Facha 'Facha', un manual de instrucciones para detectar el fascismo que viene
El académico Jason Stanley publica este ensayo en el que explica los mecanismos que emplea el fascismo para llegar al poder y articular nuestras vidas.
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madrid,
La imagen de Santiago Abascal oteando el horizonte desde una balconada rojigualda y provisto de un morrión –casco utilizado por los integrantes de los Tercios españoles en los siglos XVI y XVII–, más allá de ser carne de meme y de destilar una para nada despreciable inflación de vergüenza ajena, evidencia también una estrategia fascista que, en palabras de Jason Stanley, autor de Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida (Blackie Books, 2019), consiste en la apelación a un pasado mítico y puro; un pasado en el que “predomina una versión exagerada de la familia patriarcal” que fue trágicamente destruido.
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En esa pugna por sublimar las “gloriosas esencias” hispanas, Abascal no está solo. Baste un somero repaso al argumentario esgrimido por Casado en los últimos meses para percatarse de que esa interpretación memorable y supremacista de nuestro país se ha convertido en lugar común dentro de sus bravatas dialécticas. “Cruz de la Victoria que está en la Catedral de Oviedo, una joya emblema de la Reconquista. Vamos a empezar la reconquista de España, la de un gobierno sensato que defienda la unidad nacional”, tuiteaba el líder del PP mientras posaba junto a la cruz latina.
El fascismo construye un pasado mítico que vincula la nostalgia con sus ideales
No le anda a la zaga el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, quien no duda en arrebujarse en torno a una bandera de España cada vez que puede bajo desinhibidos eslóganes –"todos los españoles tenemos que asumir sin complejos que somos un gran país"– y apelaciones vía Instagram a figuras míticas (y por tanto ficcionadas) de la patria –"en Covadonga ante la tumba de Don Pelayo. Un lugar clave para la historia de España"–. Ahí es nada. Subyace en todo esto algo muy básico, a saber; la construcción de un pasado legendario que haga las veces de salvoconducto entre la nostalgia y la materialización de ideales fascistas.
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Ojo, importante aclaración: una cosa son los regímenes fascistas y otra las políticas fascistas. El profesor Stanley lo sabe bien; su biografía –como la de tantos hijos de refugiados de la Segunda Guerra Mundial– evidencia los desmanes del fascismo en estado puro, no de meros preámbulos en forma de políticas o estrategias. “Aunque mi familia celebrara y honrara aquel legado americano que contribuyó a la derrota del fascismo, mis padres también sabían que el heroísmo y la idea de libertad no siempre han significado lo mismo en Estados Unidos”.
'American First' proponía proteger EEUU "frente a mongoles, persas y moros"
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Se refiere el académico a la recuperada consigna del ‘American First’. Un lema resucitado por Trump y que en los años veinte y treinta englobaba toda una caterva de personalidades contrarias a la inmigración, especialmente la no europea. Un movimiento que puso sobre el tapete leyes de inmigración tan restrictivas como la de 1924, y que exigía proteger el legado estadounidense “frente a mongoles, persas y moros”, llegó a decir uno de sus máximos exponentes, el piloto y héroe de guerra Charles Lindbergh.
El intrépido aviador no hacía más que avanzar –de un modo un tanto burdo si se quiere– lo que Stanley considera la prueba del algodón del fascismo, a saber: esa separación entre un “nosotros” y un “ellos”. De esa división –basada en diferencias étnicas, religiosas o raciales– y de la necesidad de justificarla, el fascismo encuentra su razón de ser. Para ello el académico identifica una serie de tácticas habituales que, a modo de checklist, nos permiten anticipar el fascismo antes de que se materialice.
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La irrealidad. Dentro de esa suerte de predictor del fascismo que propone Stanley cabría preguntar al enfermo –además de por esa idealización del pasado antes mencionada– por una hipotética alteración de la percepción: ¿Percibe usted cierta irrealidad, sufre de fake news, tuvo un ataque repentino de conspiranoia? La pregunta no deja de ser pertinente con el reciente 15 aniversario del 11-M cuando tanto PP como Vox se han apresurado en sembrar dudas nuevamente sobre una autoría más que investigada (y sentenciada). Importante aquí, explica el autor, verter una importante dosis de propaganda y de antiintelectualismo.
Stanley: "La amenaza de unos ideales liberales desata el pánico ante la posible pérdida de la posición social del hombre"
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La ansiedad sexual y la jerarquía. Es otro de los aspectos que nos permitirán olfatear el fascismo a leguas. “En la política fascista, el mito del pasado patriarcal amenazado por unos ideales liberales invasores desata el pánico ante la posible pérdida de la posición social tanto del hombre como del grupo dominante”, apunta Stanley. ¿Les suena, verdad? El auge del feminismo, en ese sentido, ha terminado por destapar las tibiezas de una clase política conservadora que ya no duda en hacer bandera de su anti-feminismo apostando por una “mujer-mujer”, o lo que es lo mismo, calladita y bajo la tutela del hombre. Que nadie ponga en entredicho la jerarquía patriarcal.
El victimismo. Detecta el profesor en esa sensación de menoscabo que experimentan ciertos grupos sociales otro de los indicios del fascismo (político). La versión española de esto podrían ser los machos oprimidos por una Ley de violencia de género que les desubica, los españoles en Euskadi o en Catalunya, los católicos oprimidos por la laicidad, los taurinos, los cazadores... Por víctimas que no se diga.
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El orden público. Luego están los protectores, los que se encargan de preservar el orden y los que dictan que un grupo entero de personas deben ser considerados delincuentes potenciales. Esa utilización del orden público y de adjudicarse el papel protectores –recordemos las visitas de Casado y Rivera a Melilla– es otra de las pistas que nos debe llevar a desvelar el fascismo latente, ese que espera al acecho y que, en palabras del académico, no tiene otro objetivo que "separar a las personas en dos categorías: las que pertenecen a la nación elegida –y respetan la ley porque es su modo natural de actual– y las que no, porque son desobedientes por naturaleza.
Sodoma y gomorra. Para explicar este punto el profesor toma prestadas las primeras impresiones de un joven Hitler durante una estadía en Viena. El futuro líder nazi quedó horrorizado por el "conglomerado de razas reunidas en la capital". La política fascista dirige su mensaje a las gentes que viven lejos de las grandes ciudades, lugares ajenos al cosmopolitismo de la urbe, lugar que les es extraño y lleno de privilegios. En pro de esa división que configura el fascismo, la diana siempre irá dirigida a los focos de poder económico; la metrópolis como cabeza de turco.