1947. El destino de Israel había dependido de una isla donde entonces vivían menos de 175.000 personas.

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