Hilos musicales: la banda sonora que condiciona tu vida
La música que escuchamos en hoteles, ascensores o en la consulta del dentista, más allá del puro deleite, puede hacernos mantener la calma, enfrentarnos a nuestros miedos o hacer más llevadero un mal trago. También puede incitarnos a la compra o conferir un determinado carácter a nuestro negocio.
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madrid,
Los molares no siempre salen de una pieza. Por muy bueno que sea su odontólogo de cabecera, la extracción puede complicarse y lo que se antojaba una exodoncia limpia y concisa como un tirón de bíceps, pasa a convertirse en un revoltijo de sangre y tropezones de muela. Al sufrido paciente no le queda otra que apretar los puños, entretenerse buscando formas reconocibles en el gotelé de la consulta o encomendarse al hilo musical de la clínica.
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David H., guionista y articulista freelance, estuvo ahí. Experimentó el desmoronamiento repentino de uno de sus premolares y se vino abajo. Fue entonces cuando decidió centrar su atención en la primera melodía que encontrara a su alcance y así eludir, en la medida de lo posible, la sensación de dolor. “Sonaba una moñada de Coldplay pero versionada en plan New Age, con sintetizadores y arreglos ambientales, un tostón de mucho cuidado que consiguió relajarme”, explica David.
Su poder invisible, a veces imperceptible, transporta nuestra psique a un lugar predeterminado
En efecto, tal y como pudo experimentar este joven comunicador, la música, más allá del puro deleite, puede hacernos mantener la calma, enfrentarnos a nuestros miedos y sobrellevar un mal trago. También puede incitarnos a la compra o conferir un determinado carácter a nuestro negocio. Su poder invisible, a veces imperceptible, transporta nuestra psique a un lugar predeterminado en virtud de esa interminable combinación de sonidos y silencios que llamamos música.
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La medicina no es ajena a esto, tampoco el marketing. Lo sabe bien Susana Marugán, directora de contenidos y comunicación en The Sensory Lab, empresa dedicada a la creación de canales de música para tiendas, supermercados, restaurantes, centros comerciales y hoteles: “La música consigue generarte una mayor o menor predisposición a un determinado estado de ánimo, no es algo definitivo, influyen otros muchos factores, pero sin duda tiene incidencia en los clientes”.
Y en esa búsqueda por influir, por generar en el siempre escurridizo cliente una experiencia óptima, el pentagrama y su frondosa combinatoria tienen algo o mucho que decir. “Modulamos la música y el ritmo en función de los flujos de personal, pero sobre todo es clave para nosotros encontrar un equilibro entre lo que la marca quiere transmitir y que el público objetivo se encuentre a gusto, sin olvidarnos de los empleados, a fin de cuentas son los que escuchan nuestra propuesta musical durante ocho horas o más”.
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Es innegable el poder de la música para inducirnos a la aflicción o la euforia en cuestión de segundos
Miguel Lema, gerente de Musico Logic, firma especializada en ofrecer estrategias de marketing con la música como valor añadido, explica sin atajos el potencial del sonido ambiental aplicado a la venta: “Si una chica entra un viernes en una tienda de ropa y se prueba el vestido que pretende llevar la noche del sábado, una música discotequera le ayudará a ponerse en situación e imaginarse con esa prenda”. Las luces del establecimiento, en este caso, harían el resto.
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Las variables son múltiples, también los condicionamientos. Dar en la diana no siempre es fácil, pero un conocimiento preciso del target al que dirigirse es un buen comienzo. “Te sorprendería la cantidad de clientes que creen tener un determinado público que luego difiere mucho del real”, apunta Susana. En el fondo, se trata de conocer a tu cliente potencial y saber qué tipo de producto tienes entre manos. “Sin olvidar las tendencias –incide Marugán–, ahora, por ejemplo, se lleva mucho el indie pop en la tiendas de ropa y las covers o el new jazz en los hoteles”.
Del 'taylorismo' al ascensor
Nadie pondría Pantera en una sala de pediatría. O una jota en una tienda de complementos erótico-festivos. Pero más allá de lo evidente, un sinfín variables confluyen y resignifican lo que tradicionalmente se ha entendido como música ambiental. Un camino que, como explica el profesor y musicólogo Luis Díez Antolinos, autor de Melodías de la modernidad (Ed. Devenir, 2014) ha mutado a lo largo del tiempo: “La música rock, por sus cualidades tímbricas, nunca se habría considerado como música ambiental, pero ahora funciona y está muy en boga”.
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Díez Antolinos se retrotrae al taylorismo para explicar la incorporación de la música en espacios públicos con fines no exclusivamente festivos o de entretenimiento. “En aquel momento lo importante era incrementar la producción, se trataba de combatir el aburrimiento y la fatiga propia de los trabajos manuales y profundamente repetitivos”. De ahí surge la deriva comercial, lo que podía servir en ambientes fabriles se incorporó, pasado los años, al boom del comercio a gran escala.
Con todo, el profesor prefiere matizar ese mantra que identifica música de una cierta velocidad tímbrica con un incremento de las ventas: “No tiene por qué ser siempre así, depende de aspectos demográficos y del producto del que se trate”. Una puntualización que comparte la profesora Lucía Herrera, miembro de la Asociación española de psicología de la música y de la interpretación musical, para quien aspectos como “la personalidad, la edad o el género son factores que influyen de forma directa en la recepción de esa música”.
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Pero dejando a un lado los maximalismos, es innegable el poder de la música para inducirnos (aunque sea levemente y con cierta predisposición) a la aflicción o la euforia en cuestión de segundos. La profesora Herrera se sirve de dos ejemplos para evidenciar este misterio: “Si escuchas el Shake It Off de Taylor Swift sentirás probablemente algo parecido a la alegría, mientras que si escuchas el Adagio en sol menor de Albinoni, te inclinarás hacia la tristeza; la primera está escrita en un tempo rápido y en un modo mayor, mientras que la segunda lo hace en un tempo lento y en un modo menor”.
Tempo y modo como catalizadores de un sentir. La magia de la música, cuando se desmenuza, es menos magia pero permite que nos acerquemos a su eterno misterio, ya sea para vendernos un lavavajillas o para regocijarnos en la melancolía del vivir. Se busque lo pecuniario o la elevación, conviene no olvidar aquello que acuñó Nietzsche en su día: «Sin música, la vida sería un error».