Este artículo se publicó hace 11 años.
"Al final siempre viajas con la esperanza de que el paraíso exista"
Luisgé Martín (Madrid, 1962) acaba de publicar dos libros, una novela y un relato de viajes por España, que le sirven a para indagar en el los misterios de la existencia humana, las ansias de transformación y las paradojas del
El verano es tiempo de viajes, de descubrimientos, de aventuras. Yo he empezado este verano cálido y prematuro leyendo dos libros de Luisgé Martín, dos libros que son, en cierta manera, el mismo libro. El primero, Donde el silencio (Imagine ediciones), premio Llanes de Viajes 2013, es una crónica de náufragos, una serie de visitas a lugares olvidados de la geografía española, pueblos abandonados donde fueron a refugiarse soñadores y ermitaños. Luisgé llega al límite de la civilización por el camino más corto, a dos pasos de las grandes ciudades, a través de aldeas sumergidas, entrevistando a personajes que parecen salidos de una novela, como el empresario de éxito que lo dejó todo y se puso a pintar después de ser abducido por los extraterrestres.
El segundo es, precisamente, una novela breve y conmovedora, La misma ciudad (Anagrama) cuyo protagonista, Brandon Moy, podría habitar cualquiera de esos enclaves salvajes y bucólicos que Luisgé encontró a lo largo de su peregrinaje español. En mitad de la crisis de los cuarenta, el neoyorquino Brandon Moy, casado, con un hijo, encuentra a un viejo compañero de juventud y avizora el páramo de sus ilusiones perdidas. La masacre de las Torres Gemelas, de la que se salva por puro azar, le da la oportunidad de resucitar, de borrar todas sus huellas y empezar a vivir una nueva vida.
-Hay páginas en Donde el silencio donde hablas de esa curiosa paradoja del viajero, que cuando se va lejos ve la miseria como exotismo, cosa que nunca haría a dos pasos de su casa. ¿El viajero, como decía Canetti, tiene que ser despiadado?
-El viajero tiene que ser despiadado, pero el viajero sobre todo tiene que estar abierto de poros. Siempre se mira con ojos más grandes lo que está lejos, lo que pertenece a otros. No sólo con crueldad, también con admiración. Y la miseria, a veces, es hermosa, cuando no te roza. Es casi vergonzoso sentirlo así, pero creo que es inevitable
-Una vez le oí decir a Javier Reverte que él no se consideraba viajero sino turista. Tú vienes a decir prácticamente lo mismo en algunos momentos del libro
-Siempre tengo la sensación de que me pierdo lo importante. Trato de viajar hurgando en aquello que a veces llamamos o llamábamos "auténtico", visitando lo que no está en las guías, yendo a bares a los que solo van locales, y, a pesar de mis problemas con los idiomas, conectando con la gente. Pero es imposible penetrar en una ciudad si se está de paso.
"Siempre tengo la sensación de que me pierdo lo importante" - Tu libro habla de lugares remotos de España, de pueblos abandonados. ¿Lo que tenemos más cerca es quizá lo más difícil de ver?
- Algunos de esos pueblos están muy cerca. De Madrid o de otras ciudades importantes. Lo que a mi juicio resulta más difícil de ver es aquello que vemos todos los días, lo que se convierte en costumbre. Por eso cuando damos la vuelta a los ojos y miramos por detrás, nos asombramos. Una de las personas que vive en esos pueblos me dijo que a la belleza también se acostumbra uno. Probablemente para ella lo extraño es la Gran Vía, lo difícil de ver es el bullicio de la ciudad. Soy bastante partidario de la regeneración neuronal permanente.
-Curiosamente, los dos libros que acabas de publicar parecen antitéticos pero quizá no lo sean tanto. Ambos hablan de la necesidad, y quizá de la inutilidad, de irse lejos.
-Yo me he dado cuenta después, cuando alguien me lo ha hecho ver. Pero creo que no son antitéticos en absoluto, sino, como dices, el mismo libro en dos versiones tuneadas. Lo que buscamos es lo que no tenemos. Nos parece que en otra parte siempre va a estar la felicidad. Y nos ponemos manos a la obra, cogemos carretera y vamos a buscarlo. Al final lo que nos queda es el viaje, en el sentido homérico, que acaba siendo lo único importante en la vida.
-Da la impresión de que cualquiera de los náufragos, de los eremitas centrifugados de la civilización que encontraste por esas aldeas perdidas de Galicia o Asturias podía haber sido también Brandon Moy, el protagonista de La misma ciudad.
-Pues sí, de hecho él tiene en algún momento algún episodio parecido en México o en Centroamérica (o yo, que soy el autor, así lo intuyo, aunque no lo cuente con detalle en el libro). Un apartamiento de la civilización, de los hombres, de la vida social. Podría haberse refugiado en Los Ancares perfectamente. Aunque al final, como yo mismo, habría regresado a Nueva York también.
-Brandon quiere vivir muchas vidas, todas las vidas posibles, ser (y no ser) todas las historias, un prurito común en muchas personas. ¿Está el novelista, gracias a su oficio, vacunado contra este ansia de multiplicación
-Yo no, desde luego. Brandon Moy, como madame Bovary, soy yo. O, haciendo la broma que me han hecho algunos críticos, c'est Moy. Yo creo que una de las espuelas que el novelista tiene siempre clavada en la espalda, aguijoneándole, es la necesidad de vivir más vidas. Una sola, por provechosa que sea (y no es fácil que lo sean), resulta insuficiente.
-Y la literatura, ¿no sirve también para vivir esas otras vidas? Yo, sin ir más lejos, he sido alpinista, boxeador y asesino.
-Te decía que incluso descontando su oficio, que evidentemente sirve y alivia ese peso, no hay una vacuna perfecta. En mi caso, al menos. Yo también he sido asesino, aventurero valiente y gran follador morboso en la literatura, y eso me ha curado algunas nostalgias. Pero me sigue rondando la inquietud de resucitar.
"Sobre todo somos Ulises cuando viajamos sin coger siquiera la maleta" -Brandon Moy es Ulises, una vez más. ¿Siempre que cogemos una maleta, somos un poco Ulises?
-"Siempre" es una palabra muy grande. Yo a veces cojo una maleta más pequeñita y soy un mero veraneante. Pero la mayoría de los viajes que se hacen con ambición, con la necesidad de descubrir algo, son viajes de Ulises, sí. Y tienen el riesgo de naufragio y de sirenas que canten. Sobre todo somos Ulises cuando, como Moy, viajamos sin coger siquiera la maleta.
-La misma ciudad toma su título de un célebre poema de Kavafis que habla, precisamente, de la inutilidad esencial de los viajes, al menos en cuanto a su poder transformador. En el epígrafe que colocaste al frente de la novela, la cita del Tao Te Ching, lo dice con menos palabras: "Cuanto más lejos se va, menos se aprende".
-Es algo que yo he ido descubriendo a lo largo de la vida. A partir de una determinada edad lo sustancial lo llevas contigo siempre. Si quieres arreglar grandes problemas cambiando de escenario, fracasas seguro. Porque el escenario, como decía Gil de Biedma, es la vida entera. Los viajes son más enriquecedores cuando uno no busca respuestas fundamentales en ellos. No obstante, da igual lo que pensemos (lo que yo mismo piense): al final siempre haces la maleta con la esperanza de que el paraíso exista.
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