La histeria de una ilusión: crisis de 1873
La primera crisis financiera mundial llegó tras un período de euforia
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El terrible pánico había desplomado la confianza. (...) Todos parecían deseosos de querer vender y había muy pocos compradores; Jay Gould adquirió casi todos los stocks a la venta, y (...) pareció que el pánico estaba hasta cierto punto controlado, aunque los Rothschilds difícilmente habrían podido contener la tendencia a la baja".
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El New York Times desplegó en su portada del domingo 21 de septiembre la histeria con la que los agentes de Wall Street corrían a deshacerse de las acciones, sobre todo de las empresas de ferrocarriles del banquero y gran especulador Jay Gould, que intentaba frenarla a todo coste. Dentro, daba cuenta del intento de suicidio de un broker arrojándose al East River el sábado por la tarde. La desconfianza había descarrilado el viernes.
El pánico bursátil contrajo el crédito y llevó a 12 países a la suspensión de pagos
Ese domingo, el presidente, Ulysses S. Grant, llegaba a la ciudad para reunirse con el secretario del Tesoro y los grandes banqueros. El lunes, el Gobierno depositó fondos en los principales bancos comerciales de la ciudad para evitar un pánico bancario generalizado. EEUU, aún así, sufrió una larga recesión.
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Bienvenidos a 1873, la primera gran crisis financiera del capitalismo globalizado. Esta vez era Nueva York quien se resfriaba. El estornudo se había oído en mayo, en la capital del entonces Imperio Austrohúngaro, Viena. Luego golpearía con virulencia a Latinoamérica y Oriente Próximo, donde 12 países suspendieron el pago de su deuda. En España, los tiros iban por otro lado: la Primera República lidiaba con una nueva guerra carlista.
El descomunal desarrollo del ferrocarril (en EEUU como en Europa) contribuyó a crear el espejismo del incremento ilimitado de las ganancias de los inversores. Y la indemnización que Francia tuvo que pagar a Alemania tras su derrota en la guerra franco-prusiana (200 millones de libras), la mayor operación financiera del siglo, impulsó una especulación sin precedentes.
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Aquella crisis tuvo también su Madoff. El delincuente que explotaba la gran ilusión: ganar mucho dinero en poco tiempo. En 1870, Honduras obtuvo un préstamo extraordinario de Bischoffsheim, una entidad londinense. Honduras, uno de los países centroamericanos más pobres, seguro que lo agradeció, pero varios bancos londinenses pusieron especial empeño, según cuenta Carlos Marichal, en su Nueva historia de las grandes crisis financieras (Debate). Las primeras emisiones de bonos hondureños a finales de los años sesenta habían fracasado, así que Bischoffsheim contrató a un especulador profesional.
Charles Lefebvre creó un mercado artificial para los bonos hondureños, gracias a los agentes contradados (entre 50 y 100), y colocó gran parte de ellos a un 13% de interés. Lefebvre, se supo luego, reservó 4.000 libras de sus ganancias para el diamante que regaló a la mujer del embajador y otras 10.000 para el presidente hondureño, José María Medina.
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La prensa financiera británica quiso achacar a los bonos centroamericanos toda la inestabilidad, según Marichal. Pero la causa de la fiebre especulativa era bien conocida. Ni siquiera un Nathaniel de Rothschild, banquero y miembro del parlamento británico, podría haberla frenado, según la ironía del Times, pero nadie mejor que él para diagnosticarla: "Yo diría que el problema es el deseo del público de obtener una tasa de interés más elevada por su dinero".