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Cuando en noviembre de 2018 se estrenó Homecoming, esta lo hizo con el poderoso reclamo de ser la primera serie protagonizada por Julia Roberts, pero también con la bandera de haber sido creada por Sam Esmail, responsable de una de la revelaciones de 2015: Mr. Robot. Con una tarjeta de presentación así y con la curiosidad de estar basada en un podcast —con el paso de las temporadas ha quedado demostrado que cualquier idea o formato es susceptible de ser convertido en serie—, lo que se encontraron quienes se acercaron a esta ficción a través de Amazon Prime Video fue un thriller que hacía malabares con los tiempos, con la memoria de sus personajes y con un formato muy particular que adaptaba el tamaño del cuadro según la línea temporal de la escena.
Homecoming fue una agradable y adictiva sorpresa con Roberts desplegando sus mejores armas interpretativas y ese carisma que desprenden las estrellas ante la cámara. Stephan James (Walter Cruz), Shea Whigham (Thomas Carrasco) y Bobby Cannavale (Colin Belfast) completaron un reparto principal bien avenido interpretativamente hablando. Ahora, pasado más de año y medio desde su estreno, vuelve con una segunda temporada en la que lo más llamativo es la ausencia de Roberts. Figura en los títulos de crédito como productora, pero se ha borrado de la pantalla dejando paso a Monáe (Jackie Calico). Superado el escollo de la pérdida de su mayor baza publicitaria, lo que se ve en los siete episodios facilitados por Amazon antes del estreno es una serie que, en un intento por renovarse y superar tan destacada ausencia, ofrece una suerte de añadido a lo ya contado más que una continuación o ampliación de ese universo tan oprimente e hipnótico planteado.
En esta ocasión jugar con los tiempos también resulta importante a la hora de plantear el relato, pero de una forma, por así decirlo, más canónica. Nada de cambiar el formato del encuadre ni mezclar en un mismo capítulo distintas líneas temporales. Esta 'nueva' Homecoming no se olvida del todo de Heidi Bergman —alguna mención hay a su personaje, su implicación y su investigación—, pero ya desde el inicio apuesta por centrarse en una protagonista desconocida incluso para sí misma. Jackie, una joven que despierta en una barca, en mitad de un lago, sin recordar quién es, a qué se dedica y cómo ha llegado hasta ahí, coge las riendas del relato desde el arranque.
La nueva temporada de Homecoming está dirigida a antiguos espectadores
Tras una serie de episodios siguiendo la investigación que realiza de sí misma, el guion da un salto atrás en el tiempo para llevar al espectador a ese momento en el que se inició la sucesión de acontecimientos que la llevaron a esa barca. En ese viaje por quién es en realidad Jackie y cuál es su relación con Geist y el programa Homecoming —cuyo propósito era borrar la memoria a veteranos con la intención de devolverles al servicio sin traumas— entran en juego personajes que resultarán conocidos a quienes vieron la primera temporada y otros, que no. Huelga decir que los nuevos capítulos están dirigidos a antiguos espectadores. Entrar a ciegas en esta historia puede ser un galimatías de difícil resolución.
Aclarado esto, quienes vuelven son Walter Cruz —de qué manera y en qué condiciones se va descubriendo poco a poco en un ejercicio de paciencia— y la empleada de Geist Audrey Temple (Hong Chau), que gana en protagonismo convirtiéndose en clave para el desarrollo de la trama. En cuanto a los nuevos, dos pesos pesados. Por un lado, Chris Cooper interpreta a Leonard Geist, fundador de la malévola empresa que vive como un ermitaño en una cabaña cochambrosa en los terrenos de la monumental sede y rodeado de un campo de bayas. Por otro, como su antagonista, simplificando mucho la implicación de uno y otra en la acción, una oficial del Departamento de Defensa llamada Francine Bunda a la que Joan Cusack le da un toque un tanto extravagante que le va de maravilla al personaje. En sus duelos dialécticos, demasiado pocos, salta alguna que otra chispa.
En cuanto al diseño de producción, este continúa la línea marcada por la primera hornada de 10 capítulos con grandes espacios que se alternan con espacios cerrados, una estética muy retro pero con la tecnología de hoy en día muy presente y una paleta cromática en la que priman los tonos apagados y el más 'alegre' es el rojo del brebaje que se les da a los sujetos de experimento para borrarles las memoria. Vuelve también esa pantalla partida que, por momentos, puede llegar a chirriar y acaba siendo parte del juego. También esa música escogida a conciencia y omnipresente para aclimatar las escenas de mayor tensión y/o confusión.
Si en la anterior, la de Roberts, el curso de la acción tenía que ver con descubrir u ocultar la verdad y salir lo más airoso posible de la investigación —tanto a un lado como a otro de la misma—, en esta se sigue exprimiendo el tema de los riesgos de modificar la memoria y se explora una nueva línea de venganza, redención, ambición desmedida y el peligro de jugar con fuego. Esta segunda temporada viene a contar esa otra parte de la historia y de las implicación de Homecoming que no se abordaron en la anterior. Todo es parte de un mismo misterio. Primero se dejó pasar al espectador a ese centro para veteranos en recuperación y ahora se le abren las puertas de la empresa que lo sostuvo y promovió con sus fondos, Geist. En esta ocasión todos los episodios basados en el podcast de Eli Horowitz y Micah Bloomberg, Gimlet Media, están dirigidos por Kyle Patrick Alvarez.
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